Primera edición en español, Editorial Losada (1939) |
El proceso
Franz Kafka
Editorial
Losada, Buenos Aires, 1939 (1ª edición), 268 páginas
(Libros de
fondo)
El proceso (título original alemán, Der
Prozess) es una novela inacabada de Franz Kafka, publicada de manera póstuma en 1925
por Max Brod, basándose en el manuscrito inconcluso de Kafka. Es sin duda una
de las obras de la literatura universal que ha logrado más traducciones y
ediciones en la mayoría de los idiomas de todo el mundo. La portada de El proceso que aparece en este
comentario está tomada de la mítica primera edición de la bonaerense Editorial
Losada del año 1939, hoy muy difícil de encontrar.
La redacción de El proceso
data de 1914, coincidiendo con los primeros meses de la Gran Guerra, cuando
todavía no se presentía el terrible caos ni el mundo de los campos de
exterminio nazis, a los que serían conducidas las hermanas del autor. Estamos,
eso sí en la cumbre de la “era de la burocracia”, la misma en la que Franz
Kafka desenrollaría un papel destacado como inspector de una entidad de seguros
de accidentes que lo obligará a redactar una infinidad de informes sobre
medidas preventivas. En la redacción de los mismos, este “judío de excepción”,
se familiarizó con un mundo regido por los burócratas y con ese estilo que le
es propio: exacto, conciso, muy ramificado no obstante, pero al mismo tiempo
construido con un léxico muy limitado.
Nace así El proceso, una pieza
narrativa cuya lectura nos sumerge en una de las experiencias más
extraordinarias por su complejidad e intensidad. No, en cambio, porque su
autor, a pesar del carácter “kafkiano” de El
proceso se hubiese propuesto envolver la realidad en el misterio,
mistificándola, sino justamente porque
fue capaz de penetrar en la esencia y escritura de la misma con tanta
profundidad que “existen pocos escritores -como escribió H. Luckas- que hayan
representado con tanta fuerza como Kafka la originalidad y la elementalidad de
la concepción y representación de este mundo y el asombro ante lo que jamás ha
existido”.
El proceso forma parte del legado póstumo
de Kafka, consistente en no más de quinientas páginas, que tendrían que haber
sido destruidas por su amigo y testamentario, Max Brod. Porque Kafka las veía
como piezas incompletas, a medio hacer. Las vicisitudes de Josef K., detenido y
juzgado sin que nadie le diga de qué lo acusan, y por un código penal que
resulta ser un libro pornográfico, pueden ser interpretadas, como de hecho se
hizo en más de una edición, en clave biográfica y social. En efecto, el
protagonista de El proceso, más que
símbolo de una absurda tragedia, preanuncia muchos de los conflictos del hombre
contemporáneo, víctima de los engranajes del poder burocrático y totalitario. Sin
embargo, también es posible otra interpretación: considerar la novela como el
fruto de la lógica de los sueños. Tanto el protagonista de El proceso como el de La
metamorfosis abren los ojos en la cama, al iniciar sus relatos, y nunca
llegaremos a saber si despiertan de verdad o siguen sumergidos en el sueño,
amalgamando así las narraciones lo onírico con lo real. Hasta que mueren en la
desmesura de esa ambigüedad.
Der Process, primera edición, 1925 |
Mas este Kafka profundamente perturbador, que desenvuelve “ad absurdum”
una hipótesis o una idea, deja paso con frecuencia al escritor ingenioso,
hiperbólico, humorista y más socarrón que turbador. El mismo autor se partía de
risa cuando les dio a conocer a sus amigos el primer capítulo de la novela. La
misma necesidad emerge en nosotros cuando leemos algunos capítulos de la obra,
por ejemplo aquel en el que hace una caricatura de la justicia, a la que
describe como una jungla en la que se hunde el procesado, sin saber de qué es
acusado, ni dónde se halla su expediente, entre un numeroso grupo de abogados y
jueces. En el mismo capítulo, un pintor le explica a Josp K. que solamente
podemos aspirara una absolución aparente, jamás a la absolución real que solo
puede ser otorgada por un supremo tribunal, inaccesible a todos, y del que
nadie sabe ni quiere saber nada. Un proceso, pues, que resulta ser
increíblemente inofensivo comparado con los procesos y condenas de la vida
real, que no se hallan gobernados por el signo del absurdo, sino por el odio y
las ojerizas más ensañadas.
