sábado, 24 de agosto de 2019

UN POEMA SOBRE LOS CUERPOS


Los cuerpos
Marina Carretero Gómez
Prólogo de Sònia Moll Gamboa
Fundación Devenir Poesía y Ensayo,  Torrejón de la Calzada (Madrid), 2019, 58 páginas.

  
 

    En una red social, bajo la imagen de varias mujeres desnudas de distintas edades, acabo de leer este comentario: “Todas las edades y cuerpos son bellos”. Una afirmación que no entra en la dicotomía cuerpo-alma, pero que me impulsó a leer con otro talante uno de los poemas de Los cuerpos de Marina Carretero Gómez (Madrid, 1985). Los cuerpos  es su segundo libro de poemas, y en él nos habla de los cuerpos, de todos los cuerpos que somos y que vamos siendo a lo largo de nuestra vida. La autora se enfrenta pues a las glorias y a los duelos de la carne, un hecho casi insólito en la escritura poética. No faltan escritores que  hayan compuesto admirables poemas sobre la belleza de un rostro, de unos ojos, de unos labios. Incluso sobre la beldad de un cuerpo joven, especialmente femenino.   ¿Pero qué poeta canta la decrepitud de un cuerpo, tanto femenino como masculino, consumido por las arrugas de los años?
   El cuerpo humano ha sido visto como habitáculo de todas las muertes, escribe la prologuista Sònia Moll Gamboa. Y así arranca el poemario: con los cuerpos fríos besados de los abuelos; con el cuerpo de la madre extinguido y muerto tantas veces. Un libro pues que también habla de la muerte “que palpita en las vísceras”. Mas también de la vida, porque los cuerpos son vida, vida hermosa, vehículos del deleite, de la completitud humana. En frente, tenemos la concepción de los griegos, sobre todo del platonismo, heredada por el cristianismo platónico durante tantas décadas: el cuerpo es el estorbo del alma. Una concepción que todavía no hemos superado, al menos en los fundamentalismos religiosos.
    

                                                   
La belleza de las manos viejas y ajadas


   Reconocemos la belleza de los cuerpos jóvenes, pero no la de los cuerpos decrépitos y decadentes. Y sin embargo, los cuerpos humanos, masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, son hermosos.
   Al contrario de lo que defendió Platón, los cuerpos forman parte del mundo de los valores y de los “modelos ideales”. Más tarde, en la filosofía escolástica, se hablará de “en unión substancial” del cuerpo con el alma. ¡Qué absurdo sería decir hoy que la relación con el cuerpo le impide al alma vivir una vida feliz! ¡O seguir creyendo en el mito del carro alado, no solo con un cuerpo que es enredo y estorbo, sino con un alma concupiscible, unida a los instintos más bajos del cuerpo! Seguramente que, a nivel teórico hoy nadie defiende ese dualismo platónico, pero en realidad sigue estando presente, sobre todo en ciertas prédicas religiosas.
   Reproduzco como primicia el poema XXVI que María Carretero Gómez titula precisamente “Los cuerpos”. Una exaltación sin alardes, pero con buen trasfondo conceptual de los cuerpos. De los cuerpos que no existirían “sin otro que le dé existencia”; los cuerpos que invocan las genealogías, que fueron flor por un día y yacerán en una tumba; cuerpos con uñas y manos para acariciar. El cuerpo, en definitiva, como vehículo de la vida, del amor, de los deseos, contra todos los tabúes. He aquí una parte de la poética del cuerpo de una joven poeta: Marina Carretero Gómez que, sin citar a Alejandra Pinarnik estoy seguro que comparte su auspicio: “Que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones”.

Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Marina Carretero Gómez

  
Poema “Los cuerpos”

I

“Nunca antes había visto este rostro.
¿De quién estos nuevos años,
este vacio impronunciable?
Hube de redefinir mis fronteras
sin la extensión de tus manos
¿dónde comienza un cuerpo
Sin otro que le dé existencia?
              En mi piel tu accidente.
Habrán de reaprenderme
los que siempre estuvieron.
Quienes no me supieron antes
ya nunca conocerán tu nombre.”

II

Tuve un cuerpo con el que bailé
sobre los pies de mi padre
               -una vez también tuve un padre,
sobre sus hombros acaricié el cielo
como una cometa.

III

Fui flor que rompe el asfalto
en medio de una carretera,
rodeada de humo, sola,
y la tumba a la que nadie
se acordó de llevar flores.

IV

Tuve fiestas en la piel
que transcienden todos los nombres.

V

El poema desde todos mis cuerpos,
la arritmia en el pecho, la sangre
en las letras. Las vísceras abiertas
recuperando  el tiempo: intacta la sonrisa
espasmo de nervio herido. Como si
en el cuerpo la tierra
nunca sucediera.

VI

Otra piel, otras uñas,
otras manos
estas manos
[que] nunca te han acariciado.

VII

Los mismos ojos de entonces.
El mismo vértigo de pupila, aunque vaya
ensombreciéndose  la infancia tejiendo
un velo de mirada antigua. Los mismos ojos
que miraban como si no pudiera
caber en ti el cadáver, como si todavía
no existiera la ausencia.”

(Marina Carretero Gómez, Los cuerpos, páginas 40-46)

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