Ian
McEwan
Traducción
de Jesús Zulaika
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2019, 355 páginas.
Máquinas
como yo de Ian McEwan está siendo considerada o bien una novela menor del
autor, o bien una gran novela, si bien no comparable con sus obras más
consolidadas, ganadoras, por ejemplo Amsterdam, del Premio Booker. Actualmente,
aunque McEwan ya no es Ian Macabro, sus
personajes siguen teniendo una predisposición no a lo bueno, sino a
enfrascarnos con dilemas morales, que es lo que siempre le ha interesado al
escritor británico, uno de los miembros más destacables de aquella generación
tan brillante - Dream Team la llamó Jorge Herralde- que seleccionó la Revista
Granta. Por consiguiente, seguimos leyendo a Ian McEwan, como se ha escrito, no
en búsqueda de apacible consuelo, sino de espanto o para sentir revuelto
nuestro interior.
En esta novela, Ian McEwan flirtea con los
fantástico maquinal, porque Máquinas como
yo ha sido justamente definida como “fantasía retro-anticipación”,
fundiendo su material narrativo con la carne de un triángulo amoroso.
Fantasía de retro-anticipación porque todo
sucede non en el año 2040, sino en el Londres distópico de 1982. Con Alan
Turing, que no comió la manzana barnizada de cianuro, y por consiguiente nunca
se suicidó atormentado por las consecuencias del juicio al que fue sometido en
los años 50 por su homosexualidad; y es considerado el sabio y el héroe que
realmente fue. Inglaterra acaba de perder la Guerra de las Malvinas contra los
argentinos; internet y la telefonía móvil ya funcionan como hoy, Kennedy sigue
vivo y Los Beatles vuelven a actuar juntos. Y sobre todo, la inteligencia
artificial y la humana se hallan en relación competitiva.
En este contexto, Charlie Friend, un
estudiante de doctorado, enamorado de la hermética Miranda, decide gastar las
ochenta y seis mil libras de la herencia de su abuela, en Adán, un fascinante
robot doméstico -las Evas ya estaban agotadas-, y le instala parámetros de
personalidad humana, incluida la posibilidad de tener erecciones. En Miranda muy
pronto surge la fantasía de tener sexo con Adán, puesto que supone que no
serían muy diferente a una masturbación con un vibrador. Y de inmediato aparece
el triángulo amoroso: el robot resulta ser de una inteligencia superior y muy
atractivo. Y a la vez aparecen las complicaciones. Charlie se siente el primer
ser humano al que le pone los cuernos un artefacto. Todo se complica mucho más
al entrar a formar parte del juego el maltrecho Mark. Charlie siente
remordimientos por haber malgastado el dinero, y llega a fantasear con criar a
Adán junto a Miranda como a un hijo.
La novela va corriendo páginas y Adán no se
siente satisfecho con el papel que le asignan: quiere más autonomía. Miranda
oculta un terrible secreto relacionado con Mark, y la historia deriva hacia la
tragedia. Y como el robot carece de la conciencia y de los criterios morales de
los humanos, acaba descubriéndolo. De este modo, el peculiar triángulo amoroso
entre los dos protagonistas de carne y hueso y el humanoide de cables y
enchufes, genera una creciente tensión que obliga a los protagonistas a
replantearse todo y tomar decisiones.
Es la vuelta de tuerca de Ian McEwan, en ese
Londres ucrónico, donde los hechos se presentan de forma alternativa a como
sucedieron en la realidad histórica. A Ian McEwan siempre le han interesado los
dilemas ético: ¿qué es la naturaleza humana?¿la fabricación de humanoides
sintéticos podrá ser el origen de mentes más claras, bienestar para toda la
humanidad o sufrimiento y un cúmulo de susceptibilidades como las descritas en
la novela? El androide sintético se manifiesta muy pronto como un ser con
conciencia, si bien con criterios morales diferentes de los de los humanos,
debido a su rigidez. Pero podríamos pensar que el posthumano podría llegar a ser más
refinado emocionalmente que muchas de las personas actuales. En definitiva,
¿podrá una máquina, por muy perfecta que sea, llegar a comprender y valorar la
complejidad de las decisiones de los seres humanas? Ian McEwan nos presenta en esta novela una
ucronía y una alternativa al gran dilema que cada día se hace más acuciante: el
enfrentamiento entre ética y cibernética. Una vez más el conflicto moral
llevado a sus últimas consecuencias. Pero así es Ian McEwan. El último juguete
que describe en esta novela, su Adán, ¿es el triunfo del humanismo o el ángel
de la muerte?
Francisco
Martínez Bouzas
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