El estilo conciso, exacto, equilibrado de Kafka, con ciertas concesiones
a una ironía contenida, avanza en El
proceso sin que se corresponda con una verdadera progresión dramática, sino
con una sencilla acumulación de escenas y episodios. Un eje conductor que se
alimenta en una “reflexión interminable”, sin necesidad de un verdadero final,
convierte a esta novela en un testimonio desesperado de la absoluta
deshumanización del mundo histórico que le tocó vivir a Franz Kafka, como
mantiene alguno de sus más reputados intérpretes.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Era
un largo pasillo al que se abrían algunas puertas toscamente construidas que
daban paso a las oficinas instaladas en el piso. Aunque en el pasillo no había
ventanas por donde entrara directamente la luz, no estaba completamente a
oscuras, porque algunas oficinas, en lugar de presentar un tabique que las
separara del corredor, tenían enrejados de madera que llegaban hasta el techo,
a través de los cuales se filtraba un poco de luz, y podía verse a unos cuantos
funcionarios, que escribían sentados a una mesa o que, de pie junto al
enrejado, miraban por sus intersticios a la gente que pasaba por el corredor.
En el pasillo no se veía a muchas personas a causa, seguramente, de que era
domingo. Todas tenían un aspecto muy decente y estaban sentadas a intervalos a
lo largo de una fila de bancos de madera dispuestos a ambos lados del corredor.
Había dejadez en el vestir de aquellos hombres, aunque a juzgar por su
fisonomía, sus maneras, su corte de barba y otros pequeños detalles
imponderables, pertenecían obviamente a las clases mas altas de la sociedad.
Como en el corredor no existían perchas, habían dejado sus sombreros sobre los
bancos, siguiendo posiblemente cada uno de ellos el ejemplo de los otros.
Cuando los que estaban sentados cerca de la puerta vieron venir a K. y al
ujier, se pusieron de pié cortésmente, visto lo cual sus vecinos se creyeron
obligados a imitarles, de modo que todos se levantaban a medida que pasaban los
dos hombres. Pero ninguno de ellos se ponía derecho del todo, pues quedaban con
las espaldas inclinadas y las rodillas dobladas dando la sensación de ser
mendigos callejeros."
…..
“Intentaré ser honesto
con usted, dijo K. No te engañes, dijo el sacerdote. ¿En qué podría engañarme?,
preguntó K. Te engañas en lo que se refiere al tribunal, dijo el sacerdote, en
la introducción a la Ley se ha escrito sobre este engaño: "Ante la Ley hay
un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre que viene del campo que
se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice
que en ese momento no le puede permitir la entrada. El
hombre reflexiona y pregunta si más tarde podrá entrar. "Es
posible" responde el guardián, "pero no ahora". Como la puerta
de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se halla a un
lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver de ésta manera
qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su intención, ríe y dice;
"Si tanto te tienta, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero ten en
cuenta que soy poderoso y que, además, soy el guardián más insignificante. Ante
cada una de las salas permanece un guardián, cada uno más poderoso que el otro.
La mirada del tercero ya resulta para mí insoportable". El hombre
procedente del campo no había imaginado tantas dificultades. La Ley, piensa,
debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más
exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y
prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor
esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un banquillo
y deja que tome asiento a uno de los lados de la puerta. Allí se queda sentado
días y años. Hace muchos intentos para que le permitan entrar y agota al
guardián con sus súplicas. El guardián lo somete frecuentemente a cortos
interrogatorios, le pregunta de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas
indiferentes, como las que hacen los grandes señores, y al final siempre
repetía que aún no podía permitirle la entrada. El hombre, que estaba muy bien
provisto para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al
guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo le repite: "Sólo lo
acepto para que no creas que has omitido algo". Durante todos
los años que permaneció allí, el hombre observó al guardián de forma casi
ininterrumpida. Se olvidó de los otros guardianes y éste le terminó pareciendo
el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo
la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba
para sí en un rincón. Finalmente se vuelve senil, y como se ha sometido durante
tantos años al guardián en una larga contemplación, termina por conocer a una
de las pulgas que habita en el cuello del abrigo de piel del guardián, por lo
que solicita a la pulga que le ayude a cambiar la opinión del guardián. Por
último, su vista, ya débil, no sabe reconocer si oscurece a su alrededor o si
son sólo sus ojos los que lo engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un
brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no
vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su mente todas las
experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no
había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, pues ya no puede mover su
cuerpo entumecido. El guardián tiene que agacharse mucho porque la diferencia
de tamaños ha variado en perjuicio del hombre de la provincia. «¿Qué quieres saber
ahora?» pregunta el guardián, «eres insaciable». «Si todos buscan la Ley», dice
el hombre, «¿Cómo es posible que durante todos estos años, sólo yo haya
solicitado la entrada». El guardián comprende que el hombre se encuentra en sus
últimos instantes de vida y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita:
«Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues
está entrada estaba reservada sólo para ti. Me iré ahora y la cerraré»”.
