lunes, 8 de mayo de 2017

"EL DOMINGO DE LAS MADRES": UNA PEQUEÑA JOYA LITERARIA



El Domingo de las Madres

Graham Swift

Traducción de Jesús Zulaika

Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 162 páginas.



   Una de las virtualidades de la ficción, piensa Graham Swift, es sacar a la luz y darles voz  a las vidas ocultas, a las potencialidades que la gente atesora en su interior, quizás sin saberlo. Y ese fue el propósito del autor en esta novela breve en la que registra interioridades, y explica “esa historia que nunca se va a contar”, porque lo más fascinante es lo que tenemos en nuestro ser más íntimo. Lograr que todo eso aflore es el fruto que bastaría para definir toda una existencia humana. Y que esos logros se expresen a través de la ficción impregna algunas de las diez novelas del autor inglés, seleccionado por la Revista Granta, en 1983, junto con Barnes, Rushdie, McEwan, Martin Amis o Ishiguro, como aquel inigualable dream team, los mejores novelistas ingleses de su generación..

   El origen de esta novela que retrotrae al lector al 30 de marzo de 1924, -“El Domingo de las Madres”-, fecha en la que las cridas y sirvientes eran liberados de sus ocupaciones y se les permitía regresar a sus hogares para pasar el día con sus familias, es una imagen muy amable de ese día que rondó de pronto por la cabeza del escritor: dos amantes en una cama en una relación clandestina debido a la diferencia de clase social: los que servían y los que eran servidos. Ese día del Domingo de las Madres de 1924, estará siempre presente en la protagonista Jane Fairchild. Es un día de su vida que a la vez la contiene por completo.

   La novela nos sitúa, como ya quedó apuntado, en el Mothering Sunday de 1924.La Gran Guerra había quedado atrás, con millones de muertos, y otra ya comenzaba a incubarse desde la lejanía. Dos de las más ilustres familias de Berkshiere aprovechan el evento para reunirse y organizar el matrimonio, ya inminente entre sus hijos Paul Sheringham y Emma Hobday. En ese tiempo de espera y desde hace años, el señorito Paul comparte una relación secreta con Jane, una criada inteligente y desinhibida de los Niven. Jane es huérfana, no tiene familia a la que visitar y decide disfrutar de la jornada leyendo un libro en el jardín. Sin embargo, una llamada telefónica altera  sus planes: el señorito Paul la invita a pasar el día en la casa de sus padres. Es la última oportunidad de tener sexo antes del matrimonio, dentro de dos semanas, de Paul.

   Las horas de aquel Domingo de las Madres que pasa con Paul en su dormitorio, consciente de que este se iba a casar con el dinero de la prometida, ya que había despilfarrado el suyo, serán momentos inolvidables en el recuerdo de Jane. Un acontecimiento que se propaga a través de toda la novela. Jane saborea intensamente la liberación de las obligaciones laborales y, sobre todo, de las morales, aunque con el presentimiento de que aquel día la separará definitivamente de su amante, el señorito Paul. El suyo será un encuentro que marcará la evolución futura de la protagonista.

   Un trágico accidente provoca un cambio radical en la vida de la protagonista, pero ese día caluroso de marzo germina definitivamente en ella la simiente de la escritura, y el señor Niven le permite coger y leer los libros de la biblioteca familiar. Después de trabajar en una librería de Oxford, se convertirá, en efecto, en una escritora de éxito, en una escritora “moderna”, estimulada, de forma especial, por la lectura de Conrad, un autor provocador para la criada, y homenajeado por  Graham Swift en esta breve joya literaria.

   El autor ha concentrado en poco más de ciento cincuenta páginas toda una vida, partiendo de una escena que se alarga en el tiempo: el futuro y el pasado, amor, muerte, lujuria, lascivia, pasión por los libros y un inmenso deseo de superación. Y lo hace aprovechando una historia de otros tiempos, pero muy actual, gracias a la exquisita ambientación, no tanto de espacios, sino de ideas e ideales. A lo largo de la novela, la pericia de un gran escritor hace que la muerte se asome en no pocas ocasiones, comenzando por la inmensa tragedia de la Gran Guerra, pero Graham Swift es capaz de hacerlo sin llantos ni tristeza.

