Ángela Álvares Sáez
Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2016, 89 páginas.
Ya desde las retóricas clásicas se conocía
con el nombre de écfrasis a la figura equiparable a la hipotiposis, es decir,
una descripción vívida e intensa, capaz de evidenciar e incluso de materializar
visualmente la realidad representada en el discurso. A partir del siglo XVIII,
el término restringe su significado, mas sin perder nunca esa marca de
sugestión visual, capaz de colocar delante de los ojos algo ausente,
descripción especialmente de una pieza artística de naturaleza plástica, por
ejemplo, una pintura. Este proceso de restricción conceptual remite al sofista
Filóstrato de Lemos, y sobre todo al tópico de Horacio, considerado canónico: “ut pictura poisis”. Pero fue,
principalmente, un trabajo de Leo Spitzer el que representa el momento
definitivo en el que los teóricos acotaron el término y comenzaron a indagar en
la mímesis desde el texto écfratico, por cuanto este incorpora una representación
de una representación, priorizando además a la poesía como arquigénero
ecfrático privilegiado. Sin embargo, en el tratamiento de la écfrasis, la
poesía contemporánea promueve una cierta discontinuidad entre la pieza
artística y el texto literario, disminuyendo la correlación descriptiva en
beneficio de una consideración estética. Un impulso crítico-hermenéutico
sobrepasaría así al simplemente mimético. La écfrasis funcionaría así como
objetos tonales, como constructos verbales, ontológicamente equivalentes a una
obra artística de carácter plástico.
Es en este sentido como una joven poeta,
Ángela Álvarez Sáez, que tiene en su haber varios poemarios y ha cosechado no
pocos premios -entre ellos, finalista en tres ocasiones del Premio Adonais-
reescribe verbalmente un buen número de piezas pictóricas de Frida Kahlo,
permitiéndonos observar, sobre todo a través de la imaginación convocada,
múltiples connotaciones de las pinturas más emblemáticas de Frida.
Los cuarenta y nueve poemas más dos textos epilogales
de La columna rota más que describir
interpretan las pinturas de la artista mexicana. Ese fue su propósito tras su
regreso de México y la visita a “La casa azul”: “…soñé que la pintura de Frida
Kaholo se convertía en un organismo que iba creciendo célula a célula, trepando
como un animal arcaico por la raíz de
los poemas que yo iba escribiendo” (página 15). Y ciertamente el organismo y el
entero yo de la pintora de Coyoacán se presta para esa hermenéutica ecfrática,
porque Frida Kahlo, en todos sus cuadros, refleja su vida, su amor
incombustible por el ogro devorador de mujeres que fue Diego Rivera. Sus
tristezas y sufrimientos suelen ser interpretadas como símbolos del dolor que
Frida sufría en todo su cuerpo y también en su alma.
Por eso, a pesar de la tonalidad onírica de
algunos de sus cuadros, Frida, como ella misma decía, nunca pintó sueños o
pesadillas. “Pinto mi propia realidad”, solía repetir.
A través de una arquitectura poética
cuadripartita, los textos poéticos de Ángela Álvarez convocan e interpretan las
pinturas de Frida Kahlo, permitiéndonos ver más de lo plasmado en los cuadros
que se ajustan en general a las etapas existenciales y vivenciales de la
pintora. El nacimiento, el conjuro del verbo nacer, con el “cuerpo que se sostiene
como muerte” (página 19); las raíces, la herida inevitable, la inútil oferta a
Diego Rivera de la fertilidad con el dolor “como cientos de pisadas de caballo”
(página 25).