(Franz
Kafka, El proceso, sin paginación debido
a las numerosas ediciones)
Una obra maestra....
ResponderEliminarSaludos
Siempre tan interesantes tus comentarios, hoy más que nunca en una obra de obras como es ésta, la de Kafka. No creo en casualidades, pero no es éste el espacio para ponerme a dilucidarlas, sólo contaré que estoy leyendo un libro de autor nuevo en el que el narrador se encuentra con Gregorio Samsa, un bicho desde el que se comunica con Kafka en el infierno.
ResponderEliminarTe refieres a lo difícil de encontrar una edición de Losada, editorial con una larga e interesante historia en la Argentina. Yo todavía conservo el libro en el que leí El proceso por primera vez y es de otra editorial que se abrió en 1966 bajo la dictadura de Onganía: Centro Editor de América Latina, editorial vista con malos ojos por los gobiernos militares. Y yo lo leí por primera vez en la década de los '70, bajo otro gobierno militar llamado paradojalmente: PROCESO Militar de Reorganización Nacional. Eran épocas en que no sólo había que tener cuidado con el autor que se leía sino además con la editorial de la que comprábamos los libros.
Sí, recuerdo todavía mi primera impresión al leerlo, era como si alguien pusiera en letras el horror silencioso interno que se vivía aquí por entonces.
Los argentinos y el resto de América Latina estábamos viviendo bajo un poder totalitario, y lo que le sucede al protagonista lo sentíamos en carne propia, ser llevado sin saber por qué, ni dónde, ni por quién, ni para qué. Vivir esperando al juez, simbolizaba para nosotros vivir esperando la libertad, la democracia, (buena o mala) ya es harina de otro costal, pero en tiempos tan crueles se la espera sin juzgarla. Recuerdo todavía la última página del libro, la forma en que me impresionó la injusticia, la impunidad del poder en manos de los "burros", la indefensión del ciudadano común, etc.
Nosotros lo estábamos viviendo muy de cerca todo eso.
La maravilla de esta historia es el hecho como dices la cantidad de interpretaciones que tuvo y tiene aún. Ante la burocracia que infecta al mundo, en especial en mi país, una burocracia heredada de la colonia y que no ha cambiado más que en su forma pero no, en su fondo. Siempre pienso que Kafka debe haber tenido algo de sangre argentina.
Se me ocurre también la lectura de una interpretación quizá un subtema, como es el de la robotización del ser humano, cuando cada uno deja el sombrero en el lugar que ocupa, y al ponerse de pie uno, todos los demás lo hacen.
El guardián en la puerta como si hablara del Cerbero que guarda la puerta del Hades, y cada uno tiene más poder que el otro, recuerdo aquí a Heracles tratando entrar en el Hades y sólo lo logra con el poderoso Hermes que se impone sobre Coronte. Algo así, parecido al inframundo era lo que aquí se estaba viviendo en el más terrorífico de los silencios.
Perdón, pero cada vez que hago una relectura de El proceso, me parece imposible encontrar un adjetivo, pues está siempre construyendo el futuro en el que se vive, es como si Kafka siguiera siendo parte de este universo y cada vez que se lo lee, hablara del presente de ese futuro que se repite una y otra vez.
Una vez más gracias por compartirnos este trabajo.
Es un honor recibir en mis modestas reseñas comentarios como estos. Especialmente el de Norma Aristeguy, que contextualiza con oportuna precisión la novela de Kafka con los procesos represivos de los gobiernos militares en Argentina. Seguramente que los represores militares de tu país no jusgaban a los encarcelados y torturados por un código que era un libro pornográfico, como a a K. el protagonista de la novela kafkiana, sino por códigos resultado del capricho y de una inaudita crueldad. La crueldad del hombre para el hombre. Gracias una vez más por tan inteligente y portuno comentario.
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