Emmanuel Carrère
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 355 páginas.
Editorial Anagrama recupera una vez más una
de las novelas estrictamente ficcionales de Emmanuel Carrère (París, 1957). Ya
lo había hecho con El bigote y con Una semana en la nieve. Bravura no es lo
último de Carrère. El original francés (Bravoure)
fue editado en 1984 y es una de las primeras novelas del escritor antes de que
se decidiese a retratar la realidad como en las ficciones, desarrollando ese
estilo tan característico que le ha consagrado como uno de los narradores más
leídos de todo el mundo.
Bravura
es una tentativa de rescate literario de la figura de John William Polidori
- “El pobre Polidori” como lo definió Shelly- médico y secretario de Lord Byron
y escritor menor y olvidado a la sombra de aquel. En el arranque de la novela
encontramos a Polidori, en una penosa madrugada, “atrincherado” como un
vagabundo en el Soho londinense, consumido por el láudano que le proporciona
una joven prostituta, junto con un mendrugo de pan. Su vida, desde que se unió
a Lord Byron, no ha sido más que un lento derrumbamiento, un envejecer a
sacudidas periódicas, con una existencia muy alejada del Polidori rico, célebre
por sus poemas y tragedias ávidamente leídas. Ese ha sido su sueño: destacar en
el campo de las letras, no en el de la medicina. Pero ya no es más que un
encadenado al opio, tras un suicidio frustrado. Sumido en esa postración,
repasa su vida desde el viaje al continente ejerciendo de médico / fámulo de
Byron. Tenía veinte años. Tras reivindicar inútilmente la autoría de El vampiro, vagó borracho por Londres,
convencido de que su reputación es la de un payaso, un iluminado sin brillo. Y
recuerda que cuatro años antes le había soplado a Mary Wollstonecraft la idea
central de Frankenstein. En efecto,
una noche de junio de 1816, en Villa Diodati, para consolarse del frío verano del siglo,
provocado por la erupción de un volcán en los Mares del Sur, Lord Byron propone
a sus invitados Percy Bysshe Shelly, su amante Mary Wollstonecraft, Claire
Clairmont, hermanastra de Mary y a John William Polidori escribir cada uno un
relato de terror. Todos inician la tarea, pero solamente Mary y el médico la
concluyen. Crearán respectivamente Frankenstein
o el moderno Prometeo y El vampiro.
Polidori ve publicado su manuscrito de El vampiro pero atribuido a Lord B, y se
siente doblemente resentido porque el triunfante Frankenstein del que todo el mundo habla es el fruto de la utilización
de una idea suya por Mary Wollstonecraft. Incapaz de sobreponerse a la amargura
y a la frustración por lo ocurrido aquella noche en Villa Diodati, su vida
transcurre en caída libre: un fracasado que solo halla consuelo en el opio.
En este paria se centra la novela de
Emmanuel Carrère al que sigue y sobre el que novela en un penetrante juego de
espejos. Contemplamos a Polidori ridiculizado por Mary, una arpía que le
humilla como autor de El vampiro. Rumia
su humillación y le observamos en su derrota tras la inútil lucha por un
reconocimiento literario negado y una vida malgastada y reducida a la nada,
víctima de una mascarada en la que le habían colocado, y que oculta, en un
juego de espejos, al verdadero Polidori. Pierde así mismo el favor de Byron y
asume el papel de chivo expiatorio.
Es aquí cuando la novela de Carrère da un
giro de ciento ochenta grados y nos presenta a Polidori transformado en un
personaje recreado por la pluma de una especie de su alter ego, un escritor, el
capitán Walton que está ideando una versión alternativa de la historia de Frankenstein. Comparece así en la
novela el monstruo, Victor Frankenstein, en variaciones distintas de la
historia escrita por Mary Wollstonecraft. Y es entonces cuando Carrère sitúa al
lector en el presente en el que aparece Ann, una escritora de novela rosa
dispuesta a investigar lo ocurrido durante la lejana noche en Villa Diodati.
Con ese propósito visita a Walton y de este modo se inicia una novela de
novelas. Se multiplican las variaciones; el autor despliega un juego de muñecas
rusas: relato gótico de cuyo interior brota una novela rosa y de esta un relato
detectivesco y de ciencia ficción.
Bravura
es una construcción novelesca que se aproxima al concepto de “novela
ramificada” o al libro infinito que Jorge Luis Borges, el gran precursor de los
caminos de la postnarrativa, planteara ya en el lejano 1941 en Examen de la obra de Herbert Quain (El
jardín de las sendas que se bifurcan): un modelo narrativo que pretende
acercarse al infinito. Ese orden binario por el que optarán los demiurgos y los
dioses: infinitas historias infinitamente ramificadas. Estructuras
arborescentes de las que ya había hablado Walter Benjamin; o el libro rizoma
que asumen Deleuze y Guattari: el uno, el árbol raíz que deviene dos, y este
deviene cuatro…
Bravura
se acomoda en buena medida a este modelo: una historia, la de Polidori que se
divide en fragmentos, en una miríada de eventos. El resultado es una pieza
narrativa de gran complejidad formal, especialmente a partir de las primeras
setenta páginas cuando Carrère gira el manubrio de una vuelta de tuerca
radical, y el capitán Walton esboza las primeras palabras de la versión
alternativa de Polidori, y se pone en marcha el juego de espejos que retuercen
el argumento de forma, a primera vista, artificial y de difícil comprensión
para un lector normal, incapaz quizás de comprender la ligazón existente entre
esas historias ramificadas. Sin embargo, una lectura perseverante y cierta
querencia hacia la literatura más vanguardista permitirán comprender el gran
virtuosismo que en Bravura despliega
Carrère: habilidad para multiplicar las variaciones, como anotó en su día Le Figaro; la indagación que el narrador
efectúa en los mecanismos de la creación literaria o la relación del escritor
con su obra y especialmente con sus personajes.
