sábado, 23 de abril de 2016

"TAMBOR DE ARRANQUE" : LA DEVASTACIÓN AMOROSA



Tambor de arranque
Francisco Bitar
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2015, 105 páginas

   Francisco Bitar (Santa Fe, 1981) es un joven escritor argentino avalado por varios poemarios, libros de cuentos y esta novela, Tambor de arranque, publicada en 2012, que le supuso la obtención del Premio Ciudad de Rosario, donde fue publicada. Candaya, el sello editor español que suele acertar en la selección de obras de gran calidad, especialmente de nuevas voces de América Latina, le da ahora una segunda oportunidad y amplia notablemente el número de los potenciales lectores de esta novela breve, pero de indiscutible madurez literaria. La editorial catalana respeta además, en esta edición, los rasgos y diferencias lingüísticas  específicas del español rioplatense que enriquecen la lengua común.
   La trama de Tambor de arranque presenta a una pareja con una hija  preadolescente, en evidente crisis matrimonial, a punto de naufragar. El marido, Leo, decide por su cuenta viajar a una localidad cercana para comprar un Taunus, su primer auto. La esposa, Isabel, prefiere adquirir una cama con un buen somier matrimonial, sábanas nuevas, un florido edredón, “que hacen pensar a quien se acuesta en un mundo feliz y ordenado” (página 19). Aunque no cree que eso les vaya a cambiar la vida, puede, no obstante, formar parte de la solución, ya que, confiesa, venían durmiendo muy mal. El marido insiste en el coche. ¿Sus razones? Quizás fuera lo último que iban a hacer juntos si las cosas no iban bien.
   Se trasladan, en efecto, a un lugar de la provincia y allí conocen al vendedor y sus peculiares circunstancias vitales. El coche que tiene en venta, es su domicilio. También el de su perra. La compra fracasa, pero con ellos vieja la vieja perra del vendedor. Y lentamente se consuma la desintegración de la pareja, mas con sucesivas rupturas y retornos. Hasta que inexorablemente, en la tercera separación de la pareja, no hay vuelta atrás. Y a partir de aquí, con saltos en el tiempo, Francisco Bitar nos brinda algunas circunstancias y sobre todo las vivencias por separado de cada uno de ellos: las dificultades de Isabel para salir adelante en la casa del barrio que quiso conservar. Y la desolación del nuevo hogar de Leo, un auténtico basurero, en palabras de un joven vecino que penetra en su casa para robarle una cubetera de hielo.
   Son vidas, las de los protagonistas, con horizontes cercanos, lo único que se puede esperar cuando todo se viene abajo. Los dos se enfrentan a los mismos fantasmas, la profunda soledad; y, con la disculpa de dialogar sobre la situación escolar de la hija, se consuelan mutuamente hablando por teléfono buena parte de la noche. Hasta que ella decide cortar también ese cauce.
   Un final abierto, áspero y aparentemente sin porqué. Leo quema con los chicos borrachos que se habían aprovechado de su hielo, los pocos muebles que tenía en su apartamento. Quizás un punto final a un pasado que, de todos modos, nos deja una sensación agria, los sabores de los efectos de la hecatombe  afectiva y familiar.
   Francisco Bitar aborda desde fuera y con suma delicadeza el infierno en el que vive una pareja, sin recrearse en sus guerras conyugales, en los pasos obligados de toda ruptura. Se limita a decirnos que a Leo, la relación con su mujer le enseñó que los insultos, cuando eran precisos, los dejaba para el final del día. Y sobre todo presta atención a otras incógnitas y circunstancias: qué es lo que lleva  a una ruptura; qué detalles o decisiones importantes en el interior de una pareja dan lugar a un momento de no retorno; cómo vive y soporta cada de los integrantes de la misma la ausencia del otro. Y lo hace desde distintas  perspectivas y voces, en un relato coral: cada miembro de la pareja arrastra consigo a otras personas que indirectamente  nos permiten intuir  los efectos de esa devastación sentimental. Además, sin verbalizaciones, hablan también los animales o los simples objetos: perros, gatos, cucarachas, pájaros, moscas, un colchón sin sábanas tirado en el suelo, meses helados, sillas que terminan en una hoguera… Testigos mudos pero, no obstante, muy elocuentes de naufragio de un proyecto de vida en común, y de la relación que, en esa situación, establece cada sujeto con su entorno.
   El autor perfila a sus personajes de una forma creíble. Y lo hace especialmente narrando sus diálogos y las acciones que en el fondo les definen. Seres perfectamente humanos, de carne y hueso: él, inseguro e idealista; ella, con una visión más pragmática de la vida y desconfiada. Ambos sufren las heridas de la ruptura, traducida casi siempre en momentos de intensa soledad.
   Tambor de arranque es una novela breve, pero, sin embargo, se podrían escribir páginas sobre su forma y su arquitectura compositiva. Ocho secuencias aparentemente desconexionadas, pero que terminan tocándose en el común denominador de la erosión y el naufragio de una pareja. Novela fragmentaria, con saltos en el tiempo, convivencia de dos voces narrativas, la tercera y la primera persona, una opción aparentemente caprichosa. Un estilo de prosa muy directo, limpio, frecuentemente áspero y duro; alejado de adornos y florituras líricas. Y a pesar del escepticismo  del autor sobre las posibilidades del minimalismo en castellano (a diferencia del inglés, demanda o agradece rodeos), nouvelle con no pocas elipsis. Un minimalismo, declara Francisco Bitar, como el del último Carver. Como botón de muestra, esta breve secuencia: “La semana que viene -supuso él. Después tuvo una sensación de incertidumbre causada por dos motivos parecidos: primero, nunca nada tan grande había quedado para la semana siguiente. Segundo, nunca la semana siguiente había estado tan cerca” (página 37). En resumen, una novela breve que muestra una gran ambición y madurez literarias. Un hermoso relato para hacernos partícipes de una acción desagraciada, alejada de toda belleza, aunque cada vez más cotidiana: los efectos devastadores del desamor.

