Christian Vera
Caballo de Troya (Peguin Randon House Grupo
Editorial), Madrid, 2014, 124 páginas.
Christian Vera (La Paz, 1976) es profesor de
literatura. Escribe poesía y ficción. Click
fue su primera pieza narrativa. Publicada por Editorial El Cuervo en 2012, este
año y con el título El profesor de
literatura, Caballo de Troya la ha editado para todo el mundo, excepto
Bolivia. La perspicaz intuición del director literario de la Editorial española
se deja sentir en esta apuesta.
El protagonista de la novela, un antihéroe
en el sentido más cabal de la palabra, es un profesor de literatura que se le
ha extraviado el destino, deambula como un zombie -cree serlo, aunque trate de
simularlo-, tiene el espíritu poético de los de su clase y el contexto en el
que cree moverse, tiene de fondo el apocalipsis zombie. Perdido el respeto por
si mismo, se considera un paria urbano. Su vida está compuesta por una suma
aleatoria de espantos y ansiedades. Se siente parodia de un gran profesor y eso
le enorgullece. Escribe poesía para ensuciar las palabras, para echarle basura
a la comunicación (página 61). Y su destino es una verdadera aporía. Las primeras
páginas de la narración son prolijas en la descripción de este docente antihéroe.
Llega a pensar que todos los seres humanos están infectados y para sobrevivir
han de comerse unos a otros. Es la presentación, reduplicada a lo largo del
texto, que del protagonista hace el narrador: alguien que observa los
acontecimientos, quizás una alumno de este peculiar profesor.
La trama de esta novela inusual, tan
brillante como desconcertante, narra aproximadamente una hora y pico en la
existencia de este antihéroe: desde las 7:53:09 am, momento en el que el
profesor atraviesa la puerta de la institución que es su fuente laboral, hasta
las 8:58:17 am en que sale del colegio para activar, unos minutos más tarde, su
plan apretando la tecla enter:
primero un click y luego una gran explosión que es, sin embargo, un Big Bang.
La acción se sitúa en una población de La
Isla, en su capital La Faz, un nombre
cuyo significado no deja de ser una ambigua incógnita: puede ser La Paz, la capital
boliviana, si bien bañada por el mar, pero también la capital del fascismo. El
escenario más inmediato y concreto es un colegio antiguo, cuya infraestructura
había cobijado previamente un hotel, un manicomio y finalmente una cárcel. Un
centro en definitiva que por su antigüedad rebosa ficción (“Un colegio es una
inmensa acumulación de historias tétricas”, página 30). En este ambiente introduce
Christian Vera a su profesor neurótico, caracterizado también, y con toda
justicia, como un nerd, una
ridiculización de la vanidad intelectual y literaria, porque su habitat es el
delirio ambiguo de la ficción (página 29). ¿Qué le rodea? Un absoluto caos que
se expande por todas partes.
Mas en el transcurso de ese corto espacio
temporal, el inofensivo profesor de literatura ejecutará algo, su plan
revolucionario, compendiado en ese click ya aludido. Y como ya he dicho, en ese
período temporal narrado por esta novela corta, se recoge una verdadera catarata
de historias que giran, como lo expresa el propio autor, “alrededor de esa
inmensa caja de narraciones que es un colegio”. Quizás lo más llamativo, aunque
no lo único, es la pretensión del profesor de literatura de potenciar las
capacidades cognitivo-memorísticas de sus alumnas y alumnos por caminos
modernos, vendiéndoles, a un precio elevado, pastillas motivadoras de la
memoria, muy apropiadas para aprobar los exámenes en un colegio donde solo se
memoriza.
Novela breve, comprimida, pero que, no
obstante, permite no pocas lecturas. La más obvia y que salta a primera vista:
la subversión que late en la propuesta del escritor paceño. Su relato transita por
la ciudad que le interesa que no es La
Faz, sino la escuela que vapulea en la misma línea en la que lo haría Foucault.
El colegio es un espacio de adoctrinamiento, un mecanismo más, productor de
zombies como lo es la televisión, los discursos políticos o la tensión de la
vida moderna, sujetos humanos encerrados en ciudades poco humanas y por lo
mismo insalubres. En muchos años de esfuerzo, el colegio solo ha producido
sordera, idiotización sistemática. La novela subvierte ese concreto espacio
escolar que Vera presenta como
autoritario y salvaje. Una barbarie institucional en la que son frecuentes las
golpizas entre alumnos y profesores. En definitiva, una prisión que atrapa a
generación tras generación. Cuestiona además la novela la figura del profesor
como modelo conductual dentro y fuera de la escuela. El estereotipo docente y
educativo que crea la narración funciona como grotesca caricatura, casi como un
esperpento: la estéril vanidad intelectual, dentro de la escuela, que general
ese antihéroe anodino, solitario e impotente.
Se ha relacionado, seguramente no sin
fundamento, El profesor de literatura
con las ideas profundamente críticas de Ivan Illich hacia la educación escolar
en las economías modernas (La sociedad
desescolarizada, 1971): el sistema educativo es una iglesia funesta, cuya
voracidad sacia el estado, que uniformiza creencias y conocimientos. La derrota
de las ideas de Ivan Illich ha convertido a la escuela en reductos del Tercer
Mundo en un “aguantadero”, generador de violencia y de su propia degradación.
Ideas con las que casa perfectamente ese micro-apocalipsis final simbolizado en
un click. Una muerte pues de la institución educativa, aunque no traspase las
fronteras de la narración.
