Un día en la vida del inmortal Mathieu
Mario Martín Gijón
Ediciones Irreverentes, Madrid, 2013, 158 páginas
En esta su primera novela, Mario Martín
Gijón se disfraza de amigo del protagonista de esta novela futurista, el
psicólogo Mathieu Beaujour, y usa el artificio de traductor al castellano de
las reflexiones almacenadas en la memoria de su amigo en el año 2070. De este
modo, Mario Martín, autor de destacados y premiados libros de ensayo y del
libro de relatos Inconvenientes del
turismo en Praga (2012), se adentra en la narrativa de ciencia ficción, en
esos viajes prospectivos, no a las lejanías interestelares, sino a esos otros
mundos más decisivos para la humanidad que son, como recuerda el protagonista
de la novela, “los que se realizaron dentro de nosotros mismos” (página 147).
En 1981 Günter Rophol escribía que la
pregunta kantiana ¿qué debo hacer? se halla conectada, más que nunca, a aquello
de lo que soy capaz de hacer. Y en nuestro tiempo el campo del quehacer humano
se ha agrandado de forma tan extraordinaria, gracias a la tecnociencia, que la
aniquilación del planeta, la muerte esencial de la especie homo sapiens sapiens es un peligro específico de nuestros días.
Como lo es la posibilidad de una perfectibilidad prácticamente inacabable.
Porque el ser humano es en la actualidad una materia prima que posee una
plasticidad casi inagotable. Nuestra especie es para muchos algo que debe de
ser modificado y mejorado. Pero aquello que es maleable es también susceptible
de ser controlado. La mayoría de los defensores de la perfectibilidad humana
-los “nuevos redentores” como los denomina José Sanmartín- ya no razonan como
antaño en términos morales. Al mismo tiempo podemos constatar que han desparecido
la mayoría de los recelos que en los años 70, 80 y 90 generaba el determinismo
tecnológico, expresado de forma elocuente en estas palabras de Steven Levy (Hackers, 1984), un auténtico anatema
contra la tecnología informática: “Los ordenadores se utilizan mayoritariamente
contra las personas en lugar de para las personas. Se utilizan para controlar a
la gente en vez de para liberarla”.
En estas coordenadas se mueve la ficción de
Mario Martín, que, como ya señalé, se sitúa en los albores del 2070. Su
protagonista, el psicólogo Mathieu
Beaujour es un verdadero cyborg, un zomboide o robot humanoide
biológico, que pauta su jornada, desde
que se “enciende” a las cinco y media de la mañana, mediante reflexiones en las
que, a modo de diario, recuerda y recapacita sobre la senda recorrida en la
apuesta de la humanidad por la extensión vital indefinida. En efecto, un
sabotaje en Siberia contra las torres computacionales pone en peligro los
avances conseguidos, y ante ese hecho y evidente amenaza, Mathieu recuerda el
arduo camino recorrido por los defensores de la prolongación indefinida de la
vida, que no inmortalidad. Primer paso: creación de entidades programadas para
sobrevivir durante un determinado período de tiempo, reproducirse y
autodestruirse algunos años más tarde. Todo ello, echando mano de la ingeniería
de tejidos, la autoreproducción programada para, en una etapa posterior,
substituir nuestra frágil biología por soportes más sólidos y fiables. El
resultado es una sociedad transhumana
que prefiere la imaginación a la realidad, el abrazo mental al abrazo
real, la comida virtual se impone así mismo sobre la real, la estimulación
mutua a través de chats es más frecuente y deseable que las relaciones sexuales
no virtuales.
