martes, 1 de marzo de 2016

"PARÍS-AUSTERLITZ": EL AMOR COMO SALVACIÓN O VENDAVAL ENVENENADO



París-Austerlitz
Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 153 páginas

   Con emoción y casi con temblor me acerco hoy a esta breve novela póstuma de Rafael Chirbes, fallecido el 15 de agosto de 2015, uno de los grandes narradores en español no solo de nuestros días, sino de todos los tiempos. Lo reflejan los numerosos premios con los que fue galardonado, pero mucho más, sus memorables novelas: Mimoun, La larga marcha, La caída de Madrid, Crematorio y En la orilla, entre otras. Obras, especialmente las últimas, que reflejan fielmente el presente -la vida privada de las naciones-, sin escamotear las crisis que nos atenazan. Porque Rafael Chirbes siempre hizo literatura de lo que veía, como el mismo confesaba pocas semanas antes de su fallecimiento.
   Su legado literario es París-Austerlitz, concluida dos meses antes de su muerte, y, sin embargo, fruto de un trabajo laborioso: tomado y retomado intermitentemente durante veinte años hasta tener listo su última donación a los lectores. Una novela breve, pero muy intensa, vivísima, una escritura alejada de lo concesivo, sin hurtar un solo ápice de una historia que indaga, como tema de fondo, en los intersticios de una relación afectiva homosexual, y que se aleja de lo que fue la constante de sus grandes novelas sobre la crisis, representadas por Crematorio y En la orilla.
   París-Austerlitz, más cercana por su intimismo y por su misma temática a algunas de sus primeras novelas, a sus orígenes literarios (Mimoun  y La buena letra, sobre todo), indaga como acertadamente escribe Jorge Herralde en la presentación editorial, “en las razones del corazón, tan dispares en ocasiones como irrenunciables (…), enfrentándose con valentía a la constatación de que, aunque nos pese, el amor no lo vence todo”.
   Con una trama que se centra en la relación homoerótica a finales del pasado siglo -aunque quizás no sea ese el tema de fondo-, relatada en primera persona por un joven pintor madrileño, la novela da comienzo por una analepsis no repentina: la escena final en un hospital parisino donde Michel, un maduro obrero, pareja del joven madrileño, agoniza debido a una de esas enfermedades oportunistas que acompañaban al sida, nunca nombrado directamente sino a través de metonimias como “la plaga” o “el mal”. A partir de ahí, Rafael Chirbes se sumerge en las profundidades, en los motivos reales del amor, cuando este es  trampa mortal, como posesión y cosificación del otro, y a la vez luz salvadora.
   El protagonista narrador, de familia acomodada, es pintor, y para alejarse de su padre, se desplaza a París. Allí conoce y se enamora de Michel, un obrero normando que casi le dobla en edad, robusto y vigoroso, que lo recibe en los momentos de la llegada, cuando más necesita ayuda, en su mísera vivienda y, sobre todo, en las dependencias de su corazón. Él será para los clientes del bar en el que se consumía de todo, el chico bien vestido que acompañaba al obrero borracho, que se follaba al borracho Michel.
   La novela disecciona todas las fases y etapas de esa relación amorosa y sexual, desde los inicios prometedores en los que el amor y la pasión lo tiñe todo, a pesar de las desigualdades, no tanto por razones de edad como por status económico y social, hasta las fracturas y quiebras, encuentros y desencuentros entre dos clases infinitamente alejadas. Y bucea, sobre todo, mediante un profundo análisis, en la bipolar naturaleza del amor como pasión, ardor, gozo, iluminación  que todo lo salva, y en su letalidad, en el sexo descarnado y violento. Y en su enfriamiento y caducidad. También en el amor como trampa mortal, como reflexiona el joven narrador que no soporta convertirse en víctima. Celos, turbación, refugio cálido de unos brazos fuertes, recriminaciones, sobredosis de culpa, deseos, el paso de amante a amigo, los meses felices, generosidad, exaltación, mezquindad, madejas de alcohol y sexo, posesión… se van alternando en la introspección subjetiva del narrador que recrea sus visitas a Michel en el hospital, enfermo ya terminal de sida.
   La novela deriva así mismo en flash-backs, en recuperaciones del pasado. Y en ellas el texto de Chirbes rebosa de experiencias compartidas por los dos protagonistas. Especialmente las del obrero normando, víctima de las violencias de la guerra, con una madre que duerme con el niño oliendo a sudores de otros hombres, de los cuerpos invasores alemanes. Es la brutalidad del pasado. Finalmente, imparables grietas causarán el derrumbe del  edificio y harán esfumarse los sentimientos en el joven pintor español.
   Con inmensa acuidad diseñó Rafael Chirbes esta novela circular, que se inicia y tiene un abrupto y terrible colofón que nos hiela la sangre en el hospital de Ruan, donde el amante francés agoniza. Un relato erguido con un aparente desorden temporal, y tejido en un tono introspectivo, un dechado de maestría y destreza, especialmente cuando nos transmite los cuentagotas del amor, el ruido de la carcoma sentimental, o pone delante de nuestros ojos encuentros y desencuentros, o asuntos más triviales como los lugares donde se aman, emborrachan y enfadan. Sin eufemismos, sin piedad, Chirbes describe los efectos devastadores de la enfermedad, “cuerpos condenados sin esperanza de indulto” (“… porque Michel no estaba en aquel cuerpo que respiraba ayudado de una mascarilla, y cuyos huesos y cartílagos se marcaban bajo la quebradiza funda de una piel cubierta de moratones, unos debidos a la acción de las sondas y agujas con que lo castigaban diariamente y otros frutos del cruel avance de la enfermedad” página 42). Y una sabía elección del espacio: un París que es  Vicennes, en apariencia un barrio tranquilo, ocupado por obreros acomodados, pero con no pocas bolsas de miseria. La sordidez de un París plomizo, repleto de jubilados en situación de quiebra, que se ven en apuros para pagar la calefacción, y de tipos a quienes las sombras se tragan sin que nadie los eche en falta. Un marco espacial congruente con los vaivenes de la trama.
   Una calidad de página difícilmente igualable, una prosa riquísima, rebosante de imágenes tan eficaces como refulgentes que, ajenas a cualquier compasión, hablan, por si solas del amor, “un feliz engaño al que uno se somete de buena gana” (páginas 115-116).

