David
Diop
Traducción
de Rubén Martín Giráldez
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2019, 156 páginas.
Hermanos de alma es la primera pieza propiamente
narrativa del profesor y académico senegalés David Diop, residente en Francia y
especialista en las representaciones europeas de África en los siglos XVII y
XVIII. Su novela ha sido traducida a diversas lenguas y se ha hecho merecedora
de distintos premios, decididos, en su mayoría por votación popular. En esta
novela revela algo que teníamos olvidado: el horror de la Primera Guerra
Mundial, cuya descripción supera cualquier vocabulario. Así como el problema de
la culpabilidad del superviviente que, en gran medida, contribuye a aumentar la
crueldad bélica. Y pone en tela de juicio lo que es la traicción y la lealtad.
Novela impactante por esa y otras muchas razones que a finales de 2019 traduce
al español Anagrama.
Todas las guerra son desgarradoras, pero la
Primera Gran Guerra lo fue por partida doble. No solo por las atrocidades que
se nos revelan, sino por el comportamiento alucinado y vengativo de tantos jefes
militares, y el de un joven senegalés,
reclutado por el ejército francés y que participa en una batalla terrorífica.
Una novela que seguramente se ajusta a la verdad porque Diop vivió su infancia
en su país de origen y es muy posible que lo que nos relata está muy
influenciado por la tradición oral, latente desde finales de la Gran Guerra
entre sus convecinos. Pero lo que es privativo del autor es la capacidad de
introducirse en las mentes y en los sentimientos de los protagonistas que
vivieron hace más de un siglo. Eso se lo debemos a la capacidad fabuladora y a
la vez empática del escritor.
Durante la Primera Guerra Mundial, los
jóvenes africanos y de otras colonias francesas fueron prácticamente
esclavizados. Reclutados a la fuerza en la Legión Extranjera. Entre ellos
estaban los fusileros senegaleses. Uno de ellos es Alfa Ndiaye.
A su lado combate en las trincheras su amigo y más que hermano Mademba
Diop que resulta herido gravemente en el frente. En una cruel agonía, y con las
tripas salidas de su cavidad, le pide a su amigo una y otra vez que lo mate por
amistad, que le evite los terribles sufrimientos que está padeciendo. Pero Alfa
Ndiaye es incapaz de cumplir sus deseos.
Y a partir de aquí nos enfrentamos con una
tortura psicológica estremecedora, porque sobre Alfa Ndiaye surgen sentimientos
de culpabilidad, entremezclados con su cultura ancestral, en la que tanta
relevancia tienen los ritos y la magia. Es a partir de la muerte de de Mademba,
cuando Alfa se cree responsable de la muerte de su hermano, obligado a vengarle
y comienza su propia guerra porque escucha la voz de la desagravio cada
segundo. Lo hará incursionando por las noches en el territorio enemigo, matando
a un soldado y regresando con su mano. Es el trofeo con el que cree vengar al
amigo. Y aunque llega a considerarlo inhumano, lo hará por decisión propia. La
novela, aunque sin estos espeluznantes actos vengativos, refleja la Gran Guerra
como ahora la vemos en algún documental: el terrible y espantoso horror de una
guerra repleta de horror, sufrimiento y salvajismo.
La literatura es una manera de devolver la
palabra a los vencidos. Los soldados senegaleses de la Legión Extranjera -los trailleurs- fueron oficialmente
vencedores, pero nunca se les recompensó con lo prometido: la nacionalidad
francesa. Es la forma del colonialismo europeo de subyugar a tantos países y
seres humanos de África y de Asia, a los que, con el engaño, emplea como
modernos esclavos, precipitados en la más sanguinaria de las guerras.
Novela que no solo es historia de una
venganza, exigida por el dolor y la amistad y ciertos resabios de los ritos y
magias africanas (el protagonista que consuma la venganza no quiere que el peso
de la vergüenza por la venganza, se añada al de su muerte). Sino sobre todo es
un relato de amistad entre los seres humanos de segunda categoría que Francia
utilizó para obtener la victoria en una guerra, paradigma de la más absurda de
las barbaries y locuras. Hace dos años que se celebró el centenario del final
de la Primera Guerra Mundial. David Diop publicó la versión original francesa
ese mismo año; una victoria sobre el silencio, escrita es primera persona, e un
estilo a la vez sencillo y profundo, sin decoraciones superfluas, pero no
exenta de cierta tonalidad poética que el autor sabe utilizar sin usar grandes
recursos floridos.
Francisco
Martínez Bouzas
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