Julio Cortázar y Cris
Cristina Peri Rossi
Ediciones Cálamo, Palencia, 2014, 126 páginas.
(En recuerdo de Julio Cortázar que hace cien años, el 26 de agosto de 1914, inicio su vida física.)
Lo primero que Cristina Peri Rossi nos dice
en esta crónica de su irrepetible e imposible amistad amorosa con Julio
Cortázar es que no fue a su entierro. Se negó a compartir la dudosa complicidad
de los supervivientes, los precariamente vivos. Y lo segundo es una revelación
que contradice lo que habitualmente se cree: Julio Cortázar no murió de cáncer,
sino de una enfermedad en aquel entonces todavía no diagnosticada, sin nombre
específico, conocida únicamente como “pérdida de defensas inmunológicas”, que
ya se había llevado a la tumba a Carol Dunlop, la segunda esposa del escritor.
Enfermedad que Julio Cortázar contrajo debido a una masiva transfusión de
sangre contaminada de sida, recibida a raíz de una hemorragia estomacal. Este
libro, no escrito precisamente en los meses anteriores a su publicación, sino
casi todo él en el año 2000, es la contribución de Ediciones Cálamo y de la
escritora nacida en Montevideo en 1941 al “año Cortazar” (centenario de su
nacimiento, treinta años de su muerte).
Cristina Peri Rossi conoció a Cortázar en la
última década de la vida del escritor argentino. Tras el encuentro, vivieron
una relación intensa, repleta de connivencias y complicidades, literatura,
seducción y de un amor imposible dada la
identidad sexual de la joven uruguaya que excluía no solo a Cortázar sino a
todos los hombres. No obstante, eso no se interpondría entre ambos, en la
profunda amistad que cultivaron, fruto de la cual es la mejor poesía que escribió
el Gran Cronopio, los Quince poemas de
amor a Cris, escritos y enviados de forma privada a Cristina Peri Rossi y
que aparecieron reunidos y editados póstumamente en Salvo el crepúsculo.
En esa íntima y profunda amistad, cómplice y
complicada, ahonda Cristina Peri Rossi
en esta crónica confesional y sentimental; un relato ameno y emotivo, rebosante
de situaciones, diálogos, anécdotas que revelan la auténtica cara de Julio
Cortázar en la intimidad, y que, según la escritora, no se diferenciaba
demasiado de la de su figura pública como escritor, ya que en Cortázar vida y
escritura se fusionan y se retroalimentan mutuamente. Visión sobre todo cercana
del Cortázar más cotidiano, la persona de carne y hueso alejada del mito
literario.
El texto de Cristina Peri Rossi revela, como
he dicho, esa íntima e intensa relación: desde el encuentro epistolar (Fue
Cortázar el que descubre a Cristina a través de la lectura de la primera novela
de la uruguaya, El libro de los primos,
y a raíz de ese hallazgo le escribe una carta que ésta recibe en el exilio
barcelonés), el encuentro físico en la gare
Austerliz de París, la común afición por los dinosaurios, la fascinación
por los caleidoscopios. Las “provincias”
no compartidas, como el gusto de Cortázar por el boxeo. Otras en las que
eran plenamente afines, como el amor por
la poesía, por Barcelona, el común rechazo de la homofobia del castrismo cubano
y de la triunfante revolución sandinista en la persona de su ministro de
Interior, Tomás Borge. El amor de Cortazar hacia otra persona, Carol Dunlop, la
fraternidad que nace de inmediato entre ambas mujeres. Cris convertida en la
musa de los poemas que Cortázar le envía por carta en 1977.
En la segunda parte de la publicación, la
autora nos revela la trayectoria editorial de los Poemas de amor a Cris y nos permite leer algunos de los textos por
ella escritos sobre Cortázar y publicados después de la muerte física de éste.
Fiel retrato pues del Cortázar íntimo y de
la propia Cristina; reflejo de una amistad que pervive más allá de la muerte
física del argentino. También de la
mutua fascinación. Lectura agradable, un texto que tira del lector y es a la
vez un excelente medio de acercarse o de recuperar al Gran Cronopio que tal día
como hoy cumple cien años y que “como escritor de ruptura, eternamente joven,
persiste en la memoria” (página 122).
