viernes, 23 de mayo de 2014

"CENIZAS", LA MEDIDA DE LA FRAGILIDAD



Cenizas

Damián Comas

Punto de Lectura (Santillana Ediciones Generales), Madrid, 2014, 169 páginas.



   Cenizas es la primera novela de Damián Comas (México, 1984), artista plástico, pero también doctor en Literatura y profesor universitario de esta materia, dibujo y creación literaria. Cenizas fue galardonada el pasado año con el XIX Premio del Certamen Letras Hispánicas de la Universidad de Sevilla.

   Cenizas es una novela de grandes y radicales interrogantes, formulados en el medio de un avispero de pesadillas y sensaciones opresivas y a través de un relato de historias que se entrecruzan, aunque sin llegar  a amalgamarse. En la trama de la novela no existe un solo personaje principal, si bien el hilo conductor recae sobre la figura de un artista, preso político de la dictadura argentina del 76 que, después de salir de prisión, huye del arresto domiciliario. En su evasión a través de kilómetros y kilómetros de la selva tucumana y la dureza y el calor del asfalto en carreteras solitarias, caminando  durante la noche, tiene tiempo para pensar sobre el pasado. Una huida pues que es un vano intento de escapar del pasado, le lleva por varios países de América y se cuestiona muchas cosas en un reflexión intimista y al mismo tiempo descarnada: el significado del movimiento político en el que militó, el valor de la justicia y de la integridad, la necesidad del olvido y del perdón, sin excluir el mismo sentido de la vida y de la humanidad, que no dejan de mostrarle su lado absurdo.

   En el largo periplo por una geografía tan irreal como nebulosa que le lleva por países como Argentina, Uruguay, Brasil, México para terminar en Nueva York, se cruza con múltiples personajes cuyo encuentro le aviva los recuerdos: los de su propia tortura y encarcelamiento porque su mejor amigo, un pianista lo delató en el terror de su propio suplicio. Pero no fue el único; en la dictadura fueron miles los torturados y todos confesaron, todos delataron, porque todos tenemos un precio que en el caso de la tortura nada tiene que ver con el dinero, sino con el sufrimiento, el terror y el pánico que son la medida de nuestra fragilidad.

   Recorrido por nuevos países, por calles desconocidas, ciudades rústicas y tristes, mañanas brumosas, mientras se formula un rosario de preguntas que tendrá que desterrar de su mente: ¿Los amigos? ¿Los camaradas? ¿Dónde estarán? ¿La causa?. Y más allá de estas preguntas, su mente solamente trata de hallar respuestas al significado de su vida, antes y ahora, afuera y adentro, en una búsqueda constante del valor del olvido (página 48).

   En esta suerte de autoexilio se cruza, como he dicho, con varios personajes. Es  Melleola, un negro, trompetista de jazz el que más huellas deja en su vida. También un antiguo amigo, igualmente músico, que le servirá de garantía para, tras largos años, encontrar un aval en ese país ensimismado, pero que destruye pueblos y naciones.

   Novela de peregrinajes, de cruce de territorios, road fiction, pero sobre todo, de confesiones, de revelaciones sobre la mísera fragilidad humana. Y también de exploración de la capacidad para resistir y para perdonar. Prosa perfectamente dosificada que va atrapando paulatinamente al lector, que recibe la información en porciones apropiadas para introducirle en la trama. Escritura alucinada como la mente del fugitivo que huye de la dictadura pero sin aspavientos, sin que sobre nada, sin artificios y ornamentaciones desproporcionadas a una historia en la que el autor nos revela las prácticas y características más infames y deleznables de una dictadura y nos obliga a meditar sobre la capacidad de resistencia del ser humano y también sobre la de otorgar el perdón a aquellos que, inmersos en situaciones límites, se vieron obligados a traicionarnos. Novela testimonial que es preciso leer para darnos cuenta y calibrar los límites de nuestra fragilidad.



Francisco Martínez Bouzas





Damián Comas

Fragmentos



“La selva tucumana despierta con los gritos de un mono araguato. Bajo los árboles, perdida entre kilómetros y kilómetros de vegetación, se escucha la tos de un hombre que camina descalzo con un sabor tan agrio en la sangre que los zancudos ya no pululan a su alrededor.

No porta palabras; durante años ha estado en soledad absoluta, repleto de sus propios pensamientos, del color verde y del sonido de las aves, la lluvia, la agitación de las hojas y algún que otro animal terrestre: grillos, simios, lagartos.

Camina grandes distancias, deja que los días transcurran, y durante las horas de sol intenso, se esconde bajo los árboles y duerme. Cuando cae la noche, cruza esta selva sin luz. La naturaleza es suya. Sabe que ni siquiera el primer ser se sintió tan de ella como él, aunque también reconoce que ella es cruel y él, solo y enfermo, en la yunga, ya no tiene futuro; no puede cargar troncos ni trepar árboles ni soportar el frío ni el hambre como antes.”



…..



“Julio abre los ojos. El travesti sigue mirando por la ventana y el ómnibus cruza por un paisaje desolado, húmedo. Todo parece un sueño que no lo deja escapar de sus recuerdos. Mira de nuevo al travesti: «¿Quién nos entiende? Si supiera lo que es estar dentro de una celda no sé si volvería a darle importancia a las prendas». En su mente se abre la puerta de esa celda, en la oscuridad total llegan las botas, macanas, agua helada y electricidad. ¿De dónde vienen? Tampoco lo sabe, pero duele hasta los tímpanos cuando lo atraviesa una descarga o le rompen otra costilla, otro dedo, una patada en el ojo, o cuando un rifle penetra con la parte trasera en lo más profundo del riñón. Y uno que creía que los dolores máximos se contenían en los testículos, pura ingenuidad…El crujir de un papel arrebata a Julio de su somnolencia. Tiene la frente perlada de sudor. Por un instante no sabe dónde está. Sí, la carretera, el travestí, el ómnibus, huyendo.”



…..



“Pero tú o vos, ya le perdí el hilo al español con los cubanos, caíste antes de mi salida y no supiste que a los seis días quedé libre. Me sacaron uñas, me electrocutaron y a golpes también me robaron información. Uno creía que era digno de no hablar, que la coherencia en uno era auténtica y que no había nada ni nadie que pudiera revocarla, pero uno siempre termina siendo más débil de lo que cree. Todos tenemos un precio: cuando amenazaron con cortarme los dedos, ¡cortarle los dedos  a un pianista, Julio!, tuve que ceder. De mi boca salió el nombre de tu mujer: María Pineda Alonso. Perdóname.

Julio lo mira. Guarda las manos en los bolsillos, sin decir nada, pero sus puños se aprietan. Lamuel continúa:

-Me lo sacaron. Al día siguiente ya estaba presa, después tú, Jorge y tu hija desaparecida. Jamás pensé que eso sería el resultado. Perdóname, por favor. Perdóname. Tenía que decírtelo -dice con el rostro enrojecido y parpadeando, lleno de un coraje que no puede expresar-. Sé que esto es como escuchar a Judas pedir perdón, y si  decides que este es el fin de nuestra amistad estás en tu derecho.”



(Damián Comas, Cenizas, páginas 11-12, 49-50, 162-163)

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