Francisco Martínez Bouzas

Rafael Chirbes (Foto: Ana Jiménez)

Fragmentos

“Desde que detecté las manchas hasta que me hice las pruebas, sólo volví a verlo una tarde, y aquel día procuré que no me tocara. No le ayudé a lavarse ni a cambiarse la ropa como había hecho en alguna ocasión, y apenas acerqué la mejilla a la suya para besarlo en el momento de la despedida (nada de flujos, de salivas ni contactos, pensaba, no puedo abandonarme al mal como él se abandonó, no puedo dejarme capturar, no soporto convertirme en víctima). Oía la frase que alguna vez había dicho riéndose cuando atrapaba mi polla  con la mano, o cuando la apretaba con fuerza una vez que la tenía dentro: je t’ai eu, te he capturado. Las palabras pronunciadas entre juegos adquirían ahora un siniestro aire premonitorio: el amor como trampa mortal.”

…..

“Pero la carcoma decía algo distinto. Él no aspiraba a más. Se le henchían los labios de satisfacción cuando me descubría esperándolo bajo las marquesinas de la parada del autobús, sonreía, me palmeaba la espalda y me apretaba los hombros. Daba por supuesto que contaba conmigo, que me tenía a su disposición como él lo estaba a la mía. Tenía trabajo, una habitación en la que vivir, unos cuantos discos, el aparato de televisión, sus paquetes de tabaco y sus botellas de pastis, y me tenía a mí: el mundo giraba seguro y preciso en la cueva negra de los espacios siderales. Dentro de ese presente, sólo podía incubarse en el futuro algún alien benévolo.”

