Agnès Desarthe
Traducción de Iballa López Hernández
Ediciones de Baile del Sol, 2016, 214 páginas.
Con un título, Cómeme, censurado en algunos países
debido a las connotaciones sexuales que alguien podía ver en esa palabra -le
podría parecer el título de una película porno- Agnès Desarthe (París, 1966)
prosigue una carrera literaria ya dilatada que la ha convertido en una
escritora muy original de la actual narrativa francesa. Pero Cómeme es una novela que habla de
restaurantes, que la autora escribe para salvarse a sí misma de la tentación de
abrir uno, aunque, como veremos, tematiza otros muchos asuntos, algunos
ciertamente espinosos, si bien en un contexto siempre plácido, como el que
suele reinar en una buena comida.
Con una historia escrita en primera persona
-no es un diario en el formato, pero sí en su sustancia- y recuperando
recuerdos fragmentados, la protagonista de Cómeme,
Myriam, nos da cuenta de una idea que pronto pone en práctica: abrir un
restaurante en París sin tener la más mínima experiencia en ese género de
negocios y carente así mismo de dinero. Bautiza al restaurante con el nombre de
“Mi Casa”, porque a través de él abrirá las entrañas de su propia vida, de la
Casa experiencial en la que se encuentra. Myriam es una mujer satisfecha con el
hecho de vivir que no tiene reparo, por ejemplo, en ducharse en el fregadero de
su restaurante. Y a este curioso restaurante no especializado en nada -ni
siquiera existe carta- comienza a afluir una curiosa clientela, por lo general
con poco dinero.
Agnès
Desarthe explora, en las páginas de la novela, la personal forma de ser de
Myriam que bascula entre el caos y la capacidad de resistir. Una mujer que
arrastra un pasado, con su carga de recuerdos que le pisan los talones y de los
que huye, pero que no dejan de perseguirla. Eso sí, es un actante novelesco
cargado de recursos para evadirse de las garras depredadoras del capitalismo,
capaz de enfrentarse al mundo, a las complejidades de la vida y también al
dolor. Una mujer madura que sobrevive a las estafas de la vida y que decide
aventurarse en ese pequeño mundo de la restauración, digamos casera. Pero con la
que logra tirar para adelante sin heroísmos aunque tampoco sin miedos. La
cocina no será para ella la forma de ganar el sustento, sino una catarsis, una
forma de arrostrar su pasado y de vivir el presente.
La novela echa a andar en un contexto
sumamente plácido y delicioso: un restaurante improvisado, un negocio que no es
rentable, con una clientela muy peculiar y con un puñado de amigos pintorescos
rodeando a una mujer alocada, pero llena de vida: no tiene ahorros, carece de
dinero pero no le hace falta nada o casi nada para vivir. Mas de pronto el
lector percibe que Myriam arrastra algunos secretos difíciles de aceptar porque
la sociedad los considera tabúes, especialmente si quien los ejecuta es una
mujer. Ayer, hoy y mañana se da por hecho que el amor maternal es una condición
natural de cualquier mujer. Sin embargo, la protagonista, madre de un hijo, se
siente huérfana de esa inclinación amorosa, del amor maternal. De admirar la
hermosura de su hijo cuando era bebé, desemboca en un momento de su vida en el
que se da cuenta de que ya no le quiere. Y espera la ocasión en la que quizás
regrese ese amor. Reconoce que en su juventud soñaba con un falansterio y no es
capaz de comprender cómo, a pesar de sus ensoñaciones, se precipitó en el
estrecho embudo del matrimonio, y en el aún más estrecho de la maternidad.
La autora justifica con sobradas razones el
perfil de su personaje. Habla de la maternidad, un tema poco frecuente en la
literatura y no reprime el derecho de una mujer a amar a su hijo. Simplemente
reclama la libertad del creador para darle vida a personajes ajenos a
determinados comportamientos canonizados socialmente. “Solo haría falta, son
sus palabras, que determinados lectores no entendiesen que las cualidades de un
ciudadano no tienen porque ser las de un buen personaje novelesco.”
Gracias al restaurante y al contacto con sus
curiosos amigos, una mujer persigue, casi sin quererlo, reconstruirse: hacer el
bien, ayudar, animar y empujar hacia la dulzura, practicar el sexo sin
complejos, dejar que el deseo ocupe la parcela que le corresponde, a pesar del peso punzante de la falta
inconfesable de fantasear y seducir al amigo adolescente de su hijo.
En el último tercio de una novela
aparentemente liviana, y para muchos lectores, intranscendente, que se
desarrolla entre fogones, recetas y ganas de renunciar a ser dueña de un
restaurante, la trama se torna áspera y plantea cuestiones existenciales
ineludibles. La protagonista no solamente hurga en sus sentimientos
contradictorios a los que disecciona, aborda igualmente los problemas del
sentido de la vida, de la sumisión en la vida de pareja, del amor, del deseo y
del sexo. Myriam no sabe lo que es el amor, en qué consiste. Lo único que le
queda es el deseo y el sexo, realidades que la vuelven viva.
