lunes, 24 de agosto de 2015

ÚLTIMO INVENTARIO LITERARIO ANTES DE LIQUIDACIÓN



Último inventario antes de  liquidación

Frédéric Beigbeder

Traducción de Sergi Pàmies

Editorial Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 213 páginas.

(Libros de fondo)

    
  La necesidad de canonizar es inherente a la especie humana desde sus múltiples nacimientos, desde sus orígenes hominizadores  hasta el devenir contemporáneo. Y lo es porque, al canonizar, se expresa la permanencia o el anhelo de la misma. Lo hizo aquel animal dotado de sinrazón, bajado de los árboles, el hombre de Neanderthal  mediante la pintura, el grafismo parietal o el grabado sobre roca o sobre hueso, símbolos más o menos analógicos, con representaciones extremadamente precisas de seres vivos o de seres quiméricos e irreales. Su finalidad ritual y mágica (protección y conminación a la buena suerte), no descarta que esas imágenes y símbolos signifiquen además para sapiens una segunda existencia que se prolonga y perpetúa en el tiempo.

   Las religiones históricas han hecho algo muy parecido: canonizan a personajes ilustres, “santos”, escritos, los textos de los fundadores para convertirlos en modelos estables e inmutables.

   A nivel literario, especialmente en la época actual se ha hecho y se hace algo muy similar: la necesidad, acrecentada al final de etapas históricas o en el cambio de siglos o milenios, de seleccionar con criterios dispares cánones literarios, fruto de gustos colectivos o personales, casi siempre ideológicos o defensores de una teoría literaria. Catálogos de libros “preceptivos”, antologías de relatos, de poemas “excepcionales” a los que se les considera que deben perdurar, que deben incitar una larga vida lectora. Existen en todos los sistemas literarios. Sin embargo, las verdaderas listas canónicas, en el campo literario, se pusieron de moda a partir de la publicación, en el año 1994 de la obra sumamente polémica The Western Canon de Harold Bloom, traducida  al año siguiente por Editorial Anagrama. Otro intento canónico del profesor de Yale fue Stories and Poems for Extremely Intelligent Children of All Ages (2001), Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades en la traducción y edición española de 2003. Sin duda, otra lista canónica igualmente controvertida.

   También del año 2001 es la propuesta canónica, esta vez de origen colectivo, que presentó Frédéric Beigbeder, Último inventario antes de  liquidación: agudas y sabrosas reseñas de los cincuenta mejores libros del siglo XX, seleccionados por seis mil lectores que contestaron a la encuesta llevada a cabo por el periódico Le Monde y la FNAC. El número 1, El extranjero de Albert Camus; el 50, Najda de André Breton.

   No resulta difícil entender el carácter chauvinista, casi exclusivamente francófono, de este catálogo de los cincuenta mejores libros del siglo XX. Entre las preferencias de los franceses no figura ninguna muestra de la literatura portuguesa. Cien años de soledad es la única fabulación que nuestros vecinos eligieron entre las literaturas hispánicas.

   El canon de Le Monde no está elaborado desde ninguna opción ideológica ni teoría literaria, sino desde la perspectiva y los gustos lectores de los que eligen: francesas y franceses de nuestros días que leen lo que les resulta más cercano, que se convierte para ellos en lo más representativo. Lectores corrientes en el sentido que a esta expresión le dieron Samuel Johnson y Virginia Woolf.

   Acompaña a la lista canónica de los lectores franceses un plato bien gustoso: las recensiones críticas que Frédéric Beigbeder hace de estos cincuenta títulos. El autor de varios best-sellers franceses (13,99 euros, El amor dura tres años, Una novela francesa…) efectúa una lectura de estos cincuenta libros como si hubiesen acabado de salir del horno y los comenta críticamente de una forma contracanónica; es decir, de una manera personal, libre, desacralizada. Con frivolidad e inconsecuencias, perseguidas a propósito. Con humor, con falta de respeto, “porque las obras maestras odian se respetadas”. Burlándose, emocionándose, siendo breve y conciso en sus comentarios acerca de lo que realmente son estos cincuenta libros famosos. Miradas vivas proyectadas sobre los cambios y catástrofes que conforman nuestro tiempo.



