La palabra “crítica”, al menos en las principales lenguas occidentales,
tiene el significado de “examinar, analizar, discernir, evaluar o dictaminar”.
La excepción es seguramente el alemán, idioma en el que el término “crítica”
arrastra una carga semántica peyorativa o despectiva: evaluar equivaldría a
devaluar, y dictaminar, a emitir una condena, lo que dificultó la labor de
críticos como Lessing o Marcel Reich-Ranicki que se comprometieron a hacer
alegatos a favor de la crítica como institución, defendiéndola y luchando por
su reconocimiento, a pesar de que, en opinión de Reich-Ranicki, la crítica
alemana “languidece y se consume lentamente”.
Por mi parte siempre pensé que el crítico, el que es verdaderamente
crítico, practica un género de opinión con la finalidad pragmática de
orientación del lector. Mediante el empleo de bases e instrumentos de
delineación literaria, el crítico orienta su labor crítica hacia la emisión de
un juicio orientativo más o menos profundo, claro y explícito que ilustre al
lector sobre las bondades o maldades de un determinado producto literario.
La crítica, como elemento decisivo e imprescindible en cualquier forma
de vida intelectual, como apunta Reich-Ranicki; nunca debería de estar en
crisis ni ser cuestionada. Entrará en crisis si deja de ser crítica y se
convierte en otra cosa. Hace apenas tres meses, la narradora Sara Mesa
publicaba un breve artículo en El País
que hace saltar todas las alarmas: “Todo está en crisis, dicen, y la
crítica literaria no se salva de la quema. La inmediatez periodística, las
reglas del mercado -¡los libros son mercado!-, las condiciones de trabajo -no
pagar, o pagar muy poquito-, todo contribuye a que muchos críticos hoy día
critiquen sin leer. O más bien, sin leer el texto -el libro-, pero sí lo que
viene a llamarse el paratexto -la solapa, la contraportada, la nota de prensa,
las entrevistas y las críticas previas- , a ver qué dijeron otros antes, a ver
por dónde va la cosa.” Por cierto, algo similar, aunque con una connotación
totalmente positiva, escribió Virginia Woof del crítico romántico William
Hazlitt: “Es uno de esos raros críticos que han pensado tanto que pueden
prescindir de la lectura.”
En este estado de cosas, me parece oportuno recordar algunas de las
funciones o caminos que se le han atribuido a la crítica literaria, o que se le
han propuesto como rutas. Así como formas -algunas canónicas, otras no tanto-
de practicarla. Un texto de referencia será la obra Sobre
la crítica literaria que Marcel Reich-Ranicki (1920-2013), conocido como el
“papa de la crítica alemana”, escribió en 1970, traducida al español y editada
el pasado año por la barcelonesa Editorial Elba. Los juicios de Reich-Ranicki
como crítico eran temidos por editores y
escritores, entre ellos Günther Grass, Martin Walser o Peter Handke.
Comienzo por los llamados por Reich-Ranicki “los domingueros de la
crítica”, es decir, la crítica sumamente benevolente. Reseñas o comentarios que
aparecen, por lo general, en los suplementos de fin de semana y en ellas sus autores se dedican a describir
elogiosamente las obras de sus amigos o colegas, o las de las editoriales con
las que tienen una especial relación, cayendo en la sobrevaloración desmedida y
en la impertinencia del elogio inmerecido. Ya en 1755 detectó este tipo de
crítica Christopher Friedrich Nicolai: “Los errores de la crítica -escribía- no
han sido ni de lejos tan dañinos como los elogios que se prodigan los autores
entre ellos”. Lo haría más tarde Robert Musil
que en 1933 se quejaba de que se ha dejado la crítica de libros en manos
de gran parte de literatos que se elogian entre sí. “Sociedades de elogios
mutuos”, llamaba a este tipo de crítica Kurt Tucholsky. Y similar es la tesis
de Georg Lukács: “En general para el escritor una «buena» crítica es aquella
que lo elogia a él o censura a sus rivales; una «mala» crítica, la que reprocha
algo a él o favorece a sus rivales”. No todo el mundo, sin embargo, está de
acuerdo con la falta de objetividad
profesional de un escritor a la hora de ejercer cómo crítico. Menciono, por
ejemplo, a un prestigioso crítico español, Robert Saladrigas, cuya opinión
reproduzco en uno de los fragmentos conclusivos.