…..

Je suis à toi, me dice Michel. Gime como si estuviera enfermo o drogado cuando empujo para meterme en él, y yo, también enfermo y drogado, quiero ir aún más allá, hacia un interior imposible. Es hermoso disponer libremente de un cuerpo. También da vértigo. Le pregunto si me nota dentro y dice: sí, noto que estás más dentro que nunca. Veo sus ojos que expresan a la vez deseo y entrega, y yo, allí dentro, satisfago su doble aspiración. El habitante en su casa, un eficiente empleado, un orgulloso propietario.”

…..

“Nada fue igual en el momento de la despedida. En cuanto dije que había llegado la hora de marcharme si no quería perder el último tren de regreso a París, se acabaron en seco las bromas. De improviso, en un rapidísimo movimiento, alargó los brazos, los tendió hacia mí y se me agarró al cuello con una fuerza inesperada en aquel cuerpo reseco. No me dejes aquí, gemía. Sácame. Apretaba la cara contra la mía y sus lágrimas me empapaban las mejillas y el cuello. Tengo que irme, Michel, balbuceé. Lo hablaremos más tranquilos otro día. Atrapado por los huesos de sus brazos, mojado por sus lágrimas y por sus mocos, se apoderó de mí una tremenda angustia.
No me dejes, suplicaba. Me hacía daño, me clavaba las uñas en la espalda. Voy a perder el último tren, insistí. Y, para liberarme, me vi obligado a separar con cierta violencia los dedos que me había hundido en los hombros y a tirar con fuerza de sus brazos hacia arriba.”

(Rafael Chirbes, París-Austerlitz, páginas 28, 83-84, 118-119, 151-152)

5 comentarios:

  1. La prosa de Rafael Chirbes me parece defectuosa en cuanto a la forma, es demasiado cacofónica con terminaciones en "ía" e infinidad de "había" y "tenía", algo que me impide leer sus libros con ese ritmo de cumbia... Y a continuación va un ejemplo, tomado de esta misma reseña, con 9 terminaciones en "ía" y tres de ellas con repetición de "tenía", defecto formal que demuestra que no es tan grande ni tan buen escritor:

    “Pero la carcoma decía (1) algo distinto. Él no aspiraba a más. Se le henchían (2) los labios de satisfacción cuando me descubría (3) esperándolo bajo las marquesinas de la parada del autobús, sonreía (4), me palmeaba la espalda y me apretaba los hombros. Daba por supuesto que contaba conmigo, que me tenía (5) a su disposición como él lo estaba a la mía (6). Tenía (7) trabajo, una habitación en la que vivir, unos cuantos discos, el aparato de televisión, sus paquetes de tabaco y sus botellas de pastis, y me tenía (8) a mí: el mundo giraba seguro y preciso en la cueva negra de los espacios siderales. Dentro de ese presente, sólo podía (9) incubarse en el futuro algún alien benévolo.”

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  2. Una historia que mira hacia el corazón, sin ver la posibilidad de que en algunas ocasiones el amor no lo vence todo. Su narrativa es clara, eso me gusta del autor y el tema interesante,que he disfrutado mucho a través de tu siempre excelente reseña, gracias, le has dado un bello descanso a mi corazón, te dejo un gran abrazo.

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  3. Seguramente es una historia conmovedora y valiente. Tal como tú lo dices muestra las dos caras del amor y además se puede percibir que ambos lados se reflejan no sólo en la intimidad de lo sensual, lo sexual, lo espiritual, sino que están presentes en todas las coincidencias y diferencias que se plantean en lo social, en los valores, los sentimientos encontrados que se logran palpar.
    Por lo que leo una novela intimista con mucho para asimilar el lector y compadecerse de ambos amantes en algunos pasajes y/o sorprenderse con esas introspecciones que a veces llevan al propio narrador por el camino de la felicidad y en otras, cae en el camino propio de la culpa malsana.
    Como siempre agradezco tu reseña que nos guía en la lectura.
    Saludos.

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