lunes, 2 de junio de 2014

"ÁVIDAS PRETENSIONES": SÁTIRA Y HUMOR PARA DESACRALIZAR A LA POETADA



Ávidas pretensiones

Fernando Aramburu

Editorial Seix Barral, Barcelona2014, 411 páginas.



    
   “Una atrevida sátira sobre una supuesta sociedad literaria escrita con gran maestría técnica y un lenguaje singularmente gráfico y vivaz”. Así se manifestaba el jurado del Premio Biblioteca Breve 2014 que el pasado 10 de febrero le otorgaba el galardón a la novela Ávidas pretensiones de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), uno de los escritores españoles más notables y singulares de las últimas décadas, que frecuenta con igual maestría la novela (la trilogía “Antíbula”,sobre todo), como las distancias cortas, la narrativa breve, con títulos tan meritorios como Los peces de la amargura o El vigilante del fiordo.

   Fernando Aramburu presenta Ávidas pretensiones como una crónica verdadera, con la única excepción de asignar nombres ficticios a los actores de la misma y a algunos de los lugares donde la acción se desarrolla ya que podrían resultar fácilmente reconocibles. Entre estos últimos, el pueblo Morilla del Pinar, donde una desviación asfaltada lleva a un convento, en el que por tercer año se celebran las Jornadas Poéticas de los líricos españolea. Tres días en Casacristo -es el nombre en broma de las Jornadas- y en ellas los líricos del suelo patrio elegirán el mejor poema y debatirán temas relacionados con las pasiones estéticas del peculiar grupo literario.

   Fernando Aramburu, con un profundo estilete humorístico y satírico, se adentra en las interioridades del grupo poético, una verdadera poetada, deparándonos al mismo tiempo la oportunidad de deleitarnos con un verdadero festín lúdico-lingüístico. Porque la mayoría de los participantes llegan a Morilla del Pinar con incontrolables ganas de diversión. Ansiosos de gloria literaria, sí, pero acompañada de sexo, alcohol, estupefacientes y zancadillas al contrario cuando se presta la ocasión. Y sobre todo, un extravagante y competitivo simposio de egos, delirios, envidias y mezquindades.

   Una novela pues sobre líricos con las alforjas cargadas no de poesía sino de ganas de juerga, desvaríos y apetitos materiales y prosaicos. En una novela inteligentemente divertida desde sus primeras líneas con el arribo de la tropa lírica a la austeridad conventual, Fernando Aramburu nos muestra una verdadera corte de los milagros, una barahúnda de pseudo poetas entre los que muy pronto se desatan las pasiones más bajas entre los dos grupos en los que se agrupan los líricos: los metafas (metafísicos) y los realitas (realistas). Pugnan además por dar rienda suelta a los placeres que suponen asociados a su condición bohemia: bebida, sustancias psicotrópicas y una común y gran obsesión: sexo, follar como sea y con quien sea y en todas las combinaciones y apetencias posibles: desde los placeres coprofílicos y las lluvias doradas hasta las incursiones de una pareja de poetas lesbianas, que pasean sus pasiones por la serranía y se la juegan a unos mozos del pueblo que aspiraban al desenfreno de una noche loca. La eterna historia de los cazadores cazados. No faltan en la inconfundible reunión lírica dosis de escatología y abundante violencia.

   Novela coral con un encadenamiento de secuencias y anécdotas que dan como resultado un fresco bufo, con personajes estereotipados dentro de esta poetada de individuos egocéntricos, zoquetes con mayúsculas a quienes la poesía supera por todos los costados y que, sin embargo, nos permiten conocer la común arcilla de la que estamos hechos los seres humanos.

   La literatura, confiesa el autor, está por encima de las miserias humanas, aunque se alimenta temáticamente de ellas. Y eso es lo que hace Fernando Aramburu en Ávidas pretensiones, novela escrita sin freno, desacralizadora  del mundo literario. Mas no para ajustar cuentas, sino para dar continuidad en nuestros días a un subgénero narrativo que conecta con la novela satírica quevediana, y  en la que la ironía y la parodia corren en paralelo con un lenguaje de primera calidad que el autor sabe emplear como afinado estilete. La novela en efecto está escrita con una gran inventiva verbal en la que tienen cabida todos los registros: prosa llena de matices, lenguaje afilado rebosante de metricismos, octosílabos encadenados, porque, al fin y al cabo, la trama novelesca  narra una reunión de poetas. Humor inteligente en definitiva en un texto narrativo hilarante y festivo, pero que también incluye una prosa de primera calidad como una de las metas irrenunciables del escritor.