Francisco Martínez Bouzas
                                                      
Francisco Bitar
Fragmentos

“No habíamos ahorrado un año entero para comprar un auto; queríamos una cama. Un buen somier matrimonial con el juego de sábanas de setecientos hilos y uno de esos acolchados de colores que hacen pesar a quien se acuesta en un mundo feliz y ordenado; no digo que iría a cambiarnos la vida pero capaz una nueva cama fuera parte de la solución. Veníamos durmiendo muy mal.
Pero un tarde a fines de mayo vimos sobre la mesa de la cocina el recuadro en los clasificados mientras tomábamos café y corregíamos exámenes.
-¿Estás seguro? -pregunto Isa
-No -respondí-. No estoy seguro.
Lo que sí sabía era esto: yo nunca había tenido mi propio auto.
-No sé, Leo
Nadie estaba seguro.”

…..

“Uno de los amigos del vecino dice:
-Te casás, pajero.
El cocho vuelve a pasar pero esta vez en dirección contraria.
-Vos te casás, pajero –dice su vecino.
-Si me erraste, gil
La voz de su vecino habla otra vez:
-Porque no te cogés a nadie.
Había comido en el patio, Leo los escuchó con claridad. Pusieron los caballetes y el tablón a un costado del asador, acercaron las sillas.
Una tercera voz dice:
-Fuera de joda, chabón. Te la tenés que traer para acá.
La voz del primero, el que tiró el corcho la primera vez agrega:
-Uh, de una. Sabés qué. Si te la traés hasta acá no le queda otra, te la enfiestás sí o sí. Ja ja ja.”

…..

“Qué error. Isabel creía en el matrimonio como en un asunto personal. Demasiado sacrificio, pensó la madre, cuando no tienen remedio. Mónica (la madre) había estado con un solo hombre en su vida pero no necesitaba más que eso. Los años de matrimonio con el padre de sus dos hijas le habían enseñado que ningún marido, ni siquiera el peor, significaba el infierno: un hombre es algo que hay que soportar muy por debajo del límite de sus fuerzas.”

(Francisco Bitar, Tambor de arranque, páginas 19, 47-48, 87)

2 comentarios:

  1. Preciosa crítica, gracias por el placer que me das al leerte, hoy nos presentas una novela que nos adentra en la vida cotidiana de muchas parejas, que al ya no crear el matrimonio, poco a poco comienzan a morir los sueños y las ilusiónes, convirtiéndose en una soledad que a veces es peor que estar solo realmente. Es triste, pero así sucede en muchos matrimonios, el amor hay que crearlo cada día, como si fuera la primera vez, ahí está la magia de saber vivir y no caer en una disfunción marital. . Mis felicitaciones a ti y al autor, que me ha interesado a seguir sus letras. Un abrazo.

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