En el polo opuesto, al menos en términos lingüísticos, si situaría la
llamada crítica negativa, cuyo representante más emblemático es precisamente
Marcel Reich-Ranicki, aunque la legitimidad de tal postura a la hora de
criticar libros ya fue defendida entre otros por C. F. Nicolai, Goethe o Friedrich Schelegel: “La crítica es el arte
de matar en la literatura lo que vive solo en apariencia”. Es verdad que las críticas de Reich-Ranicki
destrozaron a algunos libros, El tambor
de hojalata de Günter Grass entre otros. El judío polaco, crítico de
cabecera del Frankfurter Allgemeine
Zeitung, escribía en realidad y como norma general críticas ponderadas, con un marchamo individual y subjetivo, como
cualquier otro crítico, pero no ocultaba la obligación del crítico, y él la
ponía en práctica, de “diagnosticar
epidemias y expedir partidas de defunción”. Y en efecto, muchas de sus críticas
fueron demoledoras, pero otras muchas, elogiosas, entre ellas a un libro de
Günter Grass, Encuentro en Talgte
(1979). Reich-Ranicki creía en la misión profiláctica de la crítica y para ello
comenzó a criticar libros diciéndole a la gente de forma simple y llana lo que
pensaba de un determinado libro. No obstante, en la elevación de su gusto
subjetivo a un juicio de valor estético, nunca cupieron ni el varapalo gratuito, ni la ambigüedad
elusiva, ni las reseñas abstractas, ni tampoco la cortesía ecuménica.
Otro de los rumbos que marcan las rutas de algunos críticos, es el
comentario contracanónico o desacralizador, que está tomando carta de
naturaleza en nuestros días. Vienen a mi mente el libro de Frédéric Beigbeder, Último inventario antes de liquilación y
el más reciente, Libros peligrosos de
Juan Tallón. F. Beigbeder comenta de una forma personal, libre y desacralizada,
frecuentemente con frivolidad, inconsecuencias y humor (“para superar el efecto
intimidatorio que producen las grandes obras de arte”) los cincuenta libros del
siglo XX escogidos por los lectores de Le
Monde y FNAC. Quizás obras
maestras, pero que, a su juicio, odian ser respetadas, prefieren vivir, es
decir, “ser leídas, machacadas, contestadas, manoseadas.” Mucho más
inteligentes, aunque no exentas de una mirada cínica y a veces un poco golfante,
son las cien reseñas que Juan Tallón hace de otros tantos libros. Comentarios
muy lúcidos, más también desacralizados, desenfadados, escritos con mucha
chispa, mas también con rigor, que tienen la virtud de poder encerrar en una
sola línea o en un par de ellas la esencia de una obra (“La escritura de Carver
transita por pasadizos inciertos y hábilmente accidentados”, “Cada comienzo de
sus relatos es una invitación a temblar” -escribe sobre Catedral de Raymond Carver, una misa para muchos.)
Y entre unos y otros nos situamos aquellos que estamos unidos por el
común denominador de pretender ser intermediarios entre el libro y los
lectores, ofreciendo nuestro punto de vista, juicios siempre subjetivos,
huyendo a la vez del ajuste de cuentas y del slogan que se puede apreciar en
solapas, contraportadas o bandas con las que las casas editoras pretenden ganar
lectores. Los textos de Fernando Aramburu y Armando Requeixo que reproduzco,
señalarían esos rumbos.
Francisco Martínez Bouzas
Textos
“Detesto las normas, los cánones y los
consejos vengan de donde vengan. ¿Quién los dicta, desde qué pretendida altura
y con qué propósito? Lo que es útil para uno puede no serlo para otro. ¿Qué
tiene en común Updike con Edagar Allan Poe, con Foster o con Coetzee? Cada uno
representa un concepto distinto de la estética literaria. En el mundo del arte
no hay reglas. Por fortuna es un espacio de libertad que es, o debería ser, de
libertad absoluta. Por otro lado, no creo en el mito de la objetividad. ¿Desde
cuándo he de ser objetivo ante una tela de Matisse o leyendo e intentando
desentrañar los significados de un poema de Verlaine? Y ¿quién mejor que un escritor
para intentar, eso sí, mediante un ejercicio de honestidad, entender las claves
de otro escritor?”
(Robert
Saladrigas, Entrevista concedida al diario Público,
26 de octubre de 2013)
…..
