El ángel literario
Eduardo Halfon
Editorial Anagrama, Barcelona, 135 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Las raíces del proceso creativo, los porqués
del arranque literario de muchos escritores son un enigma por lo general muy difícil de descifrar. El
escritor portugués, Lobo Antunes hablaba en el año 2004 de la fuerza creadora,
un don que no es propiedad del escritor y que lo empuja a escribir. La
inspiración de las musas se le llamaba en otras épocas. Cuando se experimenta,
la mano se vuelve inteligente y escribe sola.
Lo curiosa es que la búsqueda de este
enigmático don puede tener mucho más calado y llegar a convertirse en el motivo
central de una novela. Tal es el caso del escritor guatemalteco Eduardo Halfon que en el verano de 2004 publicaba El ángel literario, que fuera finalista
del Premio Herralde de Novela el año anterior. Fue el segundo título del
escritor centroamericano incluido en el prestigioso catálogo de Anagrama.
Este ingeniero industrial, que desertó de su
profesión y se instaló, si bien como extranjero advenedizo en la literatura,
retoma el hilo de sus obras anteriores (Esto
no es una pipa, Saturno o De cabo
roto) y nos vuelve a brindar una muestra exquisita de metaliteratura, que,
en un género híbrido, escudriña los momentos y motivos que empujan a alguien a escribir.
Empezar a escribir un día es tan misterioso como dejar la pluma al día
siguiente. Porque existe el momento específico de la primera inspiración
literaria, el primer impacto.
En su pesquisa, Eduardo Halfon escarba en la
vida fangosa de cinco escritores: Herman Hesse, Raymond Carver, Ernest
Hemingway, Ricardo Piglia y Vladimir Nabokov. Un narrador pues que teje materias híbridas (relato, diario
autobiográfico, secuencias de influencias literarias) e intenta situar ese
instante fugaz pero específico en el que el ángel literario se sitúa encima de
alguien y mueve sus alas provocando que reciba
el soplo del arte literario. Puede haber un dato biográfico concreto en
la vida del escritor que lo impulsa a escribir. Otras veces ese momento es el
fin de la primera escritura, otras la hora exacta y decisiva en la que el
escritor pule su artesanía como escritor. Sin embargo nada es definitivo. Lo
único que Halfon descubre es que los detonantes literarios son tan variados
como la misma gente. El ángel literario, ángel caído, luciferino quizás, no
tiene horarios fijos ni momentos planificados.
Por eso es preciso estar atentos para
escuchar las alas del ángel literario que
a veces se disfraza de demonio. Sus alas duelen. El proceso creativo es
muchas veces y en buena medida una maldición. El ángel pasa callado, te señala y luego huye. Pero su
sombra siempre queda y el escritor se mantiene alimentándose de esa sombra que
hace que la obra literaria quede.
¿Y el enigma de la propia iniciación en la
escritura? ¿Qué razones le llevaron a él mismo a escribir? El retratista se
convierte ante este interrogante en su propio modelo, pero admite frustrado que
desconoce la respuesta y que seguramente nunca la sabrá. Lo único que al final
queda claro es que las personas entran y salen de la literatura. Y quizás el
solo hecho de preguntárselo significa acercarse demasiado al sol y quedar
ciego. Sin pedir permiso ni perdón, el ángel literario pasa y se evade. Pero,
reitera Eduardo Halfón, su sombra, su silueta siempre queda ahí y el escritor
se mantiene viviendo en esa sombra, ya
que las obras literarias de todos los tiempos perduran más allá de esas fugaces
visitas. Interesantes reflexiones en esta novela, diario, autobiografía, ensayo
o especie de enciclopedia de influencias literarias
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmento
“Por
qué alguien empieza a escribir. Vaya pregunta. Llevo no sé cuantas páginas en
esto y cada vez tengo menos claro por qué alguien empieza a escribir, o lo que
es casi igual: por qué alguien escribe. Centenares de palabras después y creo
no haber avanzado ni un ápice, mis dudas iniciales sieguen siendo mis dudas y
temo que siempre lo serán. Busqué tanto, demasiado, que al final ya no podía
dormir, estaba sufriendo de algún tipo de fiebres y de un constante malestar
comparable a la melancolía. Estaba desilusionado, trepanado, escribí alguna
noche de insomnio. Por momentos, creía entender a los bartlebys de este mundo,
a todos los escritores que prefieren no hacerlo. Se me ocurre ahora que empezar
a escribir un día es tan misterioso como dejar de escribir otro, tanto así que tal
vez son reacciones distintas de la misma insatisfacción. Emanan del mismo
manantial, por así decirlo.”
(Eduardo Halfón, El ángel literario, páginas 130-131)
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