Alfredo Conde,
Editorial Bruguera, Barcelona, 214 páginas
(Libros de fondo)
Alfrendo Conde (Allariz, Ourense, 1945)
publica con regularidad, sin demasiadas interrupciones, aunque de forma no
compulsiva, ofreciendo a sus lectores obras importantes, y dándole vida a
notables fabulaciones, tanto en gallego, como en español, tal como acontece en
una de sus novelas, Lukumí, editada
al mismo tiempo en gallego por Editorial Galaxia y en español por la histórica
Editorial Bruguera, que estrenó su poster renacer (2006-2010), precisamente con
esta novela de Alfredo Conde. El autor apuesta por la doble versión como una
forma legítima de obtener lectores. Un motivo, sin embargo, de ciertas críticas
en otros tiempos a la obra narrativa condiana. Pero pasaron los años y hoy
Alfredo Conde que ya no es un estómago agradecido de ningún grupo editorial, ni
el intelectual orgánico del Gobierno gallego -tampoco el escritor español de
prestigio más sólido como se escribió en el periódico La Nación de Buenos Aires-,
ha logrado que se juzgue su obra sin paralajes ni criterios extraliterarios,
separando la obra literaria de la personalidad de su autor y teniendo
únicamente en cuenta los méritos o deméritos de la misma.
Es preciso que el lector se acerque a Lukumí con ese distanciamiento de ánimo,
dispuesto exclusivamente a sumergirse en una historia, a la vez saga familiar y
retrato ficcional de un singular personaje, mezcla de pícaro y de espectador
acomodaticio, mas siempre escéptico y descreído de todos los paraísos
ideológicos y políticos de cualquier naturaleza.
Lukumí
es una novela de un solo personaje, pero, como telón de fondo, el autor recrea
las idas y venidas de sus sagas familiares: la historia de los ancestros de la
vieja nación africana lukumí, tan amantes de la libertad que se suicidaban
colectivamente antes que vivir esclavizados; y la de la familia gallega de su
padre, un gallego que llega a Cuba embrujado por el triunfo de la Revolución y
para colaborar en el surgimiento de la nueva sociedad comunista. Es Esteban,
hijo pues de gallego de pelo dorado y de una negra que baila en la Tropicana,
que relata en primera persona, como protagonista, su periplo vital que lo
llevará a la tierra de los abuelos blancos, viniendo de la de las abuelas
negras.
En este recorrido Esteban retrocede hasta la
época colonial, escuchando en las palabras de la abuela el retrato de la Cuba
del siglo XIX, la de los duros tiempos de la esclavitud, de las esclavas
matricidas, de las sociedades secretas que surgían al compás de viejas pautas
culturales. Pero sueña así mismo con las historias de su vieja casa gallega. Y
crece envuelto en la cara amable del Sistema, entre la flor y nata de la
Revolución. Son sus años de aprendizaje de la vida en un “paraíso” comunista,
al que mira con escaso fervor revolucionario, aunque sabe disimular hábilmente
sus carencias, lo que significará el premio de viajar a Moscú, a la tierra de
la Gran Madre Soviética. No obstante, su sangre gallega le empuja a desconfiar
también de este paraíso marxista y, reclamado por el abuelo gallego, recala en
Galicia, donde también mira y observa para encontrase finalmente con el
definitivo engaño: las miserias superlativas del capitalismo.
Una de las virtudes del texto de Alfredo
Conde es la de huir del maniqueísmo de cualquier signo, que frecuentemente
inundaban los textos occidentales sobre la Isla de Cuba. Nos acerca, en efecto,
a la realidad cubana, a la soviética y también a la gallega con afán desmitificador.
Es la cruda realidad de los paraísos comunistas o de los engaños capitalistas,
la que termina por imponerse hasta deteriorar
las ilusiones de los seres humanos. De ahí que el escrutinio de Alfredo
Conde a la Revolución sea irónico y crítico, pero, al mismo tiempo, melancólico.
A través la mirada de su protagonista, gallego desconfiado y lukumí díscolo y
la de la abuela negra, Alfredo Conde interpreta la realidad de manera
desapasionada, y al mismo tiempo con el pesar melancólico de lo que pudo ser y
no fue. Pero algo semejante ocurre en el escenario español. Ese peregrinaje de
un país en el que era posible toda la picaresca, a otro en el que las andanzas
de los pícaros habían dado origen a todo un género literario y los pícaros crecen
como los hongos, impide que la novela pueda ser leída en clave maniquea de uno u otro signo.
Los puntales formales en los que se asienta
la narración, son una prosa fluida, sin aluviones líricos, ni alienaciones
lingüísticas. Un ritmo ágil, con un tiempo del discurso que sigue la misma
dirección del tiempo de la historia, aunque colmado de esas paradas tan
frecuentadas por la narrativa condiana, en las que el protagonista ensimismado
y nostálgico, libera el peso de su memoria. Una estrategia narrativa que le
permite al autor entrar dentro de la personalidad del protagonista, usada con
maestría y comodidad, hace que el relato gane verismo, tan necesario,
especialmente cuando se fabulan utopías malogradas. Un final abierto nos
permite pensar que bien podría haber una segunda parte, ya que el protagonista
parece dispuesto a seguir contando su aventura.
Este ajuste de cuentas y el desencanto ante
uno y otro sistema, convierten el libro de Alfredo Conde en merecedor de que le
caigan encima los dardos del beaterío tanto de izquierdas como de derechas.
Francisco
Martínez Bouzas
Muy interesante...
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