Pedro
Feijoo
Traductor:
Pedro Feijoo
Ediciones
B (Penguin Random House), Barcelona, 2020, 528 páginas.
En mi opinión, esta es la novela más dura publicada en la narrativa
gallega, lengua en que apareció por primera vez, aunque casi de forma
simultánea a la de la edición en
español. Tan inhuma, tan violenta que, aún teniendo mucho de thriller,
seguramente sería preciso encuadrarla en
otro subgénero: novela de la maldad. La novela no se compadece con la amenidad
de Os
fillos do mar / Los hijos del mar, la novela con la que debutó Pedro
Feijoo en la narrativa, el año 2012, ni con otras de sus novelas publicadas
a lo largo de estos años.
Un fuego
azul es una novela que, si en la
narrativa hubiera una deep web, una
red invisible como la de internet, debería estar en ese precipicio profundo.
Porque lo que Pedro Feijoo nos ofrece es una pesadilla tan monstruosa y
abominable que difícilmente tiene cabida en la narrativa normal: lo macabro
asentado en la ciudad de Vigo y en sus alrededores. Todo da comienza con una casa que arde y con un cuerpo echado
al pié de la escalera, pero la mujer no había muerto debido al incendio. Tiene
el cuello estrangulado. Es solamente el prólogo de una historia de maldades,
cuya lectura a veces resulta inaguantable; y en la que difícilmente se puede ir
más lejos en el ensañamiento. Es por eso posiblemente que para el autor no
resultó fácil escribir esta larga novela de más que quinientas páginas, en una
estructura no de todo lineal, en la que abundan los flashbacks. Y para el
lector asimilar algunas de sus páginas resulta vomitivo. Con victimarios que
primero fueron víctimas y sufrieron todo tipo de vejámenes, abusos y el
asesinato del ser más querido.
Bastara con mostrar, a modo e imágenes “expresionistas”,
breves rasgos de algunas secuencias: un “matrimonio republicano”: dos viejos,
desnudos, ahogados y desangrados en una
bañera, amarrados con alambre con puntas, y con las manos cortadas; un enorme
cerdo ocupado en devorar a un hombre vivo: primero le come la mano, después un
brazo y finalmente le deja la mejilla hecha trizas, despedaza por una mordedura
en un túnel de Cabo Silleiro; un policía
modélico, tan modélico que había sido torturador, metido en todos los
tinglados. Ahora ya jubilado, encerrado en una caja con el cuerpo untado de
manteca, atacado primero por un ejército de garrapatas y luego devorado
lentamente por las ratas, porque lo quieren ver morir de forma lenta y
dolorosa, devorado vivo por las alimañas;
un médico crucificado, clavado sobre una pared de hormigón.
Sin embargo, no fueron estas, las víctimas,
las que habían tomado las decisiones importantes y cuyas consecuencias pagan.
Los auténticos depredadores son otros: una larga estirpe de poder y de
corrupción moral.
Y ese atropello de los poderosos sobre la
gente humilde está muy presente en la novela. Mientras tanto, la policía se
enfrenta a los casos, y por ellos sabemos cómo va avanzando la investigación
criminal. Y un narrador que lo hace en tercera persona, nos informa sobre la
suerte de las víctimas /victimarios.
Esta novela es el paradigma de la violencia
más cruel. Su lectura provoca el enojo de pensar que la condición humana es capaz de llevar a cabo las peores
bajezas, porque los que deciden es la
gente de poder.
El autor articula un trabajo encomiable con
una estructura apropiada: el lector siempre sabe más de lo que descubre la
policía. Echa mano de las necesarias analepsis, emplea una lengua coloquial,
muy apropiada para entender una historia donde la misericordia está a años luz
de los seres humanos.
Francisco
Martínez Bouzas
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