Las cinco muertes del barón airado
Jorge Navarro
Seix Barral, Barcleona, 2011, 333 páginas.
Con Las cinco muertes del barón airado debuta Jorge Navarro en la narrativa con mayúsculas, en la novela de formato largo y lo hace de la mano de una marca editorial de gran prestigio, la centenaria Seix Barral y en su colección emblemática: Biblioteca Breve. La novela, que comenzó siendo un relato con el que el autor obtuvo el premio literario Federico Muelas-Ciudad de Cuenca, reposaba en el cajón del escritor desde el año 1996. En aquellas fechas, Pere Gimferrer la descubrió, decidió publicarla, pero “los hados se torcieron” hasta 2009 en que definitivamente se enmendó su destino de novela impublicable.
Jorge Navarro agasaja al lector ante todo con una novela de intriga y ambientación costumbrista, que amalgama perfectamente historia y ficción, si bien con el predominio de esta última, en el turbulento final del siglo XIX barcelonés, un escenario literario privilegiado, entre dos acontecimientos que marcan fronteras: el atentado del Liceo contra el capitán general Martínez Campos y el crimen de Castelldefels. Es una época de grandes agitaciones, una época híbrida en la que conviven, en evidente disonancia, las viejas querencias de una sociedad cerrada, clasista, rebosante de temores ancestrales, odios, caciques que ejercen el poder, y lo nuevo, los nuevos fermentos generados o auspiciados por el sufragio universal, las ideologías revolucionarias, el progreso, la industrialización, el ferrocarril…
En esa precisa época (1893), sitúa Jorge Navarro una narración que pivota entre la figura y avatares del gran protagonista de la historia, Amadeo Castellfullit y Rocafort, barón de Castellfullit, uno de los hombres más ricos y poderosos del país, personaje inventado, si bien apropiándose de ciertos rasgos, guiños y magnificencias del banquero Manuel Girona. Y el crimen de Castelldefels en el otro extremo de la narración
El barón de Castellfullit es el estereotipo de los prohombres de la rancia nobleza de la España decimonónica: prepotente, manipulador, megalómano. Par él la única ideología válida es la del dinero y el poder (página 33). Ante las autoridades eclesiásticas pasa por ser un hombre justo y virtuoso, porque sufragaba los gastos de la Iglesia. Pero su personalidad se construye sobre los cimientos de la hipocresía y la inmoralidad. Viaja a Madrid -así da comienzo la narración- con la intención de convencer a la Reina Regente y a los destacados miembros del poder y del partido conservador, de la necesidad de orquestar un golpe de fuerza (“La Gran Causa” eufemismo de una dictadura militar). Desde ese momento se convierte en un grave problema que es preciso eliminar. Pero son muchas más las personas, comenzando por su esposa, que le detestan. Todas tienen motivos para desear su muerte, que de hecho planean, aunque de forma ineficaz. En la órbita de este tirano soberbio actúan una serie de personajes de lo más variopinto. Algunos como su mujer Eulalia, Sofía Reina y el pintor Ramón Casas, coprotagonistas; otros, secundarios que se mueven en distintos planos.
Audacia y mérito del narrador es sin duda unir, sin discordancias, esta historia ficticia con el crimen de Castelldefels, un hecho real que conmovió a la sociedad barcelonesa de entonces, causando perplejidad y estupor en la opinión pública, y que llevó al garrote vial a Joaquín Higueras / Figueras. El escritor conoce perfectamente los entresijos de este crimen y los del juicio posterior, por ser coautor del estudio El crimen de Castelldefels (1999). La novela desfigura ciertos datos, como el número de asesinados y el nombre de algunos personajes, pero, en general, es fiel a la realidad, hasta el punto de reproducir literariamente, con pequeños adornos, los discursos de los actores del juicio. Un jurado popular, manipulado por “la grandilocuencia y la chispa humorista” del Presidente del tribunal, apoyando siempre los argumentos del fiscal y burlándose de los de la defensa, condenó a muerte al inculpado, que sería ajusticiado poco después, vistiendo la misma hopa con la que fue ejecutado Santiago Salvador, el acusado del atentado del Liceo.
En la narración de este crimen y posterior juicio y ajusticiamiento del acusado se pone de relieve la hipócrita paradoja de la doble moral de la época: ciertos prohombres de aquel momento defienden y consideran aleccionadora la pena de muerte, mas, al mismo tiempo, pretenden liberarse del sentimiento de culpa, realizando súplicas humanitarias a las altas instancias de la nación.
La novela insiste en la repercusión expiatoria de Castellfullit, consciente de que se ejecuta a Higueras / Figueras para disimular errores cometidos; el más importante de todos, el hecho de que el barón siga vivo.
Jorge Navarro |
En el haber del debut de Jorge Navarro, subrayo desde mi punto de vista, su competencia para mantener la intriga a lo largo de más de trescientas páginas; la integración de un amplísimo número de personajes; su modulación hasta el punto de lograr personajes redondos, que evolucionan a lo largo del relato (son antológicos los del barón, su esposa Eulalia y el pintor Ramón Casas); el trabajo de documentación que le permite crear con gran verosimilitud escenarios, tiempos y, sobre todo, ese espacio costumbrista de la Barcelona finisecular. La audacia así mismo para atrasar o adelantar acontecimientos históricos, justificable debido al carácter ficcional de una obra paradigmática desde el punto de vista de la inyección de elementos novelescos en los acontecimientos históricos. Son los “desmanes” que el escritor confiesa haber cometido, pero de los que no se arrepiente porque favorecen la “redondez” de la novela (página 332).
Y en el debe de Jorge Navarro mi lectura anota una cierta lentitud, premiosidad y sobreabundancia de detalles. Y, sobre todo, un final poco creíble: un barón airado y prepotente que, de pronto, cae del caballo y se impone una penitencia que se convertirá en venganza para toda su dinastía, no deja de ser una contrición inverosímil.
Fragmento
“El mayordomo la había aleccionado convenientemente la noche anterior: «Será el señor quien la desvista. Cuando el señor empiece a besarla, no tenga miedo, baje los ojos y déjese hacer todo los que el señor desee», le dijo levantando el dedo índice. «Mas un consejo le doy, señorita: no lleve nunca la iniciativa, ya que al señor le gustan las mujeres pasivas y carentes de imaginación. La señora que me la ha recomendado afirma que usted es completamente inexperta en estas lides. Si eso es cierto y por la mañana resulta que se ha comportado como una chica obediente, se le recompensará con generosidad y se le volverá a llamar, téngalo en cuenta» (…)
“-Es bien conocido por todos los presentes que el Excelentísimo señor Amadeo Castellfullit ha cumplido de manera espléndida el generoso ofrecimiento que le hiciera hace seis años en la silla catedralicia de construir a sus expensas la fachada de la catedral. Según los cálculos que obran en mi poder, la suma pagada hasta la fecha asciende a un millón de pesetas.
La cantidad expresada hizo que las exclamaciones de admiración llenaran completamente el espacio de la sala. Murmuró el deán:
-El barón es, sin duda alguna, un hombre bueno.
Musitó el canónigo magistral:
-Un santo varón.
Manifestó con marcado acento de Vich, el chantre:
-Un hombre justo como no los hay”
(Jorge Navarro, Las cinco muertes del barón airado, páginas 12, 59-60)
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