En Cómeme, como se ha escrito,
tras el aroma del cilantro se respira el perfume del deseo, esa fuerza
salvadora. Eso quiere ser esta novela: la microhistoria, narrada sin grandes
pretensiones pero con un ritmo ágil y una prosa envolvente, de una persona
repleta de contradicciones y desengaños y que, sin embargo, sigue viva gracias
a la cocina y a la cama con uno de sus amigos. Dos buenas formas de curar el
alma.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Mis dos
primeras clientas no se le parecen. El pantalón les pende de unas caderas
regordetas. «Pichoncitas
mías», pienso para mis adentros. Sus cuerpos se me antojan
encantadores, semejantes a un albaricoque gigante. Se me ocurre hundir el
índice en la carne perfecta de sus vientres, que se ofrecen orondos bajo la
lustrosa piel. No lo hago, por supuesto.
Tan solo
piden un entrante. Me extraña.
-Es que es
demasiado caro -me explican.
-Pero al
salir os va a dar hambre. ¿Tenéis clases esta tarde?
-Sí, de
Filosofía.
-Pues
hay que comer antes de filosofar. Os dejo todo a mitad de precio. Digamos que
será mi contribución al futuro de la filosofía mundial. Si una de vosotras
termina convirtiéndose en la pensadora del siglo…
He
hablado más de la cuenta. Se aburren. Creen que estoy mal de la azotea, pero no
por ello rehúsan disfrutar de mi generosidad. Al mismo tiempo que las observo
zamparse la sopa de aguacate y pomelo, me pregunto si me caen bien o las
aborrezco (…)
Al
salir, observo que han sacado una cajetilla de cigarrillos del bolso. Me
invaden unas ganas irresistibles de declarar que Mi Casa es un restaurante para
no fumadores. Pero es una necedad, yo misma fumo, además sería extremadamente
perjudicial para el negocio. ¿Acaso sus madres no les han enseñado que se debe
comer despacio, posando la cuchara entre bocado y bocado? Las volutas de humo
de Camel se entreveran con la nube de vapor que se eleva de la sartén. Perdidas
en una bruma espesa, nos tornamos espectrales. A ellas no parece incomodarles y
a mí me alegra que mis primeras clientas no sean puntillosas. Varios
transeúntes se apelotonan en la entrada, intrigados por la misteriosa neblina.
Es el principio de la gloria.”
…..
“Permanezco
alerta durante años, espero que el gong vuelva sonar, el gong del amor materno
que haría vibrar mi corazón. A veces me olvido y no pienso en ello, es una
tregua. Mis gestos y mis cuidados emulan tan bien ese amor inalcanzable que
hasta yo misma me lo creo. Me digo que soy una madre como otra cualquiera, tal
vez algo más concienzuda. El dolor se disipa. Respiro aliviada. Pero esa
situación nunca dura, basta con que me cruce con otra madre y la oiga hablar de
su hijo, la vea contemplar su bebé o cantándole a su niño. Lo reconozco todo
porque los tres días que quise a Hugo me han dejado una marca singular, como
una quemadura a lo largo de la columna vertebral. Las observo y la herida
vuelve a supurar. Me falta la endeble pasarela que bastaría para salvar el
precipicio de dos mil metros de profundidad. No es casi nada. El abismo que me
separa de mi hijo es estrechísimo. No habría más que lanzar una cuerda de un
lado a otro, pues la falla no es ancha, es terriblemente profunda, pero si se
arrojase una viga a través de una liana…”
…..
“Dos
brazos me rodean los hombros, luego la cintura, las caderas, las rodillas. Sus
manos alrededor de mis tobillos. Estas suben y se posan en mis muslos, en mi
vientre, en mis senos, en mis ojos, en mis orejas. La boca que me sé de memoria
-la del hombre que nunca me hará llorar, el hombre que tengo a mi espalda y me agarra, me rodea –me muerde
la carne del cuello. Ya está. El hombre que jamás me haría llorar, que me lo
había prometido, hace que un río de lágrimas me corra por las mejillas, las
axilas y las piernas. No le guardo rencor por esa mentira. La fuerza de este
engaño es mejor que ninguna otra cosa. Deseo que me mienta, que se desdiga, que
se contradiga. Cree saber y no sabe nada. Y de ello desconozco todo y ardo en
deseos de saberlo todo. La ropa tirada en el suelo a nuestro alrededor forma
continentes surcados por cadenas montañosas que albergan ríos de rocío. Hacemos el amor en el bosque.
Prendemos fuego a las camas, a las sábanas, a las almohadas. Que no quede
colcha ni somier. Una pira inmensa cuyas llamas lamen y consumen los muebles.
El confort de los techos sobre las cabezas y la mullida suavidad de los
edredones, estalla en la noche.”
(Agnès Desarthe, Cómeme,
páginas 16-17, 99-100, 190-191)
Muy interesante...
ResponderEliminarGracias por tu reseña, me encanta leer tu punto de vista y que nos des la mejor opción. parece interesante la novela, el título me hizo pensar al principio en una novela 100% erótica, pero al leer me ha llevado a otro mundo diferente que me gustaría descubrir, tiene cierto erotismo, pero no es la trama de la novela. Quizá es algo así como una Alicia en el país de las maravillas, donde las galletas dicen cómeme y se espera suceda algo maravilloso, no sé, Habría que leerla. Te dejo un abrazo, gracias.
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