Rosa Montero
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 233 páginas.
Este libro publicado en marzo
de este año, sin ser un best seller al uso ni literatura de consumo, ha llegado
en tres meses a la novena edición. Rosa Montero lo escribió suturando biografía
y ficción y utilizando a Marie Curie como paradigma o arquetipo de referencia
en el que apoyarse para reflexionar sobre ciertos temas vividos en carne
propia.
Rosa Montero, en efecto, relata la vida de
Marie Curie antes y después del duelo por la muerte de su esposo Pierre. Y
relata igualmente su propia experiencia vital al lado de su marido, Pablo
Lizcano, también antes y después de su fallecimiento, intentado hallar sentido
a esas vivencias. Por eso este libro se convierte en un acto de creación. No
debe extrañarnos pues esa frase que produce escalofríos colocada en el
frontispicio del libro: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha
sucedido en la vida son mis muertos” (página 9). Casi al final de la
publicación la autora recuerda los resultados de un estudio, según el cual los
separados y los divorciados están más deprimidos que los viudos. Porque a los
primeros les falta una narración convincente, un relato consolador que le de
sentido a sus vidas.
Este relato es el que Rosa Montero nos
ofrece en este híbrido artefacto literario. Nos relata en efecto, sin
sentimentalismos, pero con la justa dimensión de dramatismo que encierran los
hechos, el truco más antiguo de la humanidad frente al dolor y al horror:
transmutar a través de la literatura el sufrimiento en belleza porque -y tiene
toda la razón la escritora- la literatura es un escudo poderoso frente al mal y
al dolor, un poderoso exorcismo frente a la desolación que produce la ausencia definitiva de un ser
amado. Su propio dolor por la muerte de quien fue su pareja, como he dicho,
amalgamado con el de la mujer Marie Curie, que no pudo despedirse de Pierre, su
esposo, contarle lo que fueron el uno para el otro; y por eso escribe un diario
en forma de carta, reproducido al final de este libro.
Un libro que, no obstante, brota del
sufrimiento y pivota sobre la vida de Manya Sklodowska, la física y química
polaca nacionalizada francesa, que descubre el radio junto a su marido Pierre y
fue la primera mujer en múltiples frentes: en recibir dos Premios Nobel, en
licenciarse y doctorarse en Ciencias en Francia, la primera en tener una
cátedra en la Sorbona. Una mujer que no lo tuvo fácil en ningún momento de su
vida: su crecimiento en un ambiente pobre y políticamente enrarecido; su lucha
contra el miedo y la oposición del mundo masculino a la visibilidad y ascensión
social de la mujer; su descubrimiento del radio en un ruinoso hangar; sus
despreocupada exposición a las radiaciones que le llevarán a la tumba, el fatal
fallecimiento de Pierre; su ausencia que no le cabe en la cabeza; su
enamoramiento a los cuarenta y dos años de Paul Langevin que le supuso un
verdadero linchamiento por parte de la puritana sociedad parisina y que
obscureció su segundo Nobel (año 1912). Una mujer de sobrehumana voluntad,
capaz de hacer milagros, con un gran compromiso humanista, pasional y también
con pequeñas mezquindades, muy dura, sobre todo contra sí misma, siempre tan
triste y con un cuerpo sometido voluntariamente a una brutal radiactividad
durante tantos años.
Un libro con un acontecimiento medular: el
fallecimiento de Pierre Curie que desencadena el relato de la vida de su
esposa, antes y después del fatídico accidente y que le permite a la autora
narrar en paralelo su propio duelo, que no es, sin embargo, un túnel cerrado a
la vida, como tampoco lo fue el de Marie Curie.
No es este libro incalificable un impúdico
tráfico con el dolor, sino un intento de hallar un sentido al mal y a la
congoja. Y para Rosa Montero ese sentido se encuentra en la narración. De ahí
nació este torbellino de palabras, escritas con un tono confesional, que nos
hablan de tú a tú, con una gran fuerza poética capaz de conmocionarnos, como
cuando la autora relata que Marie Curie guardaba coágulos de sangre y trozos de
los sesos de sus esposo para besarlos. Y también de horrorizarnos al hacernos
ver el pavoroso desprecio para su salud con que Marie manejaba el radio.
Hashtags, fotografías que interactúan con el texto escrito,
completan un libro híbrido, ambiguo y pantanoso, de lo que la misma autora es
consciente: la fusión entre la realidad biográfica y la ficción. Por eso
también a este libro cabe aplicarle la receta de Álvaro Pombo: la invención creativa,
la ficción, como marcador semántico que es, introducido en una biografía, anula
la exactitud de la realidad biográfica, por mucho que la escritora nos diga que
todos los datos del libro sobre Marie y Pierre están documentados, que no hay
una sola invención en lo factual. Pero ese marcador semántico no es un frívolo
adorno: expresa bellamente y de forma optimista la realidad biográfica. Es la
acción embellecedora y catártica de la literatura.
Francisco
Martínez Bouzas
Rosa Montero |
Fragmentos
“Eso
es lo que hizo Marie Curie cuando le trajeron el cadáver de Pierre: encerrarse
en el mutismo, en el silencio, en una aparente, pétrea frialdad. Llevaban once
años casados y tenían dos hijas, la menor de catorce meses. Pierre había salido
esa mañana como siempre camino del trabajo; tuvo una comida con colegas y, al
volver al laboratorio, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte
de mercancías. Los caballos lo sortearon, pero una rueda trasera le reventó el
cráneo. Falleció en el acto.
Entro en el salón. Me dicen: «
Ha muerto.» ¿Acaso pude una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a
quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba
estrechar entre mis brazos, esa tarde, ya solo lo volveré a ver muerto y se
acabó, para siempre. (Diario)
Siempre,
nunca, palabras absolutas que no podemos comprender, siendo como son pequeñas
criaturas atrapadas en nuestro tiempo. ¿No jugaste, en la niñez, a intentar
imaginar la eternidad? ¿La infinitud desplegándose
delante de ti como una cinta azul mareante e interminable? Eso es lo primero
que te golpea en un duelo: la incapacidad de pensarlo y admitirlo. Simplemente
la idea no te cabe en la cabeza. ¿Pero cómo es posible que no esté? Esa persona
que tanto espacio ocupaba en el mundo, ¿dónde se ha metido? El cerebro no puede
comprender que haya desaparecido para siempre. ¿Y qué demonios es siempre? Es
un concepto inhumano. Quiero decir que está fuera de nuestra posibilidad de
entendimiento. Pero cómo, ¿no voy a verlo más. ¿Ni hoy, ni mañana, ni pasado,
ni dentro de un año? Es una realidad inconcebible que la mente rechaza: no
verlo nunca más es un mal chiste, una idea ridícula.”
…..
“Hay
gente que, en su pena, se construye una especie de nido en el duelo y se queda
a vivir ahí dentro para siempre. Permanecen en ese lugar común, repiten el
destino de vacaciones, visitan ritualmente los antiguos lugares compartidos,
mantienen las mismas costumbres en memoria del muerto. Yo no creo que sea
bueno, o quizá sí, quién sabe, quién soy yo para decir cómo debe uno tratar de
superar una pérdida; pero, en cualquier caso, no es mi elección. Me cambié de
domicilio tras la muerte de Pablo (Marie también se mudó de casa cuando
enviudó) y el mundo tiene varios rincones que es posible que yo no vuelva a
visitar: Estambul, Alaska, Islandia, ciertas zonas de Asturias o estas
hermosísimas iglesias de madera.”
(Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, páginas 24-25, 88-89)
Una magnífica presentación.
ResponderEliminarGracias