   El libro es así mismo intensamente erótico, pero la carga erótica no reside tanto en las escenas en la cama, con Jane sosteniendo la verga del señorito Paul y una mancha impregnando las sábanas, como en el largo recorrido que la protagonista, completamente desnuda, efectúa por la casa de los Sheringham, una vez que su clandestino amante la deja sola pare reunirse con su prometida. Un simple cuadro repleto de lascivia sensual que fascina pero no perturba porque nada hay de vulgar ni de excesivo. Y, sin embargo, leer cómo la desnudez de esta joven criada  se entromete  en la vida de los otros, en los cuadros familiares, en las fotos de los hijos muertos, en los objetos de su amante clandestino…es una de las escenas más excitantes  que se pueden describir.

   Graham Swift narra un día, un solo día, que marca, no obstante el cambio radical de la protagonista; y lo hace a través del recuerdo de Jane, criada y escritora, que, desde la atalaya de casi cien años, rumia vehementemente su condición de amante secreta que hace el amor por última vez con el hombre con el que comparte su simiente.

   Una voz narrativa en tercera persona y mediante un estilo indirecto libre recoge y nos transmite los recuerdos, los sentimientos, los estados de conciencia de aquel domingo que visualizará la protagonista durante toda su vida. El escritor hace uso de no pocas elipsis muy significativas, saltos en el tiempo que no alteran el relato primario ni entorpecen el desarrollo de la acción. La contextualizan y la hacen más viva. Son mimbres, junto con la condensación y una plausible economía narrativa, con los que Graham Swift teje la superación de esta criada convertida en Cenicienta y nos regala una breve pero deleitosa filigrana literaria.



Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Graham Swift


Fragmentos



“Se sentó en la cama, a su lado. Le pasó la mano por el vientre, como sacudiéndole un polvo invisible. Luego dejó encima de él el mechero y el cenicero, y siguió con la pitillera en las manos. Sacó dos cigarros y puso uno entre los labios fruncidos y salientes de ella, que no se había quitado las manos de la nuca. Él le encendió el cigarrillo y luego se encendió el suyo. Después de juntar pitillera y mechero y de dejarlos en la mesilla de noche, se tendió junto a ella cuan largo era, mientras el cenicero seguía a medio camino entre el ombligo y lo que hoy él, sin tapujos, llamaría alegremente el «coño».

Verga, huevos, coño. He aquí tres vocablos sencillos, básicos.

Era un 30 de marzo. Domingo. Lo que venía llamándose el Domingo de las Madres.”



…..



“Y eso hizo. Se deslizó de una pieza a otra. Miró, asimiló; pero también, secretamente, otorgó. Parecía flotar en la conciencia de que, por escandaloso que pudiera ser su paseo por la casa -¡estaba completamente desnuda!-, nadie sabría, nadie adivinaría que había estado en ella. Como si su desnudez no sólo le otorgara la invisibilidad sino que la eximiera de los hechos.

Ethel lo sabría, por supuesto. Pero Ethel pensaría que había sido la señorita Hobday.

Entró en la sala de estar. Era como un pequeño país extranjero desierto; una colección de posesiones abandonadas y suplicantes. Como si la vida -nunca había tenido ese pensamiento en Beechwood- fuera la suma de las posesiones. No pudo evitar entrar en ella con la estudiada deferencia de una doncella que anunciara una visita o trajera el té. Pero no había nadie. Era casi como entrar en uno de aquellos santuarios inalterables de los cuartos de los chicos de Beechwood.”



…..



“Pero nunca revelaría que cuando se convirtió realmente en escritora, o se planteó de verdad la simiente en ella (era una palabra interesante, «simiente») fue un caluroso día de marzo -cuando tenía veintidós años- en que había vagado por una casa sin un ápice de tela encima -tan desnuda, diríamos, como su madre la trajo al mundo- y  se había sentido más ella misma, más Jane Fairchild, de lo que se había sentido en toda su vida, y también, como jamás en la vida, una especie de fantasma. Había sentido, podría decirse, lo que significa realmente venir a este mundo; ser depositada, por así decir, en su umbral extraordinario.

¿Y cómo después de todo, iba a admitir estas cosas en una entrevista pública (viva y alegre, como algunas de sus entrevistas podían ser): anduve desnuda por una casa que no era mía, una casa en la que nunca había estado antes? ¿Y qué me llevó a hacerlo? Bien, ahí había una historia, una historia que ella se había jurado no contar jamás. No lo había hecho. Ni lo haría nunca.

Y ahí la tenéis, miradla, una narradora de profesión.”



(Graham Swift, El Domingo de las Madres, páginas 15, 83, 111)

2 comentarios:

  1. Felicito tu reseña, el viaje que nos invitas a leer, me ha cautivado, por su exquisito erotismo sutil y delicado. Te dejo un abrazo con todo cariño. Gracias.

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