Francisco Martínez Bouzas






Fernando Aramburu

Fragmentos



“A lo largo de la hora siguiente fueron llegando más coches. Para evitar el cenizo buscaba cada cual aparcamiento lo más lejos posible del coche fúnebre. A eso de las diez y media, llegó un minibús con el grueso de la poetada.

- Enhiesto surtidor de gasolina. ¿Cómo sigue?

- Volverán los oscuros cipresales.

- Un respeto a la poesía.

- ¿Alguien me presta un hacha?

Entró el rebaño lírico en la recepción arrastrando bolsas y maletas. La lista de asistentes fue creciendo a lo largo de la mañana hasta veinticuatro nombres. A la una y media de la tarde, puntuales para el almuerzo, llegaron en carro tirado por asno Susana Valcárcel y Conchita Arroyo, esta vestida de negro, con botines negros y gafas negras como acostumbra. Se les había averiado el coche dos kilómetros antes de Morilla. Recorrieron el trayecto a pie y en el pueblo se agenciaron el rústico medio de locomoción que la mayoría de los asistentes consideró mucho más extravagante, glamuroso y digno de recordación que la fiambrera macabra de Juanjo Changa. No hay constancia de que el labriego se enterase de que venían las dos mujeres uniendo las bocas y manoseándose los pechos a su espalda.”



…..



“Nada más despedirse de Carranza, el ciego susurró a Vanessa:

-¿Ya se ha ido?

- Ha echado a correr escaleras arriba. Parece que lleva prisa.

- Juraría que olía a excrementos.

-No hable tan alto, don Mateo. Lo pueden oír.

- Ese individuo iba cagado. Desde que perdí la vista he desarrollado los demás sentidos. Cagado y bien cagado. Por eso corría el muy cagón, para poner remedio a su pestilencia. Hazme caso, no estamos entre gentes normales. ¡Los poetas de hoy! ¿Tú te imaginas a don Antonio Machado, al finolis de Luis Cernuda,  a mi amigo el difunto Pepe Hierro, cagados? Te lo digo y te lo repito. Ten mucho cuidado, no te despegues de mí hasta la hora de retirarnos.

Se cruzaron, a punto de alcanzar la planta baja, con Andreu Viñales, que pasó deprisa, junto a ellos sin saludar.

-¿Quién era ese?

-No lo conozco.

-También iba cagado. Más cagado que el anterior.

-Don Mateo, yo no he notado nada.

-No sé que pensar. Empiezo a preocuparme. ¿No seré yo el que huele, verdad?

-Usted huele como un caballero

Petro Mateo Gil Salgado no terminaba de convencerse, sino que desde allí hasta la puerta de la sala de plenos no cesó de olisquearse las mangas, las manos, un codo, ni de catar, olfativamente hablando, el aire en rededor, mientras musitaba con la nariz fruncida un soliloquio que sonaba a queja mezclada con alarma y suspicacia.”



…..



“Caramba, eso no lo esperaba el ciego. Eso lo complació. Risueño, la atrajo hacia sí de un apasionado tirón y, sentándola sobre sus muslos, le susurró unas guarrerías lúbricas al oído. ¿Qué más? Pues le manoseó los pechos, le besó en el cuello y por último le pidió que lo ayudara a acostarse en el suelo porque tenía el deseo ese, ya sabes, no me niegues lo que no debes negarme. Conque ella lo fue poniendo en la postura requerida conforme a las instrucciones que su señor, visiblemente excitado, le daba. Se arrodilló justo encima de sus facciones, desnuda de la cintura para abajo, una rodilla a cada lado de su cara para que lamiera. Aquel olor genital enloquecía de gusto al ciego. A ruego/orden suya, Vanessa le masajeó con los labios vulvares la cara arriba, abajo y a lo torno de alfarero, irguiéndose a veces abierta de piernas para refregarle las facciones con el ano, toma culo, ciego verde; pero si creía vejarlo se equivocaba por cuanto a Mateo Gil Salgado la intervención del segundo orificio no hacía sino aumentarle el gozo. Y cuando al poco rato alcanzó una aceptable cumbre sensual, le dijo: ahora. No salió mucho porque antes de abandonar su habitación había pasado ella por el servicio. Así y todo, extrajo de sí el líquido suficiente para mojarle la cara.”



(Fernando Aramburu, Ávidas pretensiones, páginas 17, 118-119, 224)

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