Marina
Carretero Gómez
Prólogo
de Sònia Moll Gamboa
Fundación
Devenir Poesía y Ensayo, Torrejón de la
Calzada (Madrid), 2019, 58 páginas.
En una red social, bajo la imagen de varias mujeres desnudas de
distintas edades, acabo de leer este comentario: “Todas las edades y cuerpos
son bellos”. Una afirmación que no entra en la dicotomía cuerpo-alma, pero que
me impulsó a leer con otro talante uno de los poemas de Los cuerpos de Marina Carretero Gómez (Madrid, 1985). Los cuerpos es su segundo libro de poemas, y en él nos
habla de los cuerpos, de todos los cuerpos que somos y que vamos siendo a lo
largo de nuestra vida. La autora se enfrenta pues a las glorias y a los duelos
de la carne, un hecho casi insólito en la escritura poética. No faltan
escritores que hayan compuesto
admirables poemas sobre la belleza de un rostro, de unos ojos, de unos labios.
Incluso sobre la beldad de un cuerpo joven, especialmente femenino. ¿Pero qué poeta canta la decrepitud de un
cuerpo, tanto femenino como masculino, consumido por las arrugas de los años?
El cuerpo humano ha sido visto como
habitáculo de todas las muertes, escribe la prologuista Sònia Moll Gamboa. Y
así arranca el poemario: con los cuerpos fríos besados de los abuelos; con el
cuerpo de la madre extinguido y muerto tantas veces. Un libro pues que también
habla de la muerte “que palpita en las vísceras”. Mas también de la vida,
porque los cuerpos son vida, vida hermosa, vehículos del deleite, de la
completitud humana. En frente, tenemos la concepción de los griegos, sobre todo
del platonismo, heredada por el cristianismo platónico durante tantas décadas:
el cuerpo es el estorbo del alma. Una concepción que todavía no hemos superado,
al menos en los fundamentalismos religiosos.
Reconocemos la belleza de los cuerpos
jóvenes, pero no la de los cuerpos decrépitos y decadentes. Y sin embargo, los
cuerpos humanos, masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, son hermosos.
Al contrario de lo que defendió Platón, los
cuerpos forman parte del mundo de los valores y de los “modelos ideales”. Más
tarde, en la filosofía escolástica, se hablará de “en unión substancial” del
cuerpo con el alma. ¡Qué absurdo sería decir hoy que la relación con el cuerpo
le impide al alma vivir una vida feliz! ¡O seguir creyendo en el mito del carro
alado, no solo con un cuerpo que es enredo y estorbo, sino con un alma
concupiscible, unida a los instintos más bajos del cuerpo! Seguramente que, a
nivel teórico hoy nadie defiende ese dualismo platónico, pero en realidad sigue
estando presente, sobre todo en ciertas prédicas religiosas.
Reproduzco como primicia el poema XXVI que
María Carretero Gómez titula precisamente “Los cuerpos”. Una exaltación sin
alardes, pero con buen trasfondo conceptual de los cuerpos. De los cuerpos que
no existirían “sin otro que le dé existencia”; los cuerpos que invocan las genealogías,
que fueron flor por un día y yacerán en una tumba; cuerpos con uñas y manos
para acariciar. El cuerpo, en definitiva, como vehículo de la vida, del amor,
de los deseos, contra todos los tabúes. He aquí una parte de la poética del
cuerpo de una joven poeta: Marina Carretero Gómez que, sin citar a Alejandra
Pinarnik estoy seguro que comparte su auspicio: “Que tu cuerpo sea siempre un
amado espacio de revelaciones”.
Francisco
Martínez Bouzas
Poema “Los
cuerpos”
I
“Nunca antes había
visto este rostro.
¿De quién estos
nuevos años,
este vacio
impronunciable?
Hube de redefinir
mis fronteras
sin la extensión de
tus manos
¿dónde comienza un
cuerpo
Sin otro que le dé
existencia?
En mi piel tu accidente.
Habrán de
reaprenderme
los que siempre
estuvieron.
Quienes no me
supieron antes
ya nunca conocerán
tu nombre.”
II
Tuve un cuerpo con
el que bailé
sobre los pies de
mi padre
-una vez también tuve un padre,
sobre sus hombros
acaricié el cielo
como una cometa.
III
Fui flor que rompe
el asfalto
en medio de una
carretera,
rodeada de humo,
sola,
y la tumba a la que
nadie
se acordó de llevar
flores.
IV
Tuve fiestas en la
piel
que transcienden
todos los nombres.
V
El poema desde
todos mis cuerpos,
la arritmia en el
pecho, la sangre
en las letras. Las
vísceras abiertas
recuperando el tiempo: intacta la sonrisa
espasmo de nervio
herido. Como si
en el cuerpo la
tierra
nunca sucediera.
VI
Otra piel, otras
uñas,
otras manos
estas manos
[que] nunca te han
acariciado.
VII
Los mismos ojos de
entonces.
El mismo vértigo de
pupila, aunque vaya
ensombreciéndose la infancia tejiendo
un velo de mirada
antigua. Los mismos ojos
que miraban como si
no pudiera
caber en ti el
cadáver, como si todavía
no existiera la
ausencia.”
(Marina Carretero Gómez, Los cuerpos, páginas 40-46)
Sorprendida y agradecida.
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