John Harding
Traducción de Alejandro Palomas
Edici0nes Siruela, Madrid 2015, 275 páginas
Con elementos tomados del
subgénero gótico y de los clichés más productivos de la literatura de suspense,
construye John Harding (Prickwilow, Cambridgeshire, 1951) una buena novela,
continuación de Florence & Gilles.
Una historia en la que abundan los secretos que los principales protagonistas
esconden en sus comportamientos, aparentemente alejados de sus propias
conciencias. Y en la que las dolencias mentales establecen el contexto de una
trama que atrapa sin duda al lector. El autor, debido a motivos familiares
-está casado con una psicoterapeuta-, se sintió interesado por la historia de
los tratamientos de la salud mental. Y lo hace mediante una ficción cargada de
misterio y suspense, en un espacio que incorpora sin duda muchos de los
elementos de la novela gótica. La intriga no se desarrolla en un castillo o monasterio,
pero sí en una vieja mansión enclavada
en una isla de Nueva Inglaterra, un edificio lúgubre, de estilo gótico,
cubierto en su mayor parte de hiedra, un lugar siniestro y tenebroso, con
largos pasillos y un tercer piso y una buhardilla a los que está prohibido
acceder. Funciona como manicomio femenino.
A ese lugar siniestro llega un personaje que
se hace llamar John Shepherd. Dice ser médico y trabajará como ayudante del
director del centro, el doctor Morgan, un médico que emplea con los pacientes
métodos inhumanos, como las sesiones de hidroterapia: sumergir a las pacientes
tres o seis horas en agua helada para calmarlas. Shepherd no se encuentra en
ese manicomio para defender la causa de los locos, -aunque se siente
impresionado por el bárbaro tratamiento- sino para camuflar sus propios
secretos, que John Harding no se preocupa en ocultar, ya desde las primeras
páginas. Y a la vez que intenta que su propia impostura no sea descubierta,
percibe que en el manicomio tendrá que convivir con otros secretos que sospecha
que esconden el doctor Morgan y la cuidadora jefe, O’Reilly que siente odio y
inquina por el supuesto nuevo médico y un salvaje deleite al ejercer la
crueldad sobre las pacientes.
Tras informarse de que existen otros métodos
más humanos como la Terapia moral, un
tratamiento basado en la suavidad y en el cariño, recibe la autorización del
director para ponerlo en práctica con una de las internas. Elige a una joven,
Jane Dove, que no sabe leer y se resiste a aprender. Analfabeta, lingüísticamente
retrasada, hace un curioso uso de las palabras: convierte los sustantivos en
verbos (de sillón, sillonear, de percal, percalar, por ejemplo). Y así va
transcurriendo la trama en un halo de misterio, sospechas y sobre todo secretos
que constituyen el motivo central recurrente en esta novela. En ella no hay
fantasmas ni elementos sobrenaturales o de difícil explicación, pero sí
comportamientos humanos desenfrenados, terror, oscuridad, asesinatos en serie
como una forma de ocultar el pasado.
La novela avanza a buen ritmo, con una hábil
dosificación de la información por parte del autor, para responder a la lógica
interna de una trama bien urdida y a las expectativas que el lector vislumbra
en los diferentes personajes. John Harding tiene la suficiente maestría y
sobrada habilidad para crear el suspense y su resolución en el clímax a través
de varios subtemas que el protagonista principal va resolviendo con un trabajo
minucioso de observación y atrevimiento. Uno de los trucos del escritor consiste
en cederle la narración en primera persona al protagonista, una estrategia muy
usada en la narrativa de miedo y suspense, ya que suele conferir un mayor grado
de credibilidad a la narración de los acontecimientos contados. Intercala
además secuencias, o simplemente frases que más que pistas fiables, nos ofrecen
ciertas claves que le sugieren al lector el ambiente de misterio que se esconde
tras los muros de la lúgubre mansión.
Una novela en la que abundan los
rompecabezas, las ocultaciones, resuelta con un final sorprendente y abierto en
buena medida. Relato bien conducido por un narrador experto en el manejos de
las estructuras y recursos narrativos propios del subgénero. Los principales
personajes de la historia no son planos, van evolucionando a lo largo de la
narración. Algunos, como la joven que no podía leer, a marchas forzadas.
