Ocean
Vuong
Traducción
de Jesús Zulaika
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2020, 263 páginas.
Esta es la primera novela de Ocean Vuong
(Ciudad de Ho Chi Minh, 1988), cuya experiencia vital a pesar de su juventud,
es en sí mismo una historia que parece fabricada por la ficción. Autor de
varios poemarios, galardonados con distintos premios en Estados Unidos, y
profesor actualmente en Massachusetts, tras pasar un año en un campo de
refugiados en Filipinas y emigrar en 1990 a Norteamérica. Anagrama traduce este
libro veraz y muy hermoso, sobre todo muy humano, inspirado en las vivencias
íntimas del autor, llenas algunas de gran crudeza y otras de sutil hermosura.
Una vez más, estamos ante una novela de
autoficción, una tendencia literaria que cada vez se consolida más en los
sistemas literarios. La voz narrativa en la novela es Perro Pequeño, alter ego
del autor, un nombre con el que le
bautizó su abuela porque en el pueblo donde ella creció, al niño más pequeño y
débil, como era su caso, le ponían un nombre despreciable. Perro Pequeño fue el
nombre más tierno que hallaron. Perro Pequeño le escribe a su madre porque un
día estuvo dentro de ella. Pero es a la vez mamá y monstruo.
La voz narrativa reconstruye, en una carta a
la madre, la historia de la familia, marcada por la guerra de Vietnam y por la
emigración a los Estados Unidos. En el país americano, Perro Pequeño y su madre
se establecen en Connecticut, donde ella gana el sustento haciendo manicuras y
pedicuras. Pero la madre es víctima de un estrés postraumático que se
manifiesta en violentos estallidos de ira contra el hijo, que se alternan con
gestos de gran ternura. Con ellos habita la abuela Lan que tuvo la desgracia de
vivir el drama de la guerra en primera persona. Había huido de un matrimonio
contraído con un hombre mucho más anciano, y se había visto obligada a vender
su cuerpo a los soldados norteamericanos para poder mantenerse.
Según va creciendo, Perro Pequeño se hace
intérprete del imposible diálogo entre
las generaciones de su propia familia, sirviendo de lazo de unión entre dos
mujeres que no hablan inglés, y les cuesta integrarse en la cultura americana.
Pero en su tarea de responsabilizarse de los demás, Perro Pequeño aprende a
conocerse a sí mismo; experimenta la difícil relación con sus coetáneos que le
miran con suspicacia dada su diversidad, hasta que descubre el amor, un amor
homosexual por un joven americano, Trevor. En
la Tierra somos fugazmente felices es una novela de formación, que, a través de la relación entre hijo y
madre, habla de la construcción de la identidad, de la diferencia y de cómo aprendemos a ser poseídos por los
sentimientos.
Esta es una fría y escueta sinopsis de un
libro muy humano y muy bello. En lo que sigue, resalto algunos de esos rasgos.
Perro Pequeño le escribe a su madre para hacerle saber sus vivencias íntimas
quizás demasiado tarde porque se le ha hecho imposible aprender a leer a lo
largo de su corto periplo vital. Y lo hace, en primer lugar, para liberarse.
Liberarse de la propia madre, de la primera vez en la que le pegó con cuatro
años. De la abuela que viajaba en
espíritu dentro de sus historias, que llega a Saigón con sus hijos y, al no
hallar ningún empleo, acabó ejerciendo de de trabajadora sexual para los
soldados rasos norteamericanos de permiso. Con aguerrido orgullo no lo o culta:
Hice lo que cualquier madre habría hecho: encontrar un modo de comer. Se casa con
Paul, que no era uno de sus clientes. El protagonista es consciente de que carece
de nexos con Estados Unidos, porque el marido de la abuela -estadounidense- no es el padre de la hija de la abuela. A los catorce
años, consigue su primer trabajo en un campo de tabaco, y al mismo tiempo deja aflorar su homosexualidad, en una relación
con Trevor. Una relación que narra con detalle el autor y que da lugar a páginas
de alto contenido erótico. Por último regresa junto a a la madre, y le dice que
viene con las manos vacías, pero viene para hallar una razón para quedarse.
La novela, una carta de amor lacerado, es en buena
medida una descripción de la diáspora de los vietnamitas refugiados en Estados Unidos:
sus trabajos, su difícil integración. Escrita con una tonalidad intimista y con imágenes que
dejarán una huella profunda en el lector. Perro Pequeño conserva los recuerdos,
a pesar de que son fugaces, pero la memoria es una elección, como un día le dice
su madre.
Francisco Martínez
Bouzas
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