Eloy Tizón
Editorial Anagrama, Barcelona, 188 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Las piezas narrativas de Eloy
Tizón acostumbran ser verdaderos recorridos por nuestro paisaje interior, por
los recovecos y esquinas de luces y sombras del ser humano. Así aconteció
con Seda
salvaje (1995) y sobre todo con Labia
(2001), una de las mejores piezas narrativas de aquel año. Eloy Tizón (Madrid,
1964) es no solamente un autor prometedor, sino una verdadera y exquisita
realidad en el panorama de la narrativa española. Y no solamente por la fuerza
argumental de sus piezas literarias. La marca de la casa de Eloy Tizón es sobre
todo el uso que hace del lenguaje. Un uso preciso, cuidadoso, enriquecedor,
repleto de matices, lirismo, lujosas y precisas digresiones. Razones, todas
ellas, que hacen que Eloy Tizón sea considerado como uno de los grandes
narradores de la literatura en español,
a pesar de la parquedad de su obra, porque después de La voz cantante (2004), solamente ha
dado a la imprenta otros dos libros: Parpadeos
(2006) y Técnicas de iluminación
(2013). Sin embargo una revista como “La Clave” lo eligió en 2004 como uno de
los narradores más prometedores de nuestra cultura y el suplemento “El Cultural”,
como uno de los diez mejores escritores españoles menores de 40 años. Ha sido
calificado además por algún crítico como “el más original, personal y
sorprendente de los narradores hispanos” (Rafael Conte). Él sin embargo
manifiesta que siempre ha sentido la misma responsabilidad hacia la palabra
escrita que cuando empezó.
La fuerza narrativa de este estilista
alcanza momentos inolvidables también en la novela que hoy comento en esta
sección de “Libros de fondo”, La voz
cantante (Anagrama 2004), una especulación sobre el amor y el tiempo centrada
en el viaje existencial de un viejo profesor, en compañía del mal cotidiano,
disfrazado de Demonio, de Belcebú, de Ángel Caído. El periplo vital de un
profesor, a punto de jubilarse, que
mantuvo durante toda su vida una relación muy cercana con el demonio, con el
mal que todos llevamos dentro. En la parte central de la narración germina la
historia de Mónica Friser. Y lo hace como una luz en medio de ese espacio
generado por el baile del viejo profesor con el diablo. Es la historia más
importante y decisiva para el narrador protagonista, la que más influye en su
vida, pero extrañamente la que aparece contada de forma más sutil.
Es el mal que todos incubamos en nuestro
interior la base simbólica de la que se sirve Eloy Tizón para modular un relato
que, en el fondo, quiere ser una especulación sobre el amor y el tiempo. Sobre
el amor en el tiempo. Especulación capaz de resumir la entera biografía de
cualquier ser humano y que se condensa en unas pocas miradas. “Pienso que la
biografía entera de cualquier ser humano puede resumirse en la narración de una
cuantas miradas”, se dice en la novela.
El perdurar del sentimiento amoroso por
encima del tiempo no es, y es preciso reconocerlo, un asunto original. Mas la
verdadera singularidad de esta novela no se halla en la trama novelesca, sino
en su eje temático, en la idea de que la consistencia de una vida no viene
definida por las casualidades extrínsecas, y mucho menos aún, por las
casualidades azorosas. Pieza, por otro lado, sometida al imperio de los sueños
con un desenlace bastante previsible e incluso armonioso y que casi viene
exigido por las páginas iniciales.
Pero singular sobre todo en la forma de
narrar: un discurso fronterizo entre la contención y el misterio. Lo que el
escritor define como la eficacia del murmullo: el acomodamiento del discurso
narrativo a las diversas etapas de la existencia narrada. Por eso mismo en La voz cantante el lector se encuentra
con dos estilos de escritura que corresponden a dos formas de vida: la
efervescente de la juventud y la gris y
rutinaria de una madurez próxima a la jubilación. Y todo ello punteado por los
pasos de la danza, con el demonio disfrazado tras mil máscaras, en la pluma de
una gran estilista.
Francisco
Martínez Bouzas
Eloy Tizón |
Fragmentos
“También
hay quienes piensan que no existe el diablo. Que no es más que una leyenda
romántica surgida de mentes calenturientas en noches invernales. Allá ellos. O
es que esas personas están ciegas, o no saben de qué hablan, o son muy
desdichadas y no creen en la bondad humana, o es que lo han olvidado. El diablo
existe. Se llama Lucifer y muchos otros nombres. Es hombre y mujer. Cambia de
forma. Su aspecto es camaleónico. Vive muy cerca, aquí mismo, a la vuelta de la
esquina. Viaja en metro. Actúa siempre solo. Tiene un tic nervioso en el labio
superior. Lo sé porque lo he visto.
Y
no una sola vez, sino varias.
He
visto al diablo. Le he oído respirar. Ha estado sentado frente a mí bastante
rato, mientras atravesábamos juntos túneles y estaciones entre gemidos de
tuercas. He olido su respiración diabólica, el hálito de sus pulmones mezclado
entre los demás pasajeros del metro. Hemos ido respirando, el diablo y yo, el
mismo aire viciado de los transportes públicos. Compartiendo el mismo oxígeno.”
…..
“Por
qué esa obsesión por Mónica Friser?, me preguntaba yo. ¿Que tiene ella que no
tengan las demás mujeres? ¿Y hasta cuando va a durarme esta manía? Para estas
preguntas yo no tenía una respuesta clara. Me sentía confuso y como culpable,
no sabía de qué. Igual que si estuviese haciendo algo malo. Robando el cepillo
de la iglesia, por ejemplo, o estafando el dinero de un pobre. Pero yo no estaba
haciendo nada malo. No había robado el cepillo de ninguna iglesia ni estafado a
ningún pobre. Sin embargo, pese a estar convencido de lo contrario, no podía
evitar percibir en mí cierto sentimiento de culpabilidad difuso, que unos días
aumentaba y otros disminuía. De todo ello no entendía una palabra. Cada semana
que pasaba entendía menos cosas, y las pocas que entendía, las entendía peor
que antes. O las entendía al revés. ¿Qué me estaba sucediendo?
Sólo
sabía que la imagen perturbadora de Mónica Friser se me había metido en la
sangre, muy adentro, de una vez por todas, de tal modo que ya no me era posible
escapar de aquella imagen ni aprender a vivir en paz. Ni descansar en
condiciones. Ni respirar libremente.”
(Eloy Tizón, La voz cantante, páginas 11, 83)
Interesante libro....
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