Damián Comas
Punto de Lectura (Santillana Ediciones
Generales), Madrid, 2014, 169 páginas.
Cenizas es la primera novela
de Damián Comas (México, 1984), artista plástico, pero también doctor en
Literatura y profesor universitario de esta materia, dibujo y creación
literaria. Cenizas fue galardonada el
pasado año con el XIX Premio del Certamen Letras Hispánicas de la Universidad
de Sevilla.
Cenizas
es una novela de grandes y radicales interrogantes, formulados en el medio
de un avispero de pesadillas y sensaciones opresivas y a través de un relato de
historias que se entrecruzan, aunque sin llegar
a amalgamarse. En la trama de la novela no existe un solo personaje
principal, si bien el hilo conductor recae sobre la figura de un artista, preso
político de la dictadura argentina del 76 que, después de salir de prisión,
huye del arresto domiciliario. En su evasión a través de kilómetros y kilómetros
de la selva tucumana y la dureza y el calor del asfalto en carreteras
solitarias, caminando durante la noche,
tiene tiempo para pensar sobre el pasado. Una huida pues que es un vano intento
de escapar del pasado, le lleva por varios países de América y se cuestiona
muchas cosas en un reflexión intimista y al mismo tiempo descarnada: el
significado del movimiento político en el que militó, el valor de la justicia y
de la integridad, la necesidad del olvido y del perdón, sin excluir el mismo
sentido de la vida y de la humanidad, que no dejan de mostrarle su lado absurdo.
En el largo periplo por una geografía tan
irreal como nebulosa que le lleva por países como Argentina, Uruguay, Brasil, México
para terminar en Nueva York, se cruza con múltiples personajes cuyo encuentro
le aviva los recuerdos: los de su propia tortura y encarcelamiento porque su
mejor amigo, un pianista lo delató en el terror de su propio suplicio. Pero no
fue el único; en la dictadura fueron miles los torturados y todos confesaron,
todos delataron, porque todos tenemos un precio que en el caso de la tortura
nada tiene que ver con el dinero, sino con el sufrimiento, el terror y el pánico
que son la medida de nuestra fragilidad.
Recorrido por nuevos países, por calles
desconocidas, ciudades rústicas y tristes, mañanas brumosas, mientras se
formula un rosario de preguntas que tendrá que desterrar de su mente: ¿Los
amigos? ¿Los camaradas? ¿Dónde estarán? ¿La causa?. Y más allá de estas
preguntas, su mente solamente trata de hallar respuestas al significado de su
vida, antes y ahora, afuera y adentro, en una búsqueda constante del valor del
olvido (página 48).
En esta suerte de autoexilio se cruza, como
he dicho, con varios personajes. Es Melleola, un negro, trompetista de jazz el que
más huellas deja en su vida. También un antiguo amigo, igualmente músico, que
le servirá de garantía para, tras largos años, encontrar un aval en ese país
ensimismado, pero que destruye pueblos y naciones.
Novela de peregrinajes, de cruce de
territorios, road fiction, pero sobre
todo, de confesiones, de revelaciones sobre la mísera fragilidad humana. Y
también de exploración de la capacidad para resistir y para perdonar. Prosa
perfectamente dosificada que va atrapando paulatinamente al lector, que recibe
la información en porciones apropiadas para introducirle en la trama. Escritura
alucinada como la mente del fugitivo que huye de la dictadura pero sin
aspavientos, sin que sobre nada, sin artificios y ornamentaciones
desproporcionadas a una historia en la que el autor nos revela las prácticas y
características más infames y deleznables de una dictadura y nos obliga a
meditar sobre la capacidad de resistencia del ser humano y también sobre la de
otorgar el perdón a aquellos que, inmersos en situaciones límites, se vieron
obligados a traicionarnos. Novela testimonial que es preciso leer para darnos
cuenta y calibrar los límites de nuestra fragilidad.
Francisco
Martínez Bouzas
Damián Comas |
Fragmentos
“La
selva tucumana despierta con los gritos de un mono araguato. Bajo los árboles,
perdida entre kilómetros y kilómetros de vegetación, se escucha la tos de un
hombre que camina descalzo con un sabor tan agrio en la sangre que los zancudos
ya no pululan a su alrededor.
No
porta palabras; durante años ha estado en soledad absoluta, repleto de sus
propios pensamientos, del color verde y del sonido de las aves, la lluvia, la
agitación de las hojas y algún que otro animal terrestre: grillos, simios,
lagartos.
Camina
grandes distancias, deja que los días transcurran, y durante las horas de sol
intenso, se esconde bajo los árboles y duerme. Cuando cae la noche, cruza esta
selva sin luz. La naturaleza es suya. Sabe que ni siquiera el primer ser se
sintió tan de ella como él, aunque también reconoce que ella es cruel y él,
solo y enfermo, en la yunga, ya no tiene futuro; no puede cargar troncos ni
trepar árboles ni soportar el frío ni el hambre como antes.”
…..
“Julio
abre los ojos. El travesti sigue mirando por la ventana y el ómnibus cruza por
un paisaje desolado, húmedo. Todo parece un sueño que no lo deja escapar de sus
recuerdos. Mira de nuevo al travesti: «¿Quién nos entiende? Si supiera lo que
es estar dentro de una celda no sé si volvería a darle importancia a las
prendas». En su mente se abre la puerta de esa celda, en la oscuridad total
llegan las botas, macanas, agua helada y electricidad. ¿De dónde vienen?
Tampoco lo sabe, pero duele hasta los tímpanos cuando lo atraviesa una descarga
o le rompen otra costilla, otro dedo, una patada en el ojo, o cuando un rifle
penetra con la parte trasera en lo más profundo del riñón. Y uno que creía que
los dolores máximos se contenían en los testículos, pura ingenuidad…El crujir
de un papel arrebata a Julio de su somnolencia. Tiene la frente perlada de
sudor. Por un instante no sabe dónde está. Sí, la carretera, el travestí, el ómnibus,
huyendo.”
…..
“Pero
tú o vos, ya le perdí el hilo al español con los cubanos, caíste antes de mi
salida y no supiste que a los seis días quedé libre. Me sacaron uñas, me electrocutaron
y a golpes también me robaron información. Uno creía que era digno de no hablar,
que la coherencia en uno era auténtica y que no había nada ni nadie que pudiera
revocarla, pero uno siempre termina siendo más débil de lo que cree. Todos
tenemos un precio: cuando amenazaron con cortarme los dedos, ¡cortarle los
dedos a un pianista, Julio!, tuve que
ceder. De mi boca salió el nombre de tu mujer: María Pineda Alonso. Perdóname.
Julio
lo mira. Guarda las manos en los bolsillos, sin decir nada, pero sus puños se
aprietan. Lamuel continúa:
-Me
lo sacaron. Al día siguiente ya estaba presa, después tú, Jorge y tu hija
desaparecida. Jamás pensé que eso sería el resultado. Perdóname, por favor. Perdóname.
Tenía que decírtelo -dice con el rostro enrojecido y parpadeando, lleno de un coraje
que no puede expresar-. Sé que esto es como escuchar a Judas pedir perdón, y si
decides que este es el fin de nuestra
amistad estás en tu derecho.”
(Damián Comas, Cenizas,
páginas 11-12, 49-50, 162-163)
Gran presentación.
ResponderEliminarSaludos