Francisco Martínez Bouzas



                                                      
Frédéric Beigbeder

Fragmentos



“Cien años de soledad rodó cuesta abajo desde Colombia en 1967 como un terremoto. Podemos afirmar sin riesgo  a equivocarnos que hay un antes y un después de este libro en la historia de la literatura del siglo XX: desde entonces, les hemos tomado gusto a las novelas latino-épicas, de alto contenido colorista, personajes delirantes, con escenas extravagantes y tropicales. Por otra parte, resulta curioso constatar que, a menudo, las grandes novelas de nuestro siglo se fundamentan en un deseo de condensar el universo: la jornada de un alcohólico en Dublín, la vida de un edificio parisino o, en este caso, cien años de un pueblo colombiano imaginario, aislado del resto del mundo, llamado Macondo.(…)

Angelo Rinaldi exagera cuando dice que este libro debería haberse titulado Cien años de insipidez, aunque siempre resulta divertido poner nervioso a Jean Daniel. El sargento García Márquez sigue vivo, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982,y muchos escritores barrocos le deben todo. José Saramago, Günter Grass o Salman Rushdie, los dos primeros novelizados, el último nobelizable. Moraleja: escribid novelas largas y farragosas y tendréis más posibilidades de ganar el Nobel que parafraseando a Marguerite Duras.”



…..



“El número 1 de esta clasificación de 50 libros del siglo, elegido por los votos de 6.000 franceses, no soy yo, pero me importa un bledo, ni siquiera me siento ofendido, ya formaré parte del Primer inventario del siglo XXI, ¿verdad? ¿Ah, no? ¿Tampoco?

Hay que subrayar que nuestro gran triunfador tranquilizará a los vagos: una novela muy corta (124 páginas, letra grande). No es necesario deslomarse, pues: se puede escribir una obra maestra sin tener que emborronar miles de páginas como Proust. Obra maestra que podemos leer en media hora de cronómetro. Otra buena noticia: el número 1 de nuestra lista es una primera novela. Y, por último, malas noticias para los xenófobos: la novela preferida de los franceses se titula El extranjero. (…)

Y es que para Albert Camus (1913-1960), la vida es absurda. ¿Por qué todo esto? ¿Para qué? ¿Por qué esta crónica inútil? ¿No tenéis nada mejor que leer este libro? Todo es vanidad en este bajo mundo (Camus es el Eclesiastés según un pied-noir). Esta taciturna lucidez no le impidió a Camus aceptar el Premio Nobel de Literatura en 1957 (a los cuarenta y cuatro años, lo que le convertía en el laureado más joven después de Kipling). ¿Por qué? Porque resumió su existencialismo en un lema muy sencillo: «Cuanto menos sentido tiene la vida, más vale la pena vivirla.» Nada tiene sentido, ¿y qué? ¿Y si la «inevitable felicidad» consistiera en eso? Contrariamente al rechazo esnob de Sartre, siete años más tarde, que confiere importancia a la recompensa, Albert Camus acepta el Nobel precisamente porque se burla de él. Uno puede burlarse del universo, y aceptarlo de todos modos, incluso amarlo. O eso o suicidarse sin más demora, ya que éste es el único «problema filosófico realmente serio».”



(Frédéric Beigbeder, Último inventario antes de liquidación, páginas 87-89, 111-112)

8 comentarios:

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    1. Bueno, primero que nada, tu crítica es excelente y digna de admiración, mis felicitaciones más sinceras.
      Con respecto a la obra, no puedo decir nada, pues no la he leído y tampoco conozco a su autor. Pero dentro de esta reseña, puedo decirte que sí he leído Cien años de soledad y en lo personal, me ha parecido una obra excelente, con una trama interesante y que me ha cautivado hasta ese final que me parece brillante. Una obra clásica del realismo mágico, muy lejos de lo que este respetable autor piensa y describe en este fragmento que nos compartes. Y bueno, con todo respeto al autor Fréderic Beigbeder le llamaría un aficionado de la literatura y no un conocedor trascendental.