Sin ser una obra de gran calidad literaria -si
poblada de abundantes referencias de escritores de la alta literatura
(Shakespeare, Dickens, Poe sobre todo), La
joven que no podía leer es un buen relato de intriga. Y sobre todo de
pesadillas y desasosiego que enturbian la mente del protagonista relator y de
otros personajes que así mismo esconden sus secretos, y que no dejan de
producir tensión y ciertos escalofríos en la mente de los lectores.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Las
dos cuidadoras sacaron de debajo de la bañera una lona enrollada. La paciente
intentó volver a gritar, pero el intento sonó como el gemido de un animal
herido que me agujereó los tímpanos y el corazón.
-Déjenme
salir, por el amor de Dios -suplicó-. El agua está helada. ¡No puedo bañarme en
esta agua!
O’Reilly
cogió a la mujer por la muñeca con la mano que tenía libre y la puso en una
correa de cuero que estaba sujeta a la pared de la bañera. Otra de las mujeres
soltó la lona y repitió la operación por el lado contrario, de modo que quedó
firmemente sujeta en posición sentada. La cuidadora regresó entonces a la lona,
cogiendo un lado mientras su colega agarraba el otro. Vi que a lo largo de los
bordes laterales la lona tenía un buen número de agujeros rodeados de un anillo
de bronce. La mujer dejó de chillar y observó con los ojos impregnados de
pánico cómo las cuidadoras la extendían sobre la bañera, empezando por el
extremo donde tenía los pies y ensartando los anillos en una serie de ganchos
que, según pude ver entonces, estaban fijos a la bañera por debajo de su borde
externo. La mujer forcejeaba con frenesí, intentando levantarse, pero
naturalmente le era imposible debido a las correas que le sujetaban las
muñecas, y cuando vio que sus esfuerzos eran en vano empezó a agitar las
piernas, que tenía ocultas bajo la lona y simplemente tateó inútilmente contra
ella.”
…..
“Tuve
miedo de volverme, aterrado como estaba de encontrarme con algo sobrenatural. Y
sin embargo entendí de pronto que eso sería sin duda una bendición, pues si era
Morgan, todo estaba perdido. Si me pillaba así, probablemente llamaría a la
policía y todo habría terminado. Hubo un silencio absoluto y aun así supe que
había alguien allí, y además tuve la certeza de que fuera quien fuese se daba
cuenta de que yo lo sabía, porque había interrumpido mi examen de los
documentos y me había quedado inmóvil en la silla. Hice girar la silla y al dar
media vuelta vi de pronto mirando el rostro de una mujer. ¡Y menudo rostro! Su
cabello negro era una tormenta negra alrededor de su cabeza y tenía los ojos
como brasas encendidas, como si hubiera subido directamente desde el infierno
para llevarme allí con ella, un lugar, todo sea dicho, al que sin duda yo
pertenecía.”
…..
“Mientras
estaba allí plantado, sopesando si subir y seguir investigando o salir lo antes
posible mientras la suerte todavía me acompañaba, advertí de pronto el sonido
más infernal que había oído en mi vida: una risa maníaca, hasta tal punto
desgajada de la alegría y de la jocosidad que asociamos comúnmente con ese
sonido y transformada en algo tan espantoso, tan ligado a la perversión y a
instintos asesinos, que a punto estuve de soltar la vela. A mi espalda, los
murmullos de las voces de las cuidadoras cesaron.”
(John Harding, La
joven que no podía leer, paginas 19-20, 107, 195-196)
Una interesante lectura...
ResponderEliminarUna novela que parece presentar varios misterios, intrigas que seducen al lector y le atrapan. Una novela con movimiento argumental por lo que he podido ver. Me encantará leerla, gracias por tu reseña, siempre magistral e inspiradora a leer. Un abrazo.
ResponderEliminarDe entrada el rostro del autor es una novela, y se le nota cierta picardía tramposa, ja ja. Un libro que me gusta, esa dosis de locura y tensiones me atrapa, pues en ello hay imaginación. Gracias, amigo. Un abrazo.
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