El escalador congelado
Salvador Gutiérrez Solís
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín,
Barcelona, 2012, 335 páginas.
Se interroga Salvador Gutiérrez Solís por el
ADN, por los padres y madres de sus novelas y confiesa que pueden nacer de
cualquier imagen, de un recuerdo, de una canción… que, incluso difuminadas,
contribuyen a la gestación de la ficción de manera decisiva. Apostaría, por mi
parte, que en el caso de su última pieza, ha sido la imagen / noticia de un
anónimo escalador encontrado congelado, a punto de alcanzar la cumbre de una
montaña nepalí. Allí sigue conservado como una estatua inamovible, lo que se ha
transformado en semilla metafórica para orientar la escritura de una novela,
mosaico generacional, crónica de tantas derrotas y de sueños frustrados.
Ese es sin duda el tema de fondo de esta
novela puzzle de personajes, con historias cruzadas y a la vez calidoscopio, instantánea
de una generación que superada la juventud, vive su particular crisis
existencial.
Es invierno, un frío invierno sevillano.
Allí, en Sevilla, con el ritornello de la imagen del escalador congelado
regresando con frecuencia en el relato un puñado de personajes, sin estarlo
físicamente, semejan seres congelados anímicamente después de que las utopías
juveniles no cumplidas, estén dando paso
a una espiral de sueños rotos. Un mosaico generacional de compatriotas que un
día soñaron con la felicidad, con el amor, con la utopía y que ahora, víctimas
del desgaste del tiempo, malviven con un inmenso catálogo de frustraciones a
sus cuestas, pero sin resignarse a despedir definitivamente la juventud. Se
están asomando o ya están inmersos en los cuarenta, hacen balances y lo que
descubren es que las esperanzas no se han cumplido.
Una pareja (Susana y Jesús) que atraviesa un
mal momento. Un abismo se asoma ante ellos: el embarazo que no llega, ella
colgada de las tabletas de Orfidal o Trankimazin o visitando páginas de
internet a escondidas de su marido que, a su vez, suple la incomunicación con
pornografía y con infidelidades. El reino de la incomunicación (“Ya apenas me
tocas” le dice ella a él). Joao / Luna, una trans brasileña (“la dulzura de una
mujer y la fuerza de un hombre”) que persigue su propia identidad sin llegar a
alcanzarla. Amadeo, un cocinero exitoso en su profesión, locamente enamorado de
Marianna que le paga con el mismo amor hasta que la extorsión y la tragedia
impiden que sus sueños se hagan realidad. Y así hasta completar el puzzle de un
grupo de personas muy cercanas a la realidad, personas normales, pero
impotentes, frustradas en una etapa de sus vidas en la que las cimas
pretendidas en la juventud, se han convertido en ensueños que jamás serán
cumplidos. Tan incrustados en la obtusa realidad como el escalador en la
montaña helada.
Novela especialmente atenta a la intemperie
de seres rodeados de una vida social normal y víctimas al mismo tiempo de un
corrosivo desamparo interior, de una lacerante vulnerabilidad personificada
especialmente por Marianna. Atenta así mismo a lo que fuimos y a lo que somos,
a los legados construidos en las sombras y en el vacío.
La narración de Salvador Gutiérrez Solís
avanza a buen ritmo, desvelando secretos de los protagonistas: su vida visible
y su vida oculta. Y es en esta parte sumergida donde sus vidas se cruzan y
donde así mismo tiene lugar el amargo despertar de los sueños.
Con un lenguaje directo, alejado de
cualquiera tentación lírica -el lirismo desentonaría en esta novela-, Salvador
Gutiérrez Solís yergue la arquitectura constructiva de esta novela en base a
capítulos cortos, en los que con un ritmo y enfoque cinematográficos, va
entrecruzando las realidades vitales de hombres y de mujeres que componen un
retrato generacional teñido por la frustración, la impotencia, el miedo, la
vulnerabilidad, la soledad y el autoengaño, tan determinante así mismo en esta
ficción.
Francisco
Martínez Bouzas
Salvador Gutiérrez Solís |
Fragmentos
“-Qué
bien, poder levantarnos mañana a la hora que nos dé la gana -habla de nuevo Susana.
Jesús
está incómodo con el progresivo acercamiento de Susana. Que te folle
el del chat. En realidad es una especie
de castigo, de negación, de imponer su voluntad y no satisfacer a Susana. Jesús
piensa que Susana quiere hacer el amor con él en este momento porque viene
excitada de su conversación en el chat, muy excitada, tanto que necesita
calmarse y sentir un hombre muy cerca. Necesita sexo. Necesita que alguien le
susurre en el oído lo que ha leído en la pantalla del ordenador, que venga
el del chat y lo haga.
Padece
Jesús con estos pensamientos, los padece de una forma extraña, diferente.
Debería padecerlos, sentirlos con desagrado, con asco tal vez. Sin embargo, no
puede evitar una cierta sensación de agrado. Puede que no sea agrado la palabra, o sí, y curiosidad también es una palabra a tener en
cuenta”.
…..
“Durante
este tiempo, Amadeo continuó evolucionando la carta de La Placita, y, por tanto
continuó evolucionando como cocinero, o viceversa. Marianna, sin llegar a
acostumbrase al acoso y a los encuentros con Raúl, sí empezó a separarlos de su
vida con Amadeo. Es decir, Marianna compartimentó ese trozo, horrible y
detestable, de vida que le tocaba compartir con Raúl en un reducto muy
localizado y concreto de su interior. No impidió que ese espacio se le
pudriera, que muriese, que siempre le doliera, un dolor físico, mental que
atraviesa la carne; no lo impidió: todo lo contrario, ella mismo lo mató, lo
enterró, lo quiso lejos de su cuerpo, y logró reproducir ese sentimiento cada
vez que se encontraba con Raúl en La Paloma. Consiguió que la mujer que besaba
a Amadeo cada noche, la mujer que despertaba con Amadeo, la mujer que amaba a
Amadeo, no sabes cómo te quiero, permaneciese a salvo, lejos de lo podrido, muerto y enterrado, lejos
de ese trozo de ella que Raúl había pisoteado, vulnerado y ultrajado”.
(Salvador Gutiérrez Solís, El escalador congelado, páginas 97,
104-105)
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