Annia van Allen
Ilustraciones de Blanca Caballero
Amazon Create Space, UK, 2014, 187 páginas.
“Send in the Clowns” es una
antigua expresión que está enraizada en el mundo del circo: “¡Que salgan los
payasos ya!”, gritaba el maestro de ceremonias cuando el show se malograba o
cuando en el circo ocurría un desafortunado incidente y se hacía preciso
desviar la atención del público sobre lo que realmente estaba ocurriendo con la
actuación de los payasos. Esta expresión le ha servido a Annia van Allen
(nacida Holguín, Cuba en 1972, como
Annia Carballido Rubio) para rotular
este libro curioso, divertido y, sobre todo, rebosante de las esencias y
sabores del mundo circense y de su cara más amable y repleta de humor.
La autora teje su historia tomando como
centro aglutinador a Blödelheim, un pequeño pueblo enclavado en la Europa
central. Sus primeros habitantes llamaban Cicirro a la más elevada de las
colinas que lo circundan por su forma similar a una cabeza humana con cresta de
gallo. Así se disfrazaban los “cicirros”, los antiguos payasos romanos. Pero
Blödelheim cuenta con el privilegio de
poseer la escuela de payasos clásicos Joseph Grimaldi, la única de Europa en su
género. Y los actuales moradores del villorrio viven de confeccionar ropa y
zapatos para los clowns. También lo
hace la narradora y uno de los múltiples personajes de este relato coral: en un
pequeño taller produce narices de goma roja para los payasos.
Todo en Blödelheim transcurre en plácida
felicidad hasta que un día la mala fortuna, vestida de zancos, obliga a cerrar
la escuela de payasos en espera de la llegada de algún exorcista del Vaticano.
En su narración Annia van Allen va
presentando al lector una serie de seres humanos que comienzan a afluir, como
pequeños ríos maltrechos, a Blödelheim. Buena parte de la novela se detiene en la
presentación de estos personajes, en sus retratos, en sus historias presentes o
pretéritas. Un material que le permite a la autora confeccionar pequeños cuentos
que se aglutinan, al menos en su final, en torno a Blödelheim. Conocemos así a Franz
Pascal, un parisiense lleno de fobias -padece incluso la galofobia que le
impide vivir en sus madre patria-; a Anne Cornelia, una rumana huída de la
dictadura de Ceaucescu, que llega a Blödelheim tras perder la licencia de
peluquera por cortarle la oreja a un cliente a petición de éste; a August Bufon
III, alcalde de la villa, payaso sin vocación, descendiente de una estirpe que
compartía el delirio bufonesco, y él mismo actor con gran maestría en el show
político; a Tutimak, una mujer inuit de engañosa y ríspida apariencia que, tras
ganar una beca para estudiar en el Instituto Grimaldi, se queda para siempre en
Blödelheim; al profesor Nikolás, judio de origen polaco que imparte
conferencias de lenguaje corporal para payasos; a Lupicino el Divino, director
del Instituto, anciano de sonrisa perpetua, empedernido seguidor y él mismo
partícipe de y en los encierros de San Fermín; a Theadosia Thalassinoss,
descendiente de una antigua familia de alfareros griegos que transformaban la
arcilla en poesía, pero Thea hace algo más: convierte la arcilla en hojaldre. Y
a otros muchos personajes, cada uno con su pasado a cuestas y que hacen
realidad sus sueños en esta villa de la vieja Europa donde reina la libre
expresión, las parodias y abunda el buen humor.
Después de la presentación de los personajes
y de empaparnos en sus historias, Annia van Allen narra las distintas
vicisitudes que se producen entre ellos, presididas por variados sentimientos:
la intimidad que buscan los amantes; la nostalgia que envuelve a la protagonista narradora al recuperar la historia
de su vida; el amor sobre todo que hace acto
de presencia, permitiendo que algunos de estos náufragos en tierra intercambien
deseos y alientos, mientras la araña seguía hilvanando el tiempo sin prisa (página
129). Hasta que vuelve a abrir el Instituto Grimaldi y un renovado amanecer (“colores,
disfraces, globos, estallidos, trompetas, magia, risas”) se instala de nuevo en
Blödelheim.
Un retablo de personajes en búsqueda de la
felicidad, pero heridos todo ellos por dolencias y magulladuras más psíquicas
que físicas, gran metáfora quizás de ese otro gran mosaico que formamos los
seres humanos.
Y especialmente novela de homenaje al circo,
a la fantasía circense, al humor de los clowns,
al amor de esos artistas de la ilusión por su profesión. Annia van Allen no
solo les da vida aproximándonos a ellos, a sus alegrías, tristezas, obsesiones
y esperanzas, a la vez con gran realismo y con una escritura repleta de magia
fabuladora, sino que orquesta con gran habilidad este amplio abanico de
personajes en una estructura superior sólida y cuidada. Un dominio singular de
la expresión verbal, reseñable en una primera novela, que convierte a la lengua
en un artefacto claro y potente, sirve de ornamento a este ramillete de
historias amalgamadas alrededor del circo.
Francisco
Martínez Bouzas
“La
tristeza caía como un polizonte en aquel azul mar de sus ojos. ¡Algo terrible
tiene que haber ocurrido en el pasado de Pascal! Yo no me atrevía a preguntar,
nada de preguntas incómodas; por nada del mundo quería ser su próxima causa de
fobia. Para eliminar esta tristeza le proponía echar una partida de ajedrez,
que tanto le gustaba. Pascal tenía un tablero muy peculiar, con un rey, una
dama, dos alfiles, dos torres, ocho peones y dos elefantes africanos. Pascal
padecía de equinofobia y no soportaba a los caballos.
Así
pasábamos las tardes, moviendo y retirando fichas de un lado a otro. Nuestros días
no terminaban en un ocaso sino con un jaque mate.”
…..
“Era
curioso y a la vez increíble, ver lo bien que esta pareja se entendía. Pascal desconocía
el idioma de los mimos y Minnie nunca había oído el ruido de la lluvia, ni el
susurrar del viento. Nada de esto sumaba incompatibilidad a esta pareja.
Mientras Minnie ponía la mesa, Pascal exploraba con curiosidad la salita. Esta
tenía las paredes llenas de afiches del genial Charles Chaplin, de Marcel
Marceu y del gran Charlie Rivel, un payaso catalán de los más famosos en el
mundo del circo. Según una leyenda popular, ganó un concurso de imitadores del
gran Charlot. Lo paradójico del caso es que en dicho concurso también
participaba de incógnito Charles Chaplin. Cuentan que, cuando finalizó el
concurso, Charlie se acercó a Rivel y le dijo: -¿Es usted quien me imita a mi o
soy yo quien le imita a usted?”.
(Ania van Allen, Send
In The Clowns,páginas 33-34, 74)
Lo has sabido presentar...y transmitir !
ResponderEliminarSaludos