El pacto de las vírgenes
Vanessa
Schneider
Traducción
de Luisa Juanatey
Editorial
Pasos Perdidos, Madrid 2013, 155 páginas.
La pensadora francesa Elizabeth Badinter ha escrito que el bebé es el mejor aliado de la dominación masculina. Pero en el año 2008 en Gloucester (Massachusetts) diecisiete adolescentes, la mayor de las cuales no superaba los dieciséis años, que frecuentaban el mismo instituto, piensan lo contrario cuando pactan quedarse embarazadas a la vez y tener cada una de ellas un hijo. Un gesto definitivo asumido con el propósito de crear una comunidad completamente nueva. Un sueño de libertad: convertirse en madres para llegar así a ser mujeres.
El acontecimiento ha dado lugar a diversos
reportajes, documentales y también a la película “17 filles”, realizada por las hermanas Muriel y Delphine Coulin que
sitúan la acción en la ciudad francesa de Lorient. Y también al libro de
Vanessa Schneider, un producto literario
híbrido entre la ficción y el reportaje.
La autora le cede la voz a cuatro de estas
adolescentes, Lana, Cindy, Kylie y Sue que aceptan confiar su testimonio a la
novelista. A través de secuencias en las que las cuatro protagonistas hablan en
primera persona, descubrimos cómo idearon y pusieron en práctica su plan tan
descabellado como absurdo. Las cuatro tramaron el plan pero otras chicas del
instituto, a medida que se iban enterando, se apuntaban al mismo. De las
diecisiete solamente dos tiene pareja. Lana es la figura central, la que
decide, la que lo organiza todo. Las otras son como perritos falderos. La
mayoría de esas adolescentes ha crecido en un ambiente familiar desestructurado