“Amor y dolor”, la segunda parte que
explica las pinturas en las que Frida refleja sus heridas, convertida quizás en
presa. Es aquí donde encontramos “La columna rota”, los versos que rotulan el
poemario, y que encarnan la representación seguramente más conocida de Frida
Kahlo: desnuda desde la cintura para arriba, usando un corsé de acero que
envuelve su cuerpo, con una dramática abertura que nos permite ver una columna
hecha pedazos. Es la gran metáfora del dolor y de la soledad de la artista que
“inventa monstruos sobre la superficie de la tierra”, con una “tempestad de
clavos” atravesando todo su cuerpo. La écfrasis de Ángela Álvarez se detiene en
varios de los autorretratos de Frida (“Autorretrato con collar de Espinas”,
“Autorretrato con el pelo cortado, “Autorretrato con el pelo”…). Frida pinta
autorretratos, múltiples autorretratos, debido a su soledad: “Pinto
autorretratos, escribió, porque estoy mucho tiempo sola.”
En la tercera parte se transforma en poema
la memoria que también nutre algunas pinturas de Frida: el clan familiar
concibiendo “el útero materno como el lugar donde se concentra toda la memoria”
(página 49; el camino de la paz de Doña Rosita Morillo; viva presencia de la
memoria azteca que puede ser restaurada para regresar al origen. Y más
autorretratos que son también una forma de conservar la memoria.
Finalmente la auscultación de la muerte, esa
muerte que “se deshace en materia líquida”, “el
instante en el que fermentan / imágenes oníricas de seres emplumados”
Si los cuadros de la pintora arrancaron
algo a la muerte, los poemas de Ángela
Álvarez son igualmente una conjura contra el tiempo porque no solamente
expresan la emoción de una pintura sino que la absorben lingüísticamente. Y
aunque, como escribió Walter Benjamin (Tesis
de filosofía de la historia o sobre el concepto de historia) la construcción
histórica se consagra a la memoria de los que no tienen nombre, la voz poética
de Ángela Álvarez lo hace en estos versos, estrofas y poemas a alguien que sí
tiene nombre, un nombre vapuleado por el dolor y por los innumerables abismos
por los que transcurrió la vida de Frida Kahlo, y que pudo sortear gracias a su
pintura, esos cuadros tantas veces pintados en el lecho. Hay seres
prácticamente anónimo relacionados con Frida Kahlo a través de Diego Rivera
(Angelina Beloff o Lupe Marín que con sus guisos le alegraba la vida del gran
panzón en la Casa Azul), merecedores igualmente de recobrar vida a través de la
poesía. Lo han logrado en la prosa gracias a Elena Poniatowska. Mas honrar la
memoria de de los seres anónimos es tarea mucho más ardua que hacerlo con los
célebres.
Poesía, la de Ángela Álvarez, quizás dura,
áspera en algunos momentos. Radiografía del dolor que nos perfora no solo los
sentimientos sino también la conciencia. Poemas cuadros concentrados, en los
que conviven harmónicamente versos, estrofas,
poemas de distintas tonalidades y hechuras, con presencia de prosas poéticas,
si bien tendiendo a tonos versales y compositivos clásicos. Poemas que, a pesar
de su intenso componente melódico, no se descoyuntan como un terremoto. En
general, el volcán versal con el que la voz poética de Ángela Álvarez se deja
sentir en este poemario, se transforma en suave sinfonía.
Un poemario cuya riqueza semántica y su
expresión lingüística se adecúa perfectamente al fondo temático: esa pintora
mexicana, víctima de los padecimientos que marcaron su vida, y una obra símbolo
del sufrimiento que la lectura de los poemas de Ángela Álvarez nos permiten
conocer mejor.
Francisco
Martínez Bouzas
Selección de
poemas de La columna rota
La columna rota
“Es el dolor
el artífice de esta pesadilla,
quien inventa
monstruos sobre la superficie de
la tierra.
Como una
tempestad de clavos, irrumpen las bestias de mi
carne,
con sus collares de heridas congénitas.
El Minotauro
está en el bosque.
Cuando los
hombres duermen, rompo la placenta,
lamo las
húmedas escamas de la ausencia de cuerpo,
y salgo a
cazar animales inexistentes.”
(página 33)
…..