Christian Vera huye de florituras en esta
propuesta ficcional. Estilo minimalista, desnudo de ornamentos y alientos líricos
y posiblemente con no pocas aportaciones autorreferenciales (Como el autor, el
profesor de literatura ganó un concurso de poesía). Todo ello como sustrato
formal de una novela corta, comprimida, ya que su trama, en opinión del autor,
demandaba rapidez, levedad, pero que funciona perfectamente como una pieza
narrativa alejada de los cánones tradicionales y alojada en las auras
renovadoras de la literatura más vanguardista.
Francisco
Martínez Bouzas
Christian Vera |
Fragmentos
“El
profesor de literatura cree que cada vez que termina una clase sus palabras
quedan tatuadas en el éter, en una dimensión metafísica, inasible…En una
dimensión ontológica, absurda…Donde se guarda el espesor de la nada. Por tanto,
todo el conocimiento humanista queda allí suspendido en el espacio, en la nada,
estático…Por eso no le sorprende cuando sus alumnos le preguntan y afirman: «Profe,
¿de qué va a ser el examen? Porque todas estas semanas no hemos hecho NADA». El
profesor de literatura cree que es un escultor de lo invisible. Un hacedor de
la nada y al mismo tiempo del todo.”
…..
“No
ha preparado sus clases, casi nunca lo hace. A estas alturas no se explica cómo
diablos no lo echaron. Desde el primer día que ingresó a ese colegio como
alumnos hasta la mañana de hoy como profesor nunca leyó un examen. Nunca preparó
un examen, menos revisó una tarea. Eso no lo enorgullece, tampoco lo humilla.
No le importa. No es nada rebelde, menos un punk o un anarquista. Apenas es un
profesor que bucea en la nada (la metáfora no es exagerada), que habita en la
ficción (como si transitara sus días a través de una nebulosa). El profesor de
literatura es un nada, tan frágil, tan intrascendente como una mosca rebelde,
pero mosca al fin. Carece de ideología aunque sabe al detalle todas las
versiones del marxismo que subsisten en la academia y sus aplicaciones en
distintos modelos políticos. Ama con locura emborracharse, escribir poesía y explorar
sustancias que le incentiven a distorsionar todo aquello que se entiende por lo
real. Prefiere andar adormecido, con los puntos neuronales totalmente
bloqueador, sedientos de dopamina…«Gracias a este adormecimiento sutil puedo
brindar una sonrisa cariñosa a mi entorno», le dijo a su psicoanalista.
Todas
las tardes el profesor de literatura estudia de forma autónoma la teoría del
caos…Asume que la educación, la vida, el amor, el universo y su cuerpo son
meros fenómenos temporalmente irreversibles, complejos, inestables y no
lineales, contingentes, continuamente mutables, aleatorios, incontrolables e impredecibles
a largo, mediano y corto plazo…”
…..
“Pum,
pum, se escucha que alguien golpea la ventana de la sala. El profesor de
literatura con algo de paranoia levanta la cortina. Es su alumno. Lo mira
sonriente. El profesor de literatura le hace una señal de que le espere. Mira a
sus alrededor, quiere confirmar que ninguno de los otros profesores han
observado esta escena. Efectivamente nadie lo mira. La profesora de inglés
sigue agachadita, ordenando sus papeles. El profesor de literatura vuelve a observarle el trasero. También vuelve a
imaginarse una serie de secuencias que mucho tienen que ver con el sexo y el
poder subliminal que tienen las bragas. Agarra su mochila. Saca su caja metálica
de tizas. Allí en medio de toda esa blancura hay un paquete de pastillas:
modafinilo y ritalina. Agarra sus pastillas y sale de ese oscuro mundo de
profes, donde todo está viejo. «Hola», le dice a su alumno, «cómo estás», le
pregunta. «Te he traído», le dice. «Gracias», dice su alumno. «Mira, con las
pastillas de modafinilo podrás estudiar sin problema durante horas, con mucha
motivación, sentirás que se te ampliará la memoria, y ten la certeza que vas a
tener mucha lucidez, por fin entenderás aquello
que no entiendes. Esto es casi mágico, es el mejor aporte de la modernidad química
a la educación. Y las de ritalina te ayudarán para que no te disperses, no te
vas a querer parar de la silla hasta terminar de estudiar, si sabes conjugar
las dosis exactas, mañana en tu examen de cálculo te garantizo un setenta sobre
setenta. (…) Así que te paso cada pastilla en cuarenta dólares. Cómo es,
tienes, ¿no?», todo esto dice el profesor de literatura. El alumno se queda pálido.
¿Treinta dólares?, le pregunta. «Cuarenta dólares», dice el profe. «Qué crees.
Estas en la Universidad Católica o en la Salesiana las paso a cincuenta dólares
o más, ahora es temporada alta, se acercan los exámenes finales. Si quieres nomás»,
responde molesto el profesor de literatura que a cada segundo vigila sus espaldas,
le preocupa que alguien lo vea.”
…..
“En
el cuaderno donde registra las notas de sus alumnos hay una anotación escrita
en una letra ilegible: «La literatura no es para mi un asunto transmisible, es
por eso que decidí enseñarla a los adolescentes». No sabe si este fragmento lo
copió de algún libro o si es una oración producida por él.”
(Christian Vera,
El profesor de literatura, páginas 27, 76-77, 87-88, 98)
Atrayente sinopsis. Estoy anotando el título para posterior lectura. Por lo visto gracias a tu dedicación, amigo, estoy seguro que me va a atrapar de principio a fin. Un abrazo.
ResponderEliminarUn relato verdaderamente interesante...de un profesor muy particular!
ResponderEliminarUn gran saludo