Fernando Aramburu
Editorial Seix Barral, Barcelona2014, 411 páginas.
“Una atrevida sátira sobre una supuesta
sociedad literaria escrita con gran maestría técnica y un lenguaje
singularmente gráfico y vivaz”. Así se manifestaba el jurado del Premio
Biblioteca Breve 2014 que el pasado 10 de febrero le otorgaba el galardón a la
novela Ávidas pretensiones de
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), uno de los escritores españoles más
notables y singulares de las últimas décadas, que frecuenta con igual maestría
la novela (la trilogía “Antíbula”,sobre todo), como las distancias cortas, la
narrativa breve, con títulos tan meritorios como Los peces de la amargura o El
vigilante del fiordo.
Fernando Aramburu presenta Ávidas pretensiones como una crónica
verdadera, con la única excepción de asignar nombres ficticios a los actores de
la misma y a algunos de los lugares donde la acción se desarrolla ya que podrían
resultar fácilmente reconocibles. Entre estos últimos, el pueblo Morilla del
Pinar, donde una desviación asfaltada lleva a un convento, en el que por tercer
año se celebran las Jornadas Poéticas de los líricos españolea. Tres días en
Casacristo -es el nombre en broma de las Jornadas- y en ellas los líricos del
suelo patrio elegirán el mejor poema y debatirán temas relacionados con las
pasiones estéticas del peculiar grupo literario.
Fernando Aramburu, con un profundo estilete
humorístico y satírico, se adentra en las interioridades del grupo poético, una
verdadera poetada, deparándonos al mismo tiempo la oportunidad de deleitarnos
con un verdadero festín lúdico-lingüístico. Porque la mayoría de los
participantes llegan a Morilla del Pinar con incontrolables ganas de diversión.
Ansiosos de gloria literaria, sí, pero acompañada de sexo, alcohol,
estupefacientes y zancadillas al contrario cuando se presta la ocasión. Y sobre
todo, un extravagante y competitivo simposio de egos, delirios, envidias y
mezquindades.
Una novela pues sobre líricos con las
alforjas cargadas no de poesía sino de ganas de juerga, desvaríos y apetitos
materiales y prosaicos. En una novela inteligentemente divertida desde sus
primeras líneas con el arribo de la tropa lírica a la austeridad conventual,
Fernando Aramburu nos muestra una verdadera corte de los milagros, una barahúnda
de pseudo poetas entre los que muy pronto se desatan las pasiones más bajas
entre los dos grupos en los que se agrupan los líricos: los metafas (metafísicos)
y los realitas (realistas). Pugnan además por dar rienda suelta a los placeres
que suponen asociados a su condición bohemia: bebida, sustancias psicotrópicas
y una común y gran obsesión: sexo, follar como sea y con quien sea y en todas
las combinaciones y apetencias posibles: desde los placeres coprofílicos y las
lluvias doradas hasta las incursiones de una pareja de poetas lesbianas, que
pasean sus pasiones por la serranía y se la juegan a unos mozos del pueblo que
aspiraban al desenfreno de una noche loca. La eterna historia de los cazadores
cazados. No faltan en la inconfundible reunión lírica dosis de escatología y
abundante violencia.
Novela coral con un encadenamiento de
secuencias y anécdotas que dan como resultado un fresco bufo, con personajes estereotipados
dentro de esta poetada de individuos egocéntricos, zoquetes con mayúsculas a
quienes la poesía supera por todos los costados y que, sin embargo, nos
permiten conocer la común arcilla de la que estamos hechos los seres humanos.
La literatura, confiesa el autor, está por
encima de las miserias humanas, aunque se alimenta temáticamente de ellas. Y
eso es lo que hace Fernando Aramburu en Ávidas
pretensiones, novela escrita sin freno, desacralizadora del mundo literario. Mas no para ajustar
cuentas, sino para dar continuidad en nuestros días a un subgénero narrativo
que conecta con la novela satírica quevediana, y en la que la ironía y la parodia corren en
paralelo con un lenguaje de primera calidad que el autor sabe emplear como afinado
estilete. La novela en efecto está escrita con una gran inventiva verbal en la
que tienen cabida todos los registros: prosa llena de matices, lenguaje afilado
rebosante de metricismos, octosílabos encadenados, porque, al fin y al cabo, la
trama novelesca narra una reunión de
poetas. Humor inteligente en definitiva en un texto narrativo hilarante y
festivo, pero que también incluye una prosa de primera calidad como una de las
metas irrenunciables del escritor.
