La mano del emigrante
Manuel Rivas
Alfaguara, Madrid, 160 páginas.
(Libros de fondo)
La mano del emigrante (A man dos paíños en su edición gallega) no es el mejor libro de Manuel Rivas, ni el más famoso ni el más reciente. Su edición tanto en gallego como en castellano es del año 2001. Sin embargo, debido a cierto rechazo con el que fue recibido, merece la pena fijarse de nuevo en este producto metagenérico. En aquel libro el producto literario de Manuel Rivas fue visto muy cerca de la nada narrativa. Y según algunos lectores y críticos, estaba destinada a ser engullido por uno de esos agujeros negros que atrapan a tantos libros. Pero ¿era tan rasante la narrativa de Manuel Rivas en esta su obra, escrita unos años después de ¿Qué me quieres amor? o El lápiz del carpintero, posiblemente dos de sus obras más conocidas y alabadas?
No son preguntas de fácil respuesta, entre otras razones porque Manuel Rivas, por su carisma personal, por ser ese buen personaje sensible y sensato, tanto como escritor como as nivel de relaciones públicas, por encontrase en uno de los lugares preeminentes dentro de los sistemas literarios español y gallego, se le exige mucho más que a ningún otro escritor gallego. Si un libro de Manuel Rivas vende cinco mil ejemplares se considera un fracaso. Por mi parte reconozco que no me considero un feligrés incondicional del “manolorivismo”, que le lleve la contraria a críticos y lectores, mas tampoco me recluiré en ninguna otra capilla ni sumaré la mía a opiniones que no comparto.
Y algo, en efecto, en lo que no participo es en la idea de que La mano del emigrante (A man dos paíños) sea un producto inconsistente, poco menos que un pecado del escritor y de sus casas editoras. Al contrario, me parece una producción literaria muy interesante, por la forma desde luego, pero también por una parte de su fondo. No es una obra memorable, pero sí un libro innovador, un libro que en la lánguida inmovilidad conservadora carente de experimentación, excepto contadas excepciones,, se arriesga como mínimo a probar la ruptura del corsé de los géneros. La mano del emigrante (A man dos paíños) es ciertamente un libro metagenérico que acoge en sus páginas tres maneras de relatar: la ficción, la fotografía y el relato periodístico.
Es posible que la superación de los géneros no sea otra cosa más que una manía o debilidad posmoderna, una de las infinitas maneras de representar lo light, pero también puede ser algo innovador. Desbordar las formas canónicas, fusionarlas contaminándolas con otras formas de expresión artística, será, en mi opinión, el destino de la literatura de este siglo cuyo primer cuarto pronto concluirá. La clave está en saber si sigue existiendo literatura en esos productos híbridos y nuevos, o, parafraseando a Xosé Luis Méndez Ferrín, en un artículo (“Descenso ao Pego Negro”), si la ruptura de los géneros no supone el ocaso de los sentimientos radicales y la desaparición de la tragedia.
Manuel Rivas
Nadie puede poner en duda que en los tres aportes de Manuel Rivas hay grandes dosis de épica y de tragedia. La de la gente anónima y del común. El relato ficcional resulta ser, a nivel de estructura, una narración muy compleja, su arquitectura no es la corriente y canónica en una narración de sus características. Su lengua intensa y fuerte y su temática, sin ser sentimentaloide, no esconde las emociones y los sentimientos más radicales. Y es, por otra parte, un texto sumamente narrativo. El relato fotográfico con el que se sutura, es otra manera de decir lo mismo con una cámara fotográfica en las manos en vez de una pluma. Son las imágenes de las sensaciones y emociones, y en las mismas late el tránsito del tiempo que nos lleva desde la Torre de Hércules hasta la Torre de Hércules. Como la vida misma de los emigrantes y marineros que salen para regresar, aunque después la tragedia los abata en tierras o en mares extraños y lejanos.
Emigración y naufragio, dos situaciones límites en definitiva, bien reflejadas en este libro de un autor al que quizás por querer vivir de esto, se le aplica una vara de medir más rigurosa que la que empleamos con los que no son profesionales de la escritura.
Francisco Martínez Bouzas
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