A loba
Bento da Cruz
Editorial Noticias, Lisboa, 1999, 238 páginas
(Libros de siempre)
El lector tiene que avanzar más allá de las treinta primeras páginas para hallar la primera huella de la loba, la primera referencia de su existencia en esta novela. Rufina, una joven adolescente del Barroso portugués que, después de la trastada que le había hecho el Birtolo, empieza a darse cuenta de que le gustaba perdidamente la fornicación, para no vivir con la angustia de que cualquier día le faltaba la menstruación. Aconsejada por Liberata de la Casa Queimada -una que hacía de pedir para la casa quemada su profesión-, se pone a servir en la casa de los Pereiras, una vivienda tan miserable que no desentonaba de las otras de Gostofrío. Viven allí tres hombres, tres hermanos, brutos, idiotas o taradados, junto con una sobrina de ocho años a la que uno de los tíos, Zeferino, violaba desde los seis, sin ningún remordimiento. Encerrada en un cuarto de la casa se halla la loba que, al percibir la presencia de la niña, grita con aullidos de lobo caído en la trampa. Es Rute, madre de la niña y hermana de los Pereiras.
De esta forma da comienzo Bento da Cruz a una narración aterradora, ambientada en una aldea del Barroso, a finales de la década de los cuarenta. Son años de hambre negra, de caldo de berzas y patatas escurridas a la mañana y a la noche; de hombres y mujeres comidos por los piojos de color blanco rabioso, de chozas con colmo. Se puede decir que este mundo rural del Barroso portugués que tan bien describe Bento da Cruz, al igual que el de tantas aldeas gallegas de hace cincuenta o sesenta años, era muy semejante a las formas de vida de hacía cuatro siglos. Desde la lejanía de los tiempos en Gostofrío, se venía a este mundo y se partía de él de la misma forma.
La trama ficcional intenta revelarnos la experiencia pavorosa que se vive en el seno de una de estas familias, sumida en la más negra brutalidad y en el primitivismo más sobrecogedor. Los Pereiras viven como cerdos material y moralmente, y creen mantener un secreto que todo Gostofrío conoce. Mas en este espacio tan ruin y primitivo, junto con los sentimientos más oscuros, brotan también, como no podía ser de otra forma, conductas nobles y generosas, personalizadas en las protagonistas femeninas del relato.
Hace más de cuarenta años el periodista luso Guedes de Amorín predecía que Bento da Cruz sería considerado algún día como uno de los escritores más importantes de su generación. La predicción se cumplió ciertamente porque en la actualidad el escritor nacido en Peireces en 1925, está considerado como uno de los grandes clásicos portugueses modernos. Y su novela A loba basta para confirmarlo. Una literatura ruralista, ásperamente ruralista, derivada de una experiencia directa, de haber vivido y observado en las aldeas del Barroso la compleja madeja de las relaciones humanas y las relaciones del hombre con el medio, que se expresan a través del trabajo, del amor, de la ternura o de las pasiones más primitivas e inconfesables.
Bento da Cruz
Y todo esto en un ambiente de extrema dureza e incultura. Pero así como en otras obras -Contos de Gostofrío es un buen ejemplo- evita el autor emitir juicios morales, en la fabulación de A loba Bento da Cruz no elude el compromiso y enjuicia sin paliativos los comportamientos humanos.
La novela, en su arquitectura interna se desarrolla a través de una estructura tradicional; y tras el clímax se sucede un lento y prolongado desenlace que deja la trama sin cerrarse. Un ritmo acelerado, con múltiples diálogos, una actitud realista que copia fielmente la realidad, que no es ciertamente de rosas, pero que no priva al autor de perderse en la suavidad de un cierto colorido idílico y bucólico, que aparece como contrapunto en el que sueñan los personajes más avasallados de esta historia. Pero nunca como actitud alienadora, ya que de la poesía de este libro se puede afirmar el mismo juicio que merecieron otras obras del autor: es materia y nace de la materia.
Francisco Martínez Bouzas
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