María Antonia Ricas
Editorial Celya, Toledo, 79 páginas.
También la lírica, como ya he reiterado en alguna ocasión, lo aprovecha
todo, sin excluir de su temática y de su espinazo a la piedra, a las piedras,
elementos físico-químicos aparentemente poco propicios para ser cantados por los poetas. Sin
embargo, a lo largo de los longevos años
de la vieja literatura, lo han hecho, entre muchos otros Octavio Paz, Cesar
Vallejo, José Hierro, Pablo Neruda, Carlos Drumond de Andrade o Miguel
Hernández, si bien más que de piedras habla de la fortaleza de Líster al que
compara con la dureza de la piedra. O Gabriela Mistral, “poeta de las piedras”,
según Octavio Paz. Lo mismo hizo hace dos años una poeta toledana de largo
recorrido, María Antonia Ricas. Y no me cabe duda de que el gran paradigma de
la poesía sobre las piedras será su poemario Invisible en la piedra, en el que, partiendo de una cita del libro Piedras de Robert Caillois, un poema en prosa que poetiza las
piedras que contemplan impasibles el paso del tiempo. Un poemario en el que la
autora hace poesía sobre las piedras preciosas (veintidós en total, comenzando,
como no podía ser menos, por el diamante: “Qué cercana la perfección”), sobre
la piedra volcánica y sobre materiales orgánicos que compiten en valor con las
anteriores.
Pero los
poemas sobre las piedras de María
Antonia Ricas, desbordan la sustancia mineral u orgánica, y descubren el velo
de otras realidades inasibles y se convierten en sentimientos, en denuncias o en pensamientos, en operaciones
de verdad y no solamente en un sencillo o florido encantamiento retórico. Si Piedras resume parte de la ductilidad
del pensamiento de Callois, Invisible en
la piedra lo hace con el de María Antonia Ricas.
Si bien
es cierto que en cada poema, ante una piedra preciosa o un material orgánico, la poeta es prisionera
de esa piedra cuando es tallada por el hombre, en mi apreciación lo más
interesante del poemario es la historia hecha de pensamientos, de denuncias y
de sentimientos, a veces dirigidos a seres
íntimos y familiares, que la poeta extrae al ver, con la lupa de la
poesía, la belleza de una piedra.
Aunque a
la piedra le despreocupe su belleza, como afirma la autora en las conclusiones,
he cribado el poemario en búsqueda de
esas acciones de pensamiento, sentimientos y denuncias y, entre otros, hago
referencia a algunos de ellos: la transparencia del diamante “que tiene textura
de sangre sin consuelo”; huesos ahogados, convertidos en gemas que nadie
reclama; el anillo de rubí de la madre, recién fallecida que se había
alisado; la niña que, huérfana de su
hermana pequeña, “solo tiembla con el idioma de la vieja piedra sabia
(turquesa). No precisa de las burbujas del llanto, inicio de la piedra, pero
ahí está ante nuestros ojos insensibles el aire de la mirada de los que desde
las bravas agua miran hacia arriba, hacia los cascos modernos de los barcos. El niño que no quiere el
Grial, la vida verde de la esmeralda, solo desea estar donde su padre y su
madre que cayeron por escapar. El amarrado en brazos y piernas por la mujer sin
nombre; el amor que le arrancó los dientes de un golpe. El cristal breve de la
amatista que la niña de labios pintados para simular que no tiene diez años,
lleva bajo la piel para que no duela demasiado el desgarro rápido al que el
esposo tiene derecho. O la pequeña asesinada porque jugaba a hacer pulseras con
piedra pómez en vez de jugar a las casitas. ¿Qué importa el tiempo ante los millones
de años que tardó en formarse el azabache. Denuncia también del comercio carnívoro de depredadores por
tener un peine de carey.
La autora
emplea con acierto la emotividad de los vocablos, metaforiza abundantemente,
pero huye de las florituras y de los cultismos. Libro construido en parte con
la voz de Robert Caillois. Tonalidad versal bastante uniforme, algunos poemas
en prosa. Y aunque pueda parecer carmínica, la actitud de la poeta al cantar a
piedras de distinta textura, en el fondo, como ya quedó señalado, lo que
subyace es la denuncia, el sentimiento amoroso y el pensamiento convertido en
poema, como en “la edad de los poetas” que diría Alain Badiou.
Francisco Martínez Bouzas
María Antonia Ricas |
Breve selección de poemas
“Ella, una mujer sin nombre, pisó el regalo de la mariposa cuando consiguió
levantarse para ir al hospital. Dicen que la mariposa de jade es el amuleto
infalible del amor. Ella no necesitaba
tantísimo amor amoratado en brazos y piernas, al menos no ese amor que le
arrancó los dientes de un golpe.”
…..
Amatista:
“Con el velo blanco y acicalada como su madre o su
abuela cuando la compraron.
Ojos pintados, labios pintados por simular que no
No tiene diez años y menstrúa y sabe caminar con
Tacones.
Igual que el cuarzo más escogido ella es añil, morada
y tierna.
Lleva tatuada, oculta, una lágrima violeta de cristal benigno en la
entrepierna; así tal vez olvide que fue
una niña cundo jugaba a las bodas y las despedidas.
Y lleva bajo la piel otro cristal breve, púrpura para
que no duela demasiado
el desgarro
repetido
al que el esposo tiene
derecho.”
…..
Rojo cereza
“Las
tormentas se sucedían
durante
semanas; el rayo
prendía
todos lo oloroso.
Después
la lluvia. El líquido
espeso tomaba la sangre
del
pasado. Tan solo es eso
a
veces: un rojo temblor
paralizado
donde el fuego
habitaba.”
…..
“Hemos
amado siempre entre la sal, cogidas
a
la piedra,
habitando
la piedra.
Y
seguiremos amando.
Los
delfines traerán noticias del aire
despejado,
de la luz, de otros cuerpos breves.”
(María Antonia Ricas, Invisible en la piedra, páginas 31,33 57,61 )
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