Francisco
Martínez Bouzas
Julio Cortázar y Cristina Peri Rossi |
Fragmentos
“Cuántas
veces, caminando por Barcelona, por Paseo de Gracia o por la Gran Vía, algún
lector, alguna lectora, lo reconocían y se acercaban, emocionados a saludarlo.
Julio tenía una admirable cortesía perfectamente distanciadota («¿Dónde
aprendiste vos esa politesse tan
medida? ¿La traías puesta de Buenos Aires o es una adquisición francesa?», le
preguntaba yo.) Siempre admiré esa sabia distancia justa que conseguía de
manera espontánea. (Años después de su muerte, Julio, yo escribí un poema que
empieza así: «En el amor y en el boxeo / todo es cuestión de distancia». Solo
entonces me di cuenta de que la distancia justa no la habías aprendido ni en
Buenos Aires ni en París, sino en el ring, de los boxeadores admirados.”
…..
“Ambos
amábamos la poesía. Julio, siempre quiso ser poeta, aunque era muy severo con
sus poemas.«Por suerte -me escribió una vez- tengo una idea muy clara del lugar
que ocupa mi canasto de papeles, y solo acepto los poemas que escribo muy pocas
cosas, cada vez menos.» En 1979, me hizo un regalo muy íntimo: me envió una
cinta con los poemas de mi libro Lingüística general leídos por él. Me causó una emoción tan honda que hasta el día de hoy
no he permitido que casi nadie los oyera. Cuando estoy o muy nostálgica, sin
embargo, coloco la cinta en la grabadora y su voz melancólica, pausada, con las
erres inconfundibles, me instala en la eternidad sin tiempo de la memoria, allí
donde Bergson («leí a Bergson cuando era muy joven y su concepción del tiempo
me impresionó mucho») instaló los sentimientos. Desde entonces pienso que
tendríamos que conservar la voz de nuestros seres queridos como conservamos las
fotografías o los objetos fetiches. Pero mientras la fotografía es plana, la
voz guarda, siempre, el aliento de la vida, nos devuelve mucho más entera a la
persona añorada.”
…..
“Somos
los últimos románticos, te dije un día, y vos que te creías surrealista,
asentiste con picardía. En una época que todo lo consume (asesinatos,
violaciones, terremotos, diásporas, campeonatos, celuloide, mucho celuloide)
resistimos como Noé en su barca. Cuando escribí aquel verso («En toda
generación hubo un diluvio») me dijiste que los cronopios siempre sobrevivían,
aferrados a un mástil en forma de poema, aferrados al ambivalente goce de
escribir, amar y, especialmente, sonreír. «Tenemos un ángel de guarda»,
dijiste, y yo te contesté: «De la guardia».
(Cristina Peri Rossi, Julio Cortázar y Cris, páginas 33-34,
45, 100)
Excelente aportación...
ResponderEliminarGracias
Yo tenía entendido que Cristina Peri Rossi lo que decía es que la leucemia (que fue la que acabó con la vida de Cortazar) había sido provocada por el SIDA contraído en una transfusión, vamos, que la enfermedad sí tenía nombre específico. De todas formas lo que me interesa del libro no es exactamente esa información. Gracias.
ResponderEliminarUn saludo
En la página 14 del libro escribe lo siguiente Cristina Peri Rossi: "Julio no tenía cáncer. Aun las personas más cercanas creen que tuvo cáncer. No existió nunca ese diagnóstico, sino todo lo contrario. (Lamento, Mario Muchnik, contradecirte. En el hermoso capítulo que le dedicas en tu libro, "Lo peor son los autores", recoges la versión más difundida, la del cáncer. No es raro. La enfermedad que padeció Julio no estaba todavía diagnosticada, no tenía un nombre específico, se le llamaba: pérdida de defensas inmunológicas. La misma que se había llevado a Carol Dunlop, la segunda esposa de Julio Cortázar, un tiempo antes."
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