Jesús Ferrero
Ediciones Siruela, Madrid 2013, 204 páginas.
El escritor Jesús Ferrero (Zamora 1952) le
dio vida por vez primera a la detective Ágata Blanc en El beso de la sirena negra. Ahora la recupera en su última novela, La noche se llama Olalla. De nuevo pues
la investigadora parisina se sumerge, no en un mundo rebosante de sensualidad,
de deseo y con guiños psicoliterarios, sino en los recovecos más tenebrosos e ignotos
del ser humano. En un mundo regido por los más abyectos instintos humanos, con
frecuencia muy próximos a los aledaños del poder y en nuestro tiempo; un tiempo
marcado por la crisis que aprovechan políticos y personajes de los círculos del
poder para alzarse con ingentes beneficios.
La orientación temática o el hilo de fondo
de esta novela negra del escritor zamorano viene marcada ya por la cita inicial
de Jean-Paul Sartre, que el lector hallará en la cabeza del texto: “Detesto a
las víctimas cuando respetan a sus verdugos”. Todo el significado explícito o tácito
de esta frase casa perfectamente con lo que piensan los protagonistas de mayor
peso de la novela: la detective Ágata y Gaby, pareja sentimental de la joven
Olalla. Porque este thriller no es una novela detectivesca, de enigma y
suspense, sino un crudo relato negro en el que Jesús Ferrero acerca al lector a
una historia de venganza. El escritor, en efecto, profundo conocedor del alma
humana, desciende a sus regiones más sucias, escabrosas y obscuras para hablar
de la venganza, pero también de algo más: de la locura compulsiva que lleva a
algunos individuos a sumergirse en nuevas experiencias, en un espacio que no es
otro que el Madrid decadente y efímero, castigado por la crisis y por la
corrupción en el año 2012, un año apocalíptico
-recordemos las predicciones del calendario maya- y terriblemente sangriento y
catastrófico.
Así precisamente, con este diagnóstico espeluznante
de Madrid, de España y de un mundo globalizado, da comienzo el
diario de la joven Olalla, de la que diré en una breve sinopsis, no reveladora
de la trama, que en agosto de ese año maldito, plagado de catástrofes y con un
país en bancarrota, aparece asesinada. Todo, especialmente el diario de la joven
indica que fue previamente drogada y violada salvajemente, aunque el informe
policial resuelve el caso como su hubiera sido un accidente de tráfico. La
madre de Olalla contrata a la investigadora privada, Ágata Blanc para que
descubra lo que realmente sucedió. Desde el lado abisal de la muerte, la
protagonista fallecida lucha a través de su diario para que los motivos reales
que provocaron el accidente automovilístico que acabó con su vida, sean
descubiertos a través de la acción interpuesta de tres personajes: la detective
contratada que es en si mismo una verdadera incógnita, su madre y su novio Gaby
que no solo planea descubrir lo ocurrido, sino una venganza tan literaria como real
y sobre todo maquiavélica. La detective
y el novio de Olalla en efecto no solo siguen el “dictum” sartreano, sino que
están dispuestos a que la impunidad no sea el hilo conductor del argumento, a
luchar contra la banalidad del mal.
La
noche se llama Olalla es una novela criminal, pero se mueve en coordenadas
distintas de la de las clásicas novelas detectivescas que se centran
exclusivamente en la resolución del enigma, en el “Whodunit”. De hecho muy
pronto Jesús Ferrero revela el nombre de los verdugos violadores y describe su acción
criminal. El autor sitúa en primer plano todos aquellos elementos que la
aparición de la verdadera novela negra
hacia 1930 valoró en su justa medida: la temática social, el Madrid de
la crisis, el deterioro de las instituciones, la introspección psicológica,
sobre todo en la relación del detective con el criminal. Por consiguiente,
aunque el misterio siga habitando en las páginas de la novela y los protagonistas traten de quitar la
máscara de una verdad oculta, Jesús Ferrero no organiza su material narrativo
como un juego matemático en cuyo final se revela la incógnita, sino como un
espejo que refleja el mal, la perversión
y el ambiente social que los rodea, los mundos y submundos, “la iglesia subterránea”
(página 64) en los que ésta crece a sus anchas; la reacción de los asesinos
ante la culpa y el miedo. Y también la de sus ejecutores.
Paralelamente el autor concede gran
importancia a la denuncia social: el Madrid de la crisis, los rasgos y vicios
depravados de los señoritos de la clase alta. En el lector debería, sin embargo,
quedar una razonable duda sobre la licitud del ajuste de cuentas. ¿Quién detenta
el monopolio del uso legítimo de la violencia? ¿También los ciudadanos particulares,
sean detectives o novios de la asesinada como en este caso? ¿O únicamente el Estado como ya hace
muchos años lo formuló Max Weber?
