lunes, 25 de noviembre de 2019

UNA AUDAZ PROPUESTA NARRATIVA


Caballo sea la noche

Alejandro Morellón

Editorial Candaya,Camí del Pendès (Barcelona), 2019, 89 páginas.



    


   Alejandro Morellón ha sido hasta ahora el único español que con El estado natural de las cosas  logró el Premio Hispanoamericano de Cuentos García Márquez. En la novela breve que analizo, se aleja de ese cuento y de otro titulado La noche en que caemos. En esta novela breve, como se nos dice en las Claves sobre el libro que elaboran Candaya y el propio autor, se aparta de la temática fantástica que inspira los cuentos citados. Para adentrarse en una escritura reflexiva, poética a veces, y filosófica; y al mimo tiempo desbocada, para tematizar otro tipo de problemas: la culpabilidad, la identidad, el pasado, las tragedias intrafamiliares.

   Un acontecimiento traumatizante de cariz sexual acaecido en el seno de una familia, es el detonante de esta novela, en la que dos personajes: Alan y su madre Rosa, debaten a través de monólogos interiores, monólogos sin auditorio, en los que expresan sus pensamientos más íntimos, próximos al subconsciente. A través de ellos descubren o reinventan la tragedia familiar. Con la peculiaridad de que todos sus monólogos autónomos (Stream of consciounes) y todo lo que acontece tiene lugar en la casa de la que no salen los dos principales protagonistas; lo que condicionará el lenguaje, como más adelante indicaré. El desmoronamiento de un familia en un espacio claustrofóbico y opresivo, debido a algo que sucedió y ha dejado a los miembros del clan familiar hechos trizas.

   La novela está estructurada en cinco capítulo, cinco intensos monólogos sin interrupción, con frases largas, sin puntos, en los que esos monólogos interiores que brotan del subconsciente, se expresan a través de la voces de Alan y de su madre, paralizados los dos por el dolor en una historia familiar que irán desvelando, y de la que también formaban parte Marcelo, el padre que huyó porque según su otro hijo sus adicciones se dan de la mano. Y Oscar, el hermano mayor, ausente por el odio.

   Presenciamos en primer lugar el monólogo autónomo de Alan que se retrotrae al ambiente familiar feliz de su quinto cumpleaños, pero también a la historia de la familia, una historia de revivencias de la que él prefiere ausentarse sumiéndose en el “sueño” para despertar después como quien no ha conocido el pasado. Pero de inmediato llegarán los remordimientos y los reproches como los de su hermano: “¿qué porquería estás haciendo?”.

   Rosa, la madre con la que convive Alan en esa casa -testigo de desgracias que el lector poco a poco va identificando y que se aclaran definitivamente en el desenlace del capítulo V- que se considera madre pero no puede mirar a su hijo, no puede tocarlo y terminará echándole de casa para que pueda liberarse e la tragedia familiar. Alan sabe que perdió su identidad hace muchos años y por eso sus divagaciones habituales son: ¿quien soy yo? Un ente sin identidad, es una de sus respuestas. Vive en un constante frenesí para descubrir quién es.

   Mientras tanto la madre vegeta alienada, “alimentándose” de las fotografías de su pasado para no tener que enturbiar los ojos con la verdad del presente, en esa casa-refugio en la habitan sin  esperanza y sin desesperación. Una carta del padre que Alan lee en el desenlace descubre la herida y la causa del desmoronamiento familiar: “Soy la herida y el cuchillo” había escrito el padre para despedirse. El progenitor confiesa lo inconfesable. Pero tampoco el hijo es inocente. Él y su padre hacen cuerpo bajo la ley del deseo. “La primera voluntad de la carne”, reconoce Alan en el desenlace.

   Los secretos familiares guardados bajos llave, funcionan como la trabe (viga) de oro de la novela, con dos perspectivas: la de la madre y la del hijo. Secretos que originan culpa y dolor en Alan y en Rosa que vive en una especie de ensueño-alucinación. Revive el pasado viendo una y otra vez las fotografías familiares, pero también está de algún modo envuelta en la culpa.

    
                                            
Alejandro Morellón


   El autor ha sabido recrear con gran destreza el ambiente envenenado e hipnótico; así como diferenciar las voces que intervienen e la novela. Y ha sido capaz de convertir a la casa en un personaje más de la trama. Forman parte sus, supongo, viejos muros del lenguaje opresivo y claustrofóbico que Alejandro Morellón ha creado con acuidad. Se ha escrito que este es un libro de literatura enferma, pero que también aporta consuelo vital, a pesar de que algo que ha sucedido deja a cuatro miembros de una familia hechos trizas.

   Gran riqueza de imágenes y un estilo de prosa -en el fondo la personalidad del autor- repleto de vigor, no obstante sus rasgos opresivos. Novela sin duda osada y de calidad como todas a las que no tiene acostumbrados Candaya, ninguna golosina literaria por supuesto, pero apta para un público lector capaz de leer entre líneas y rellenar las lagunas que el autor conscientemente deja vacías.



Francisco Martínez Bouzas

1 comentario:

  1. Excelente crítica apreciado Francisco Martínez Bouzas, la novela amerita y la forma de escribir un drama de familia tal como describes, indica sobre la originalidad narrativa de Candaya.en estos trazados psicológicos de personajes que se hacen carne al leerlos.

    un abrazo
    Marisa Aragón Willner

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