De la mano
generosa de Celia Bermejo, una de las promotoras y animadoras de Editorial Celya,
una sociedad cultural que tomó forma a
través de un grupo de amigos, acabo de recibir seis títulos, seis novedades de
su ya amplio fondo de cuatrocientos títulos, la mitad de ellos de poesía.
Estaba interesado en leer y reseñar La
casa salvaje de Ángela Álvarez Sáez,
una poeta por mi conocida, ganadora con este último título del Premio León
Felipe de Tábara (Zamora). Pero la esplendidez
de Celia Bermejo me ha hecho llegar seis novedades: la obra mencionada La
casa salvaje, La sombra iluminada de María Luisa Mora, Ser mayores es un timo de Belén Reyes, Salir de un Hopper de María Antonia Ricas, Cuando sonríen de María Antonia Ricas, ilustrado por José Antonio
G. Villarrubia y un libro en narrativa, El asesino de J. Gonper, que a primera
vista parece un libro seductor.
Hoy quiero ofrecer como primicia un sencillo
poema, compuesto sin apenas artificios literarios, con labras frescas y cotidianas, pero con indudables cargas de profundidad contra las
posturas xenófobas que crecen sin cesar aquí en España y en otras partes del mundo. Pero antes de
plasmas en estas líneas los versos de Belén Reyes, permítase copiar el origen
de Celya, hoy radicada en Toledo, entresacado de su presentación editorial y en
palabras de Celia Bermejo:
“Un día tomaba unas notas en una cafetería cuyos
cristales miraban un mirador que daba al río Duero a su paso por Zamora, con
miras a introducirles en qué consiste CELYA y los proyectos que pretendemos
desarrollar desde aquí... La cosa iba de mirar para que ustedes viesen. La cosa
iba de mirar para elaborar con orden las ideas y la memoria de modo que crease
un hilo conductor que sirviese de engranaje en esta presentación. De algún modo
debía rodar y rodar y elaborar un texto que funcione como nexo, en una
conjunción que nos ha hecho coincidir en este tiempo y en este espacio.
Parecía fácil. También parecía difícil. Dudaba. A
veces, casi siempre, el dudar es una continua duda. Llamé por teléfono a un
psiquiatra de urgencias sociales. Vete a los orígenes, me contestó. Luego,
colgó el teléfono. El muy cabrón siempre me dice lo mismo para no equivocarse.
En un principio pensé que me mandaba a freír gárgaras... Luego, tras unos
instantes de pensar en rayos, truenos y centellas, me lo tomé al pie de la
letra y me fui a los orígenes.
No están muy lejos: Incluso, mucho más cerca que
Atapuerca. Sólo dos años. Era mayo; era el mes de mayo, el mes que más inspira
a las alergias, a las migrañas ciclotímicas, a los gusanos de seda, al polvo
enamorado y a los poetas hipocondríacos.
Recuerdo que nos juntamos en un par de bancos de una
plaza pública de Salamanca. Éramos un grupo de gente heterogénea a los que nos
había reunido la Vía de la Plata, el Camino de Santiago, el Canal de Castilla,
el azar universitario y nuestra circunstancia. Todos nos dedicábamos al acto de
crear: Narradores en periódicos provinciales; mulatos de blancos literarios con
firma y fama; pintores con música, con musa, con inspiración, con transpiración
y con ideales; una ilustradora especializada en suicidas; un tocador de
guitarra y antiguo tuno charro; una escultora japonesa minimalista; un filósofo
portugués que sólo viste de negro y que entonces pensaba con el bajo vientre y
varios poetas de esos que están siempre en ciernes de inexistirse.
Por esas fechas todos rondábamos la treintena o más.
Por esas fechas estábamos a punto de casarnos con la vida o de divorciarnos de
los excrementos del mundo. Por esas fechas estábamos a punto de ser y de no
ser. Alguien dijo una vez que en España sólo se perdonan las faltas que se
cometen de cintura para abajo. Aún así, allí estábamos nosotros a puntito de
crear a C.E.L.Y.A.”
“En mi casa vivían
magrebíes.
Se fueron sin pagar
dice el casero.
La portera me paró
En el descansillo.
-qué bien que hayas venido,
tú no sabes…
los guarros que eran estos moros.
Vivían un montón
y entraban y salían.
Recogían muebles de la calle,
no sabes qué trajín tenían…
Y como no tengo nada que hacer,
más que poner cara de que voy con prisa…
Me despido educadamente
de la gorda portera.
Y pienso.
Pienso mucho porque es gratis
y se me da de perlas.
Yo también tengo muebles
recogidos en la calle.
Pelusas por el pasillo
y me siento extranjera.
Vivo sola pero tengo un trajín de gente
dentro donde el pecho.
Piernso…
cojo una manzana
y mientras muerdo el mundo…
sueño con una bonoloto,
en los que haría…
invitar este año a la portera
a un paseíto en patera
(Belén
Reyes, Ser mayor es un timo, páginas
23-24)
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