No todos los cíclopes nacen ciegos
Sol Linares
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2022, 193 páginas.
La escritora venezolana Sol Linares (Trujillo, 1978) añade a su ya dilatada trayectoria narrativa, con varios títulos premiados, esta nueva entrega, No todos los cíclopes nacen ciegos, galardonada a su vez con el Premio Internacional Tristana de Literatura Fantástica, y que ahora edita la editorial palentina Menoscuarto. Parte de su trabajo figura además en varias antologías.
No todos los cíclopes son ciegos es una novela que hermana mitos pretéritos con varios de los actuales descubrimientos genéticos: la herencia genética de toda una estirpe se va acumulando y le otorga poder a las células para hacer aflorar en un individuo la monstruosidad que en el pasado algún miembro de su estirpe pudo haber inaugurado. Y para ello la autora nos relata la historia de Flora Mazzarri, ingeniera genética que reproduce retazos de su propia vida y de sus experiencias.. El resultado es una novela cuyas singladuras se entrecruzan con la ciencia y el mito.
Una cita sumamente elocuente de Carl Jung (“Todo lo que no remonta a la conciencia, vuelve en forma de de destino”) abre el marco de esta amalgama de pasado y del presente. Narrada en primera persona por la protagonista Flora Mazzarri, ella misma confiesa en el inicio que la había traído a Sicilia la singularidad del ADN familiar: “Más expresamente todo lo que un bebé cíclope expresó en nuestra constitución celular”. La placenta de una tía engendra un bebé cíclope. Su otra placenta será una botella llena de formol en donde jamás se desarrollará. Y desde su nacimiento será una muestra más en el museo de aberraciones. Ella cuenta su historia bajo la custodia de la ciencia y del mito.
¿El objetivo? Escudriñar en el paisaje familiar en búsqueda de ignorados errores y horrores. Y lo hará con la obsesión de un arqueólogo, llegando a meter sus narices en el capricho de las células de su propio clan, partiendo de la creencia de que la genética responderá a muchos interrogantes, y el mito abrirá caminos de interpretación, como ya habían afirmado los mitólogos del Círculo de Eranos. Las células, sostiene la narradora, no son inocentes; llega un momento en el que deciden cobrar las deudas de generaciones. La aleatoriedad pues en entredicho. A través de su madre, la protagonista se entera de la existencia de un cíclope en su familia. Un monumento del error, que nunca es arbitrario y el que está clavado el linaje de la familia, maleficio de un ancestro..
Finalmente la protagonista logra ver la monstruosidad del pariente cíclope y otros seres deformes, la calamidad de las formas humanas, “formados con la plastilina del martirio”. E instintivamente mete a su primo cíclope en la mochila. Lo había robado. Pero su cercano pariente llenará después su vida de extraña belleza. La lectura de la Odisea la induce a relacionar a su primo con el mito. Una epifanía le hace ver que es descendiente de Polifemo, de los dioses y eso hace que su vida cobre un nuevo sentido. Pero Po -así le llama al pariente cíclope suspendido en formol-, disfruta del arte de desaparecer, y eso ocasiona problemas en la familia. También toma conciencia de que su familia la había elegido a ella como buscadora para hacer aflorar las heridas del clan, las pistas de los sufrimientos de los antiguos.
Y dedica su vida a entender el fenómeno de la herencia en términos biológicos y kármicos. A relatar todo esto la autora dedica la última parte de la novela, quizás la más dura. Sin abandonar la genética y los mitos, la narradora ofrece la historia de los horrores del clan. Arma el puzle familiar llegando a la conclusión de que cada célula que se desarrolla en su familia, es un dibujo de una barbarie que comenzó ciento sesenta y tres años antes con la trata de esclavos, varios de ellos quemados en un viejo barco. Pero la bárbara degradación va muchos más allá, y hace rebosar su imaginación con el horror: un tatarabuelo se dedicó a tener hijas violándolas y fecundándolas repetidamente. Es entonces cuando la protagonista llega a entender de dónde proviene el error y el horror. El tatarabuelo que juntó su sangre con la de sus hijas había encendido la mecha de de los espantos.
Sol Linares
A pesar de profunda información científica que maneja la autora, con algunos errores como la afirmación de que el ensayo y el error son el mecanismo evolutivo, no conviene olvidar que este es un libro de literatura fantástica. Pero inteligentemente entrelazado con la ciencia, de tal modo que le llega hacer pensar al lector que la genética prueba la verdad del mito.
El descenso que hace la autora a los territorios de la deformidad y del horror como arqueóloga de su pasado, está narrado con una escritura briosa, potente, con un original dominio del aparato metafórico. Relata con crudeza los horrores, mas con una tonalidad poco menos que confidencial, incluso a veces tierna, íntima y sigilosa. Y las confidencias empujan al lector a desear saber la catarsis del final de la trama.
Francisco Martínez Bouzas
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