“¿Cómo han
reaccionado sus amigos ante críticas demoledoras?
Nunca reaccionan bien. Dependiendo de la
categoría humana del escritor, hay quien se lo toma con deportividad y hay
quien no te lo perdona. En este sentido, el plano en el que resulta más difícil
sostener la independencia del crítico es personal. Un crítico, al fin y al
cabo, es un tipo que circula en el medio literario, que es pequeño. Si eres
crítico, hay cierta apuesta por la misantropía. Cyril Connolly, en Enemigos de la
promesa, lo formula muy bien. Un
crítico solo puede serlo hasta los treinta y pico años porque, a partir de
entonces, el tejido de las relaciones que tiene en el mundo literario le
impiden ejercer su independencia, ya no por un problema intelectual sino por un
problema moral y afectivo. Pero creo que eso se puede sostener, todo depende de
habilidades propias.”
(Igancio
Echeverría, Entevista concedida al diario Público,
22 de noviembre de 2012)
…..
“Quien se pronuncia públicamente
sobre el trabajo de otros y no lo encuentra todo bello y bueno provoca que
otros se froten las manos, pero de inmediato levanta la sospecha de ser un tipo
malicioso que se deleita en enmendar la plana a sus congéneres.
En todas partes, es decir,
también allí donde se reconoce plenamente la importancia de la crítica y se ve
en ella un elemento decisivo de cualquier forma de vida intelectual, se la
trata con cierta susceptibilidad, con un malestar más o menos encubierto; la
relación con aquellos que critican o que incluso han hecho de la crítica su
oficio no está en ninguna parte exenta de resentimiento y desconfianza.
«Porque, del mismo modo que, para convertirse en un autentico mendigo, el más
rico de los aspirantes deberá desprenderse de hasta el último centavo, así
nadie podrá tampoco iniciarse como un autentico critico si no dilapida antes
todas las buenas cualidades de su espíritu; lo cual, tal vez, aun por un precio
menor, podría considerarse una mala inversión», afirmó Jonathan Swift en torno
al año 1700.»
(Marcel Reich-Ranicki, Sobre
la crítica literaria, Editorial Elba, Epílogo de Ignacio Echeverría, Barcelona, 2014, 144
páginas)
…..
“¡Basta ya de purismos! Sólo cuatro
letras separan esta palabra del puritanismo. Aunque sepamos que en arte la
competición no existe («Lo hermoso no devora lo hermoso. Ni los lobos ni las
obras maestras se devoran entre sí», Victor Hugo dixit) nada nos impide
divertirnos un poco clasificando, comparando, enfrentando entre sí a algunos
genios que, en vida, se declararon frecuentemente la guerra. Un crítico es un
lector como los demás: cuando da su opinión, favorable o desfavorable, sólo se
representa a sí mismo, y ni siquiera eso, sólo a una de sus múltiples facetas
contradictorias.”
(Frédéric
Beigbeder, ¨Último inventario antes de
liquidación, Editorial Anagrama, Barcelona, 2002, página 13)
…..
“Hace tiempo, José Martí Gómez me
preguntó delante de cincuenta personas, por redondear, si los escritores éramos
todos gilipollas. Ni siquiera dijo «casi todos», para salvarme. Me cogió en
calzoncillos, y me derrumbé entre la multitud. Confesé que, si no todos, al
menos en mi caso se podía afirmar que sí. Lo era. En cierto sentido es
importante ser un poco gilipollas y creerse el mejor escritor del mundo,
aunque esa categoría no existe.
Necesitas, muchas veces, perseguir sombras para llegar a algún lugar. Esa fe y
constancia en tus sueños pueden ayudarte a alcanzar los puestos del medio. No
es poco.”
(Juan Tallón, Libros peligrosos, Larousse Editorial,
Barcelona, 2014, página 12)
…..
“Merece algo más que aplauso, merece
agradecimiento el crítico que hace apetecible las obras valiosas; aquel que no
se limita a descifrarlas con adusta terminología de profesor, sino que se toma
la molestia de transmitir entusiasmo, humanizando generosamente sus textos
críticos por la vía de exponer una parte de su condición de lector sensible;
aquel, pues, que explica con precisión y claridad las razones por las que
considera que una obra determinada repercute positivamente en él. Nada de lo
cual es compatible con eslóganes del tipo: «lean sin falta la novela, no se la
pierdan» y demás clichés del redactor de reseñas metido a mercader. Ni con la
dejación intelectual de quien, para ponderar la calidad de un autor,
menosprecia a otros. Ni con el lanzamiento de cohetes artificiales del tipo:
«el mejor de su generación, el más grande de su época» y demás hipérboles de
improbable demostración que, además, contribuyen a difundir y fijar los
tópicos.”
