Brigitte Giraud
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
Contraseña Editorial, Zaragoza, 91 páginas.
La literatura del dolor se
asienta en una dilatada tradición y en ella ocupan un especial espacio dramático
los libros que recrean el duelo, si es que una recreación realista de esos
momentos de aflicción resulta posible. Este breve libro de la narradora
francesa Brigitte Giraud (Sidi-Bel-Abblés, 1960) forma parte de la dimensión
emocionante, mas no lacrimosa ni truculenta de esa tradición literaria. Un
libro que pretende describir el “ahora” que adviene después de la muerte de un
ser querido, cuando es preciso superar el dolor, la soledad y la pena por la
desaparición de esa persona que ya forma parte del “antes”, un antes que “era
algo blanco, luminoso, ingrávido, evidente…terso, emocionante a veces” pero
definitivamente irrecuperable.
El dramatismo de esta breve novela se
acrecienta cuando el lector se entera de que lo que está leyendo es autoficción,
literatura testimonial. Brigitte Giraud lo escribe con la conciencia de que
nadie será nunca capaz de creer en sus palabras, de percibir lo que ella siente.
El día anterior al trágico suceso se había desplazado a París para presentar
una de sus novelas. A su regreso, recibe el mazazo de que Claude, su pareja, se había matado en
un absurdo accidente de moto, al perder el control de la peligrosa Honda CBR
900, un modelo incluso prohibido en Japón. La acompaña un amigo, pero de poco
importa: “En adelante está una sola para tomar decisiones” (página 19). Y así
da comienzo el “ahora”. Un ahora en el que es imposible ovillarse en el viejo
sillón de cuero, como muestra el bello dibujo de la portada. Porque se hace
preciso gestionar la muerte, esa separación definitiva, ya que es ella únicamente
la que habrá de tramitar no solo el dolor sino también todo el peso de la pérdida.
La aflicción y su vivencia van unidas al
necesario cumplimiento de numerosos detalles y requisitos que se disparan tras
la muerte de un ser querido: los primeros momentos tras la pérdida,
absolutamente insulsos y triviales, la aséptica comunicación del fallecimiento
que le hacen los médicos, el atestado policial, la bolsa con los objetos personales
del fallecido, el funeral, la elección de la corona de flores, la música… Una
inmensa y poco menos que esperpéntica burocracia funeraria repleta de trabas.
Todo eso lo exige la simple vulgaridad de la muerte.
La buena educación sumisa hace que, en el
recorrido por su “ahora”, la narradora muestre un dolor domesticado,
civilizado, revestido de buenos modales. No obstante, la autoficción de
Brigittr Giraud se halla repleta de momentos especialmente conmovedores. Uno de
los más impactantes se produce cuando tiene que contarle a su hijo la muerte de
su padre. La madre, tras la visita al pediatra del que recibe consejos, intenta
hablarle al hijo con normalidad, narrarle brevemente algo que iba a cambiar para siempre su vida.
¿Y el amor? se pregunta la escritora. ¿Ese
amor que se nos dice que todo lo puede? Por desgracia no protege nada. No impide
la muerte. Pasar veinte años viviendo con alguien, amando a ese alguien no es
capaz de evitar algo así. La guadaña de la muerte está inmunizada frente al
amor.
Ahora
se presta por su temática a derivar en una novela triste y lacrimógena. Sin
embargo, la autora supo evitar ese extremo al hablarnos del “antes” y del “ahora”
y de la abisal distancia que separa ambos momentos. La calidad de su prosa, tejida
con palabras generalmente contenidas, algunas veces rebeldes, va relacionando
ante el lector todos esos pasos inevitables y que, en un país como Francia se
eternizan, para poder dar sepultura a un ser querido. Ahora nos habla de todo eso y de la ineludible necesidad de iniciar
una nueva vida, cuando llegamos al convencimiento de que la ausencia del ser amado
es definitiva, cuando van a echar del
cementerio a todos los asistentes al sepelio, excepto a él, “que a partir de
ahora puede trasgredir todas las leyes” (página 89). La muerte de un ser querido
lo distorsiona todo, mas la vida sigue y es preciso afrontar el futuro desde el
“ahora” y con el dolor en toda su fiera plenitud.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Esta
noche se ha muerto Claude. Yo lo quería. Mi vida se detiene y empieza el tiempo.
Para no nombrar el suceso digo «antes» y «ahora» (…)
Esta
noche se ha muerto Claude y yo estoy viva. Me deja sin haber querido dejarme,
por inadvertencia. Me deja con mi deseo, con mis preguntas. Estoy en el
hospital, con G. La señora del mostrador de ingresos me pide el carnet de
identidad y el número de la mutua. Nos indica unas sillas de plástico naranja.
Le doy las gracias. Hago lo que me piden que haga al pie de la letra. Sentados
y sin decir nada, mi amigo y yo; se prohíbe fumar. Llevo unas sandalias de
cuero marrón que me están algo grandes; los pies se me mueven solos. Son más o
menos las nueve de la noche. Claude ha tenido un accidente de moto; está en el
quirófano.”
…..
“Luego
llega el momento en que me entero. Poco antes de las doce de la noche. «No
hemos podido hacer nada»: la frase que marca la frontera entre antes y ahora…«No hemos podido hacer nada.» Ya
estamos en la nada. Se acabó la historia. Así de sencillo. Estás vivo; y, después,
estás muerto. La piel está tibia; luego está fría. Tienes montones de cosas que
decir; pero te quedarás callado. Los ojos están abiertos; los ojos están
cerrados. No he vuelto a ver sus ojos de terciopelo oscuro. «No hemos podido
hacer nada.» Estoy muda. Estoy tranquila, curiosamente. ¿Qué separa la vida de
la muerte? Eres todo; luego no eres nada.”
…..
“Voy
a esperar a T. al colegio. Vamos juntos por el camino de vuelta, hablamos de
todo un poco. Le pregunto qué actividades han hecho. Y ayer, ¿qué tal la fiestecita?
¿Durmió bien en casa de su amigo? Alargo ese rato, miro a T., le paso revista.
Sé que es la última vez que voy a verle la cara que tiene ahora, la de antes de
la preocupación y del miedo. Lleva un pantalón corto, sandalias y una mochilita.
Un niño como todos los niños; lo cojo de la mano; subimos la cuesta que lleva a
casa.
T.
está sentado en el sofá, y yo en cuclillas, a su lado. Le hablo; la frase es
corta, se la digo con voz dulce, esa que pongo muchas veces para hablar con él.
Entiende enseguida lo que le estoy diciendo. Acepta oírlo. Ahí estamos; yo con
las manos en sus rodillas, en sus pantorrillas, en sus muñecas. Tengo las manos
en su pelo, demasiado largo. No tengo nada más que decir; he puesto una detrás
de otras las palabras más violentas que darse puedan; y, en la misma frase, la
palabra «papá» y la palabra «muerto». De mis labios ha salido eso tan espantoso.”
(Brigite Giraud, Ahora, páginas 13-14, 16-17, 27-28)
Excelente epítome, verdadero e intenso resumen de un sentimiento....
ResponderEliminarSaludos