Francisco
Martínez Bouzas
Fernando Aramburu |
Fragmentos
“A
lo largo de la hora siguiente fueron llegando más coches. Para evitar el cenizo
buscaba cada cual aparcamiento lo más lejos posible del coche fúnebre. A eso de
las diez y media, llegó un minibús con el grueso de la poetada.
- Enhiesto
surtidor de gasolina. ¿Cómo sigue?
-
Volverán los oscuros cipresales.
- Un
respeto a la poesía.
- ¿Alguien
me presta un hacha?
Entró
el rebaño lírico en la recepción arrastrando bolsas y maletas. La lista de
asistentes fue creciendo a lo largo de la mañana hasta veinticuatro nombres. A
la una y media de la tarde, puntuales para el almuerzo, llegaron en carro
tirado por asno Susana Valcárcel y Conchita Arroyo, esta vestida de negro, con
botines negros y gafas negras como acostumbra. Se les había averiado el coche
dos kilómetros antes de Morilla. Recorrieron el trayecto a pie y en el pueblo
se agenciaron el rústico medio de locomoción que la mayoría de los asistentes
consideró mucho más extravagante, glamuroso y digno de recordación que la
fiambrera macabra de Juanjo Changa. No hay constancia de que el labriego se
enterase de que venían las dos mujeres uniendo las bocas y manoseándose los
pechos a su espalda.”
…..
“Nada más despedirse de Carranza, el
ciego susurró a Vanessa:
-¿Ya se ha ido?
- Ha echado a correr escaleras arriba. Parece
que lleva prisa.
- Juraría que olía a excrementos.
-No hable tan alto, don Mateo. Lo pueden
oír.
- Ese individuo iba cagado. Desde que
perdí la vista he desarrollado los demás sentidos. Cagado y bien cagado. Por
eso corría el muy cagón, para poner remedio a su pestilencia. Hazme caso, no
estamos entre gentes normales. ¡Los poetas de hoy! ¿Tú te imaginas a don Antonio
Machado, al finolis de Luis Cernuda, a mi
amigo el difunto Pepe Hierro, cagados? Te lo digo y te lo repito. Ten mucho
cuidado, no te despegues de mí hasta la hora de retirarnos.
Se cruzaron, a punto de alcanzar la
planta baja, con Andreu Viñales, que pasó deprisa, junto a ellos sin saludar.
-¿Quién era ese?
-No lo conozco.
-También iba cagado. Más cagado que el
anterior.
-Don Mateo, yo no he notado nada.
-No sé que pensar. Empiezo a preocuparme.
¿No seré yo el que huele, verdad?
-Usted huele como un caballero
Petro Mateo Gil Salgado no terminaba de
convencerse, sino que desde allí hasta la puerta de la sala de plenos no cesó
de olisquearse las mangas, las manos, un codo, ni de catar, olfativamente
hablando, el aire en rededor, mientras musitaba con la nariz fruncida un
soliloquio que sonaba a queja mezclada con alarma y suspicacia.”
…..
“Caramba,
eso no lo esperaba el ciego. Eso lo complació. Risueño, la atrajo hacia sí de
un apasionado tirón y, sentándola sobre sus muslos, le susurró unas guarrerías
lúbricas al oído. ¿Qué más? Pues le manoseó los pechos, le besó en el cuello y
por último le pidió que lo ayudara a acostarse en el suelo porque tenía el
deseo ese, ya sabes, no me niegues lo que no debes negarme. Conque ella lo fue
poniendo en la postura requerida conforme a las instrucciones que su señor, visiblemente
excitado, le daba. Se arrodilló justo encima de sus facciones, desnuda de la
cintura para abajo, una rodilla a cada lado de su cara para que lamiera. Aquel
olor genital enloquecía de gusto al ciego. A ruego/orden suya, Vanessa le
masajeó con los labios vulvares la cara arriba, abajo y a lo torno de alfarero,
irguiéndose a veces abierta de piernas para refregarle las facciones con el
ano, toma culo, ciego verde; pero si creía vejarlo se equivocaba por cuanto a
Mateo Gil Salgado la intervención del segundo orificio no hacía sino aumentarle
el gozo. Y cuando al poco rato alcanzó una aceptable cumbre sensual, le dijo:
ahora. No salió mucho porque antes de abandonar su habitación había pasado ella
por el servicio. Así y todo, extrajo de sí el líquido suficiente para mojarle
la cara.”
(Fernando Aramburu, Ávidas pretensiones, páginas 17, 118-119, 224)
Simplemente magistral....
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