Como
pieza de ciencia ficción, ésta es una novela prospectiva que ficcionaliza un
mundo futuro, posiblemente realizable, y sobre todo interroga al lector con
cuestiones cruciales. La más transcendente, en mi opinión, es la que se
personifica en las angustias unamunianas -muy oportuna la referencia al Diario íntimo de Miguel de Unamuno- : el
destino del ser humano a desparecer para siempre, frente al deseo de
persistencia innato en neutra especie. Mérito así mismo del autor al escribir la
novela es el hecho de no perderse en demasía en disquisiciones y descripciones
tecnocientíficas, sino ahondar en aquellos interrogantes sobre el significado
en la existencia humana, de esa prolongación vital indefinida. ¿Cómo afecta a
nuestra condición humana la integración en máquinas inteligentes. Las
respuestas o reflexiones del protagonista posibilitan una lectura de la novela
en clave distópica, pero también en clave utópica. ¿Con mentes conectadas a la
Red no desapareceremos como seres autónomos para convertirnos en simples partes
de un conjunto de nódulos de una supermente? ¿Dónde deja pues un ser humano de
ser humano? Pero al mismo tiempo, como ha ocurrido desde los primeros pasos de la
humanidad, ¿no nos hace humanos el querer superar nuestras fronteras, sobrepasar
los obstáculos que la naturaleza nos ha impuesto, ir más allá de nuestros límites?
En mi lectura de esta pieza del subgénero
del Biopunk predominan los elementos distópicos. Y en una valoración de la tecnociencia
aplicable a esta extensión vital indefinida, rechazaría tanto el imperativo
tecnológico como el conservacionista y me centraría en esa vía que articula lo instrumental
con lo simbólico; es decir, los entornos simbólicos tales como la cultura, la ideología,
las instituciones, las tradiciones que rodean a las posibilidades tecnocientíficas,
deben ejercer un papel importante en la evaluación de las mismas. Lo simbólico,
aquello que nos otorga lo que llamamos dignidad humana en tanto que personas,
debería ser la barrera que impida que nos convirtamos en puros medios o
instrumentos de los imperativos tecnocientíficos. Cuando Mathieu Beaujour admira y envidia la vehemente
fisicidad de Natasha con una gotas de
sudor recorriendo su frente o cuando siente nostalgia por los atardeceres
rebosantes de aromas y sonidos, creo que camina, quizás de forma inconsciente,
por la senda de la resistencia a la objetivación y a la mecanización de unos seres
humanos a los que los avances científicos
del año 2070 ha
privado de corazón.
Registro en el haber de la novela una
excelente literariedad. Mario Martín, atado a la ciencia, pero sin abusar de su
terminología, presenta una historia bien contada, elige una estructura
narrativa sólida y adecuada, persigue la belleza en la narración de los hechos
y reflexiones de su protagonista. Como en cualquier otro género literario.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Recuerdo
con seguridad una de las objeciones más inteligentes planteadas por nuestros
detractores, que no siempre eran simples fanáticos con miedo a lo nuevo. Si
nuestras mentes, si nuestros cerebros, decían, son conectados a la Red, ¿quién
garantizará nuestra independencia, nuestra cualidad de individuos? ¿No
pasaremos a ser simplemente partes de un conjunto, nódulos, órganos de una
supermente? ¿No desapareceremos como seres autónomos? A pesar de las
concienzudas argumentaciones de los científicos involucrados en el proyecto,
las dudas persistían. ¿Quién me garantizaba, por ejemplo, que a través de la Red no me fueran a ser
descargados programas ejecutables automáticamente,
que me impusieran desde mi actitud antes las nuevas tecnologías a mis ideas políticas,
orientación sexual, o hábitos alimenticios.”
…..
“Recuerdo
con qué ingenuidad, hace más de un siglo, creíamos que nuestro futuro estaba en
lejanos viajes interestelares, que ahora sólo se planean a muy largo plazo y en
caso de extrema necesidad. Se soñaba en llegar cada vez más allá, cruzando
fronteras que no podíamos vislumbrar. Pero los viajes más importantes, las expediciones
más escalofriantes y los pasos más gigantescos para la humanidad fueron, por
supuesto, los que se realizaron dentro de nosotros mismos.”
(Mario Martín Gijón, Un día en la vida del inmortal Mathieu,
páginas 49, 147)
Brillante!
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