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    2. Gracias Araceli por tu comentario. Ten en cuenta que los lectores franceses son chauvinistas. Y F. Beigbeder hace una críticas ligeras y superficiales. Lo que pretende es desacralizar los libros que consideramos canónicos. Lo hace con "Cien años de soledad" y también con "El extranjero" de Albert Camus y con los cincuenta títulos elegidos por los lectores franceses.

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    3. Tienes razón y públicamente pido una disculpa al autor y a ti.

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  2. Y sí, causa un malestar en el pensamiento cuando se leen los fragmentos que nos compartes.
    Lo primero que me planteo al leer tu crítica es que el ser humano siempre tiene ese secreto bien guardado, que es el deseo de trascendencia, quizá otra forma de vida, quizá el deseo que tenemos de no irnos, de quedarnos de alguna manera en este mundo, me refiero a tus afirmaciones del comienzo. Y elegir a otros como esa necesidad que dices, de canonizar a la especie humana, es otra forma de permanecer vivos, darle al otro lo que queremos para nosotros, si él puede, yo también. Escribo su historia en la pared de un edificio derruido, ¿quién escribirá la mía? La Historia o la Prehistoria nos muestra las manos sobre un muro, es decir, desde siempre está el deseo de trascender.
    A veces hay otros intereses, por ejemplo el de las religiones con su frenético deseo de sobrevivir.
    La lectura para niños extremadamente inteligentes, también visto desde una posición humana un poco dudosa, porque ¿quienes los escribieron eran entonces más inteligentes aún que quienes los leerían?
    No sé si es propio del escritor, no lo he leído, pero eso de las listas creo que tiene algo de razón, y si no, hay que ver lo que nos dice respecto a hacer listas con todo lo que existe, Umberto Eco. Es como si fuera algo que nos puede, siempre en una vorágine de números o letras sumergiéndonos en listas interminables, de las que no nombramos como creemos siempre lo mejor o lo peor, ya que las individualidades existen por más que las "amontonemos" y/o etiquetemos.
    Desde el momento que tu palabra dice que Beigbeder lo hace desde una posición casi irresponsable, porque una crítica frívola de García Márquez o Camus, no merece otra calificación, desde ese momento, habría que ponerse en sus zapatos, cómo entender en profundidad una realidad como la de Macondo desde París.A no ser que se esté analizando con seriedad y se pueda opinar lo contrario de la generalidad, pero con fundamento literario y sin olvidar el comportamiento ético.
    Podría ser que este tipo de críticas tan a la ligera de Beigbeder procuraran también una forma de asegurar su trascendencia por más best sellers que haya tenido.
    ¿Cómo saber si no está él también buscando participar en un futuro, en alguna lista más importante que su obra literaria?
    Me encantó Cien años de Soledad, y aunque no diría que es el libro que más me ha gustado, no puedo dejar de reconocer que es La gran obra del Realismo Mágico y que no esté entre los más leídos de los franceses no creo que a su autor le preocupara mucho. Debo decir en favor de Beigbeder, que a veces los humanos exageramos y que nos escondemos detrás de intereses que tienen que ver con lo económico también. Camus me gusta, pero tampoco estoy entre los que más elegiría si a alguien le importara lo que yo pienso como lectora.
    Espero haber interpretado tu crítica, que siempre me deja con deseos de leer más.

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  3. Gracias, amigo, y nada menos que de Francia la encuesta, claro está, la intencionalidad del autor es evidente, y no menos rayana al humorismo. Pero tengo que reconocer que si me hubieran encuestado varios franceses hubieran estado entre mis elegidos, como Victor Hugo y Balzac, je je..lector ligero yo. Un abrazo y muchas gracias de nuevo.

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