(Fernando
Aramburu, “Crítica de la crítica”, artículo publicado en el periódico El País el 13 de julio de 2013).
…..
“El crítico literario es un lector
autorizado, que tiene una competencia lectora superior que proviene de su
experiencia y / o conocimientos técnicos en la materia. Su visión del texto
literario se sirve de elementos de descripción científico-literaria pero
puestos al servicio de la emisión de un juicio de valor, de una valoración más
o menos subjetiva del texto. La suya es, por lo tanto, una crítica inmediata,
una crítica pública cuya misión es, fundamentalmente, la de informar y analizar
panorámicamente, pero también la de valorar -con argumentos y justificación,
por supuesto- los textos a los que se refiere, pues en la orientación del potencial
público reside buena parte de su razón de ser.”
(Armando
Requeixo, Tradución de un párrafo del trabajo “Crítica literaria galega: problemática y actitudes”, publicado en
la revista Grial, octubre-diciembre, 2005,
páginas 123-127)
Creo que has dado una excelente paráfrasis de lo que es un crítico y hacia dónde se destina su trabajo. Que a veces los escritores no damos por bienvenida esa crítica, eso como dice Igancio Echeverría es cuestión de la calidad humana del escritor. Hay quien reacciona bien y otros se desmoralizarán hasta ver nulos sus sueños. Yo te dejaré como escritora dos frases:
ResponderEliminar1-Si no llego a conquistar al crítico, es porque no estoy llegando a apresar al lector, que a fin de cuentas, es para el que escribo.
2-El escritor que es humilde ante una opinión y vence los hilos del ego, lo lleva a lograr la palabra perfecta.
Un gusto leerte, abrazos de luz.
Una gran exposición sobre las distintas maneras de hacer una crítica....
ResponderEliminarSaludos
He leído con suma atención todo lo que has dicho tú y los demás críticos a quienes citas.
ResponderEliminarY de todo lo que he visto, me quedo con la explicación que das en tu segundo párrafo, es lo que siempre he pensado, precisamente, lo que haces tú cuando nos hablas de un libro.
Personalmente nunca he comprado o dejado de comprar un libro por lo que diga la crítica. Jamás. Pero me sirven algunas como la tuya para guiarme si el tema que trata puede interesarme o puede servirme de consulta para lo que yo escribo. Por esto es que quizá este comentario será el que tenga menos que decir, por ser yo, parte interesada en la materia.
Creo que lo que tú haces, (sin querer arrojar flores) y algunos otros críticos que he leído de gente que conozco en otros blogs, son honestos y que siempre van dirigidos, como bien lo explicas, a guiar al lector.
No creo en la objetividad, se puede tratar de dejar la subjetividad a un lado, pero siempre estará ahí, sería como querer deshacerse de nuestra propia sombra.
Todo este contenido que acabo de leer me recuerda que las palabras tienen vida propia, algunas juzgan, otras, combaten, otras juegan, etc. y me viene a la memoria este fragmento de un escrito cuyo título es "MERECER" "... ¿Quién puede blandir la palabra: merecer, sin hacer gala de una soberbia implacable? ¿Quién puede arrojar semejante juicio con la omnipotencia del necio? ¿Desde qué arrabal de la arrogancia se esgrime semejante puñal? "
Para mí esa palabra tiene mucho que ver con la opinión de algunos críticos Sobre todo, aquellos que hablan de lo que no han leído. Creo que como en todas las profesiones los hay honestos y los que no.
Seguiré pensando que el trabajo del crítico, es como bien dices, una guía hacia los caminos literarios para quien hace de la lectura, su propia vida.
Y como cuento con la impunidad de haber vivido tantísimos años y siempre, siempre leyendo, ten por seguro que coincido plenamente con lo que tú expones, de lo contrario, no lo diría.
Me ha parecido éste un muy buen trabajo y supongo que debe haber sido también muy difícil de realizarlo.
Hablar de sus pares, es un sendero casi intransitable.
Un abrazo.