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Diario de Olalla, 9 de agosto, 2012
Años
atrás, cuando la riqueza brillaba con sus burbujas vanas y las finanzas de
corto aliento, cuando se regalaba dinero etéreo y los medios de comunicación
proclamaban que España era la octava economía del mundo, las calles y las
piscinas de Madrid se vaciaban en agosto.
Los
que tenía en buen gusto de quedarse en la ciudad y no llenar las playas con sus
cuerpos pringosos y enrojecidos podían disfrutar de un Madrid íntimo y
tranquilo, que invitaba a gozar de los placeres de la amistad y del amor,
o a tumbarse en el césped de las
piscinas lejos del tumulto y con la misma tranquilidad que en una piscina
privada.
Pero
todo ese mundo reluciente y caduco es ahora solo un sueño del pasado. Muchos
madrileños han renunciado a las vacaciones fuera de casa y la piscina del
estadio de Vallehermoso, que frecuento desde niña y que otros años se desplomaba
en el ecuador del verano, rebosaba de madres, niños y vecinos sin un euro en el
bolsillo. En el césped del cercado de cipreses adyacente a la piscina principal,
ya no caben más cuerpos tendidos al sol.”
…..
“En
cuanto llegó a la residencia, Gaby estuvo viendo la grabación con rabia y a la
vez detenimiento, y se sintió flotando en un universo en el que solo había
dolor.
El
vídeo había sido realizado con una cámara de buena calidad, pero el resultado
era bastante torpe, como si hubiese sido ejecutado por un borracho.
Lo
primero que vio fue el interior de una habitación amplia y sórdida, desde cuya
ventana se veía un parque. Sobrevenía después una especie de fundido en negro y
la cámara enfocaba la cama, en la que permanecía Olalla con los ojos en blanco.
Parecía
despierta y a la vez dormida, y se hallaba tendida de espaldas, con la cabeza
ladeada y los cabellos revueltos. Todo indicaba que estaba narcotizada. Tenía
el sostén medio quitado y las bragas, demasiado bajas, dejaban ver ligeramente
su sexo.
Dos
enmascarados entraban en el plano. El primero le comía los labios, y el segundo
tiraba de sus bragas, se ponía un preservativo y la penetraba. Lo hacía con
violencia y con ganas, como si llevara mucho tiempo esperando la realización de
su deseo. Olalla gemía, pero no parecía que lo hiciera motivada por el placer.
El
penetrador tardaba en eyacular, pero por fin lo lograba entre exclamaciones y
un grito de victoria. El otro lo empujaba y primero la penetraba por la vagina,
luego por el ano, y más tarde por la boca, donde finalmente eyaculaba.
Ya
se hallaba satisfecho cuando saltaba a la cama un tercer enmascarado (…)
El
tercer enmascarado poseía el miembro más grande de los tres y la penetraba de
una forma tan bárbara como profesional. Luego eyaculaba sobre su rostro dando
un grito de júbilo. El último violador se limpiaba el rostro con un pañuelo de
papel y se quedaba mirándola. Los otros dos se alejaban riéndose y comentando
que iban a esnifar la cocaína que habían dejado en la cocina. En ese instante
finalizaba la grabación.”
…..
“Bastian
se negaba a contestar, Gaby volvió a acercar la barra al hornillo. Ya con la
barra al rojo, aproximó su punta al ojo derecho de Bastian.
-¿Quién
la remató? –gritó Gaby
-Fui
yo –respondió Bastian con un hilo de voz.
Gaby
lo miró con odio y murmuró:
-Bien,
ahora quiero que pienses un poco en la mujer que mataste. Era un alma llena de
luz, ¿lo sabes? Era una persona mucho más inteligente que tú, e infinitamente más
luminosa, pero resulta que ahora está muerta. Contéstame a una última pregunta: ¿cómo la mataste?
-La
golpeé con el parachoques de su Seat 600.
Gaby
lo miró y pensó descuartizarlo, pero entonces se acordó de Aquiles y volvió a
coger la barra de hierro.
-Quien
a hierro mata a hierro muere –dijo, y creyéndose el rey de los mirmidones
blandiendo su lanza de bronce en el cerco de Troya, se separó unos metros de
Bastian para coger impulso y le hundió la barra al rojo en el vientre.
La
barra lo atravesó de parte a parte, y Gaby la dejó colgando de su cuerpo
chorreante de sangre mientras contemplaba como la muerte iba velando sus ojos.”
(Jesús Ferrero, La
noche se llama Olalla, páginas 13, 54-55, 106)
Atrapante, amigo. Lo anoto en mi lista de obras por leer. Gracias por esa encomiable labor de difusión de lo mejor que se publica. Un gran abrazo.
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