martes, 1 de julio de 2014

PASCAL QUIGNARD: LA INVENCIÓN DE LA SOLEDAD



Las sombras errantes
Pascal Quignard
Traducción de Manuel Arranz
Editorial Elipsis, Barcelona, 200 páginas
(LIBROS DE FONDO)

   El importe del más famoso galardón literario francés, el Premio Goncourt, sigue siendo diez euros, el mismo con el que inició su andadura en 1903, año de su creación. El Premio, administrado por la Academia Goncourt que está formada por diez mujeres u hombres de letras, pretende premiar la obra en prosa más imaginativa publicada en el año anterior. Los miembros de la Academia, tal como estipula el testamento de Edmond Goncourt, asumen la obligación de reunirse una vez al mes y así poder discutir acerca de las últimas creaciones literarias. En el encuentro de noviembre de 2002, el libro ganador de la edición de ese año del Goncourt fue Les ombres errantes de Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre,1948), traducido y editado en su día por la barcelonesa Editorial Elipsis. Un premio sumamente polémico porque Las sombras errantes no es propiamente narrativa, es poesía, aforismos y con frecuencia pensamiento filosófico. Un producto literario híbrido, tanto en el contenido como en su propia arquitectura que se yergue  a base de saltos en el tiempo, notas autobiográficas, religión, amor, muerte. Rehúye además cualquier clase de estructura canónica compacta (planteamiento, nudo desenlace).
   Les ombres errantes, primer volumen de la serie  “Dernier Royaume”, así como otras piezas literarias que  completan esta pentalogía  como Sur les jadis, Abismes, Les Paradisiaques, Sordidissimes, nos hace entrar en un extraño laberinto donde la organización del texto (fragmentos cortos que se suceden unos detrás de otros), la singularidad del pensamiento y los personajes que nos aguardan, nos dejan realmente perplejos. En efecto, leer a Pascal Quignard es a la vez un ejercicio de higiene mental y un quedar poseídos por una estética cimentada en el sentido de las palabras y en el sonido de las frases al escuchar en la lejanía el murmullo y el estruendo de todo aquello que hoy está en juego: la situación del individuo, el papel de la ciencia, el espíritu de observación por encima de los sistemas.
   Pero la escritura de Pascal Quignard es sobre todo una invención de la soledad. La sociedad, confiesa el escritor, lleva mucho tiempo fraguando mitos para hacernos creer que precisamos de los otros, hecho que contradicen los fenómenos periféricos y las prácticas chamanísticas. El deseo de no nos solidarizar con el grupo no es solamente un fenómeno humano; al contrario, es una invención animal, como lo demuestran múltiples ejemplos: el comportamiento de los jabalíes o de las aves de rapiña, entre otros. Y afirmar, como se hace casi a diario, que somos seres de lenguaje es radicalmente falso, puesto que no nacemos como seres hablantes, sino que es una meta a lograr en nuestro desarrollo infanto-juvenil. Por eso mismo, no poseer facilidades para el lenguaje es responder a lo más originario y esencial de nosotros mismos. El lenguaje es una adquisición frágil y precaria que no se halla ni en nuestro origen ni en nuestro final como seres humanos, pues la palabra anda frecuentemente errante y se disipa muchas veces como una sombra, antes del final de nuestra existencia.
   Las sombras errantes, escrito con prosa torrencial, compuesto de capítulos breves como teselas de un gran mosaico capaces de atrapar al lector desde el primer párrafo, es sobre todo un libro profundamente crítico y radical. Contiene, como ya señalé, múltiples implicaciones autobiográficas y muestra con absoluta claridad la voluntad del autor con relación al mundo contemporáneo: el incontestable deseo de levantar una ermita y trepar desde allí hacia la inseguridad del pensar, justamente cuando la sociedad en la que vivimos, pregona lo contrario, cree en el monoteísmo y en la pacificación imperial. Una situación ya vivida, muy semejante a la que precedió el final del Imperio romano que provocó la aparición de numerosas ermitas  con la soledad como antídoto frente a la atmósfera y a los valores dominantes. Un libro que quizás se nutre más del sueño y de la alucinación que de la realidad y se incrusta en un género omnívoro, pero que introduce al lector en una aventura intelectual y estética de primer orden, sin comparación en la literatura de  los últimos tiempos.

Francisco Martínez Bouzas


Pascal Quignard

Fragmento

“El grito que pide socorro, una vez convertido en canto, ya no se dirige a nadie. Las artes no tienen por destino, como hace la Historia, organizar el olvido. Ni dar un sentido a lo Otro del sentido. Ni manchar y engullir el tiempo pasado de la tierra. Ni aniquilar in situ la otra parte del tiempo. Ni proscribir los lenguajes anteriores a todas las lenguas naturales. Ni emparedar lo Abierto. Hay que ser nazi para pensar que el arte es una mentira decorativa. Hay que ser comunista para pensar que el arte divierte. Hay que ser burgués liberal para pensar que alegra. Sólo en los regímenes totalitarios el arte es concebido como una estetización del sometimiento, una mitificación del pasado, una falsificación constante de la hora que llega y pasa. El artista no puede tomar parte en el funcionamiento de la comunidad humana desde el momento en que se esfuerza por desprenderse de ella. Ni siquiera tiene derecho a recibir un sueldo como contrapartida de su obra. Está más cerca del duelo que del sueldo. Menos olvidadizo que la memoria voluntaria. Menos interesado que el dinero en el intercambio. El arte no tiene como función negar lo Otro en lo social.
El individuo es como la ola que se levanta en la superficie del agua. No puede separarse de ella completamente. Y vuelve a caer rápidamente en la masa solidaria, que se la traga. Vuelve a caer una y otra vez continuamente con el movimiento irresistible de la marea que la arrastra. Pero ¿por qué no levantarse una vez, y otra vez, y otra vez?”

(Pascal Quignard, Las sombras errantes, capítulo 37)

2 comentarios:

  1. De este autor leí Las solidaridades misteriosas, un libro maravilloso y en el que incide en el tema de la soledad, como una opción. O el silencio.

    Saludos

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