Un claro ejerció metaliterario, un desafío,
por lo tanto, a la inteligencia y a paciencia lectora con esa ramificación de
historias, con tramas cuyos engranajes no son fáciles de captar y que,
podríamos decir, ofrecen un gran tributo a la fantasía, mediante la que Carrère
resucita a Polidori y le concede el lugar literario que la Historia le negó.
Pero Bravura no deja de ser un
edificio narrativo con habitáculos tan variopintos que probablemente
confundirán al lector y le harán naufragar en una estructura rebosante de
virtuosismo, pero también propicia a provocar confusión.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Teresa
ejerce la prostitución ocasional que le permite sobrevivir con una especie de
donaire infantil, un poco bobo, piensa Polidori, y aunque se vea obligada a
plegarse a los caprichos de sus clientes, que reclaman las caricias menos
inocentes, muchas veces les añade una delicadeza de chiquilla, una carantoña
más adecuada para seducir a un tipo viejo que te mima que a un hombre de brega
sexualmente frustrado. Durante las tres semanas que llevan cohabitando en la
casa vacía sólo ha hecho el amor una vez con Polidori. Ni a ella, para quien
constituye su sustento, ni al joven, al que el abuso del opio y el odio vuelve
impotente, les interesa realmente la experiencia y no la han repetido. Pero a
él le reserva las caricias tenues que sus clientes rechazan a menudo, y cuando
están juntos se empeña en enroscar los rizos de su cabello alrededor de los
dedos de los pies de Polidori, en roerle las uñas e incluso en ejecutar lo que
parece ser su zalamería preferida, que ella llama el beso de la mariposa.”
…..
“El
verdadero Polidori, portador de la máscara que le habían puesto para que no le
reconocieran, veía en el espejo que completó la galería especular de sus noches
a un falso Polidori que llevaba una máscara representando al verdadero. Todos
los espejos hacían muecas, ninguno podría ya nunca reflejar la imagen del
Polidori ideal, el que sería famoso y adulado a los veinticinco años. Y si
aquel Polidori, incluso proyectado en un futuro cada vez más lejano, había
perdido todas las posibilidades de realizarse algún día, no era simplemente por
culpa del Polidori impotente, sino también por culpa del mundo que le había
vestido con un ropaje de payaso, de tal modo que si alguna vez llegaba a
escribir la obra tan soñada, aunque superase en grandeza a Shakespeare, no le
reconocerían nunca esta gloria. Antes incluso de leerla, los editores verían la
firma y se partirían de risa.”
…..
“Mientras
se viste él también, titubeando para introducir los pies en los mocasines que
el empeine ya maltratado deforma, la lleva hacia la ventana y le señala con el
dedo la pequeña terraza que ella ha visto la víspera. Es casi de noche. Como no
hay nadie en el paseo azotado por la lluvia, parece aún más aislada, protegida
por una techumbre liviana cuyo saliente no impide ver una de las tumbonas ni la
mesa en la que han depositado un candelabro cuyas cinco velas agitan sobre el
suelo de baldosas las sombras de los árboles que baten en el parapeto. Dos
formas blancas, eléctricas, atraen la mirada: son las perneras del pantalón de
un hombre que se estiran sobre el posapié de la tumbona y luego se entrecruzan.
Desde su puesto Ann no ve nada más, pero adivina que el hombre es Julián. Ella
pronto tendrá que bajar a la terraza. Está muy tranquila.
-Villa
Diodati -anuncia Allan con el tono de un recién casado que muestra a su esposa
su residencia ancestral-. La suerte del planeta está entre tus manos -añade.
En
este momento llaman a la puerta de comunicación que da a la habitación contigua.
-Ah
-dice Allan-, es el capitán, vamos a poder empezar en serio.
Descorre
el cerrojo para abrir la puerta detrás de la cual se encuentra, por supuesto, el
capitán Walton, vestido con un pantalón de tela ligera y, a falta de una camiseta,
un polo de manga corta por el que asoman unos brazos endebles de adolescente. Su
sonrisa es infantil, expresa una sobreexcitación benévola.”
(Emmanuel Carrère, Bravura,
páginas 10, 34, 257)
Muy interesante...
ResponderEliminarMe gusta el enlace que hace el autor entre la obra maestra de Mary Shelley y la revancha que le da a Polidori, pero hay que leerla. Agradezco tu bella reseña que siempre nos hace ir por la mejor opción. Gracias, te dejo un abrazo.
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