Autorretrato con pelo suelto
“En Coyoacán,
Méjico, las imágenes llevan inscritos los
signos del desamparo.
Seres
insonsistentes atraviesan los gruesos muros que
rodean la herida.
La tierra
creó mi cuerpo en un acto de silencio.
Y ahora mis
facciones se han transformado en un luto de
dimensiones abisales.
En Coyoacán,
Méjico, me pinté a mí misma, al otro lado
del tiempo donde quiebra el desconsuelo y
la memoria.”
(página 37)
Materia y
memoria
I
“He
vuelto al mismo lugar del que partimos. Delante de mí hay una puerta sobre la
que destacan unas letras rojas. «Santuario». Luego aparece
Frida con un hacha y rompe los cerrojos de la habitación donde nos habían
encerrado. Frida se refugia como un animal herido debajo del objeto-cuerpo. Yo
miro por la ventana y veo aparecer un lobo que enseña los dientes y avanza hacia
donde estamos.
II
Quien
habla es el lenguaje inventando superficies y contornos. Sin embargo, la
memoria perteneces al fondo último de las cosas. Su latido originario abre y
cierra cicatrices, y nos obliga a encadenar nuestras palabras al monstruo voraz
del tiempo.
III
La
materia extiende sus raíces como una cartografía del interior del poema. Su
herida en movimiento crea arrecifes y
huracanes. Mi cuerpo está vacío de emociones, y aún así, noto en mi pulso un
temblor lleno de escamas.”
(páginas
62-63)
…..
Recuerdo de la herida abierta
“Bajo
la atenta mirada de guerreros aztecas,
la
noche guarda una herida de alacranes
en
el recinto cerrado del miedo.
Dios
ha abierto sus alas tentadoras
y
nos conmina a entrar en el territorio de los vivos.
Dentro
del corazón del presente fermentan los cuervos
amarillos del pecado.
Dios
ha abandonado sus dominios.
Y
tal vez algún día seamos perdonados por ello.”
(página
75)
Toda una reflexión...
ResponderEliminarParece ser de un estilo muy singular el de esta poeta. Me gustan mucho los poemas que nos cuentan historias, además aquí el dolor está pintado con tan diversas imágenes que no altera la lectura, pero conmueve. Es de un contenido muy fuerte y a la vez atrapante: "Cuando los hombres duermen, rompo la placenta,lamo las húmedas escamas de la ausencia de cuerpo,y salgo a cazar animales inexistentes.”
ResponderEliminarComo siempre tu reseña nos muestra una forma, un modo, un camino diferente para contarnos con poesía esa vida que Frida pintó y que es evidente que Ángela Álvarez conoce muy bien y lo dice en versos y desde la mirada femenina.
Saludos.
Un estilo, el de Ángela Álvarez Sanz, que bascula entre la poesía clásica y otra más innovadora. la relectura que, desde la poesía, hace de los cuadros de Frida Kahlo es acertada y muy estimulan. Un poemario que invita a su lectura.
EliminarGracias por tu palabras, palabras de atenta lectora, sobre todo con relación al libro, porque lo que dices sobre mí, pienso que es inmerecido.
Cantar a las ´pinturas, es una forma de arte poética que han hecho grandes poetas clásicos, como Rubén Darío, Machado, Góngora, etc, no es un arte fácil de hacer, ya que se debe conocer a fondo la obra pictórica para inspirarse en ella y lograr algo sublime, como en este caso veo en los poemas que nos muestras de esta extraordinaria poeta Ángela Álvares Sáez. Las pinturas de Frida sabemos son arte surrealista y su parte doliente de vida se vé reflejada en muchas de sus pinturas, y es ahí donde el trabajo poético de esta poeta hace gala a las vicisitudes que se manifiestan en la obra de la pintora mexicana. Veo un halo onírico en su expresión, muy hermoso, así que felicito su obra y felicito la calidad indiscutible de tu reseña. Gracias por el placer que siempre me proporcionas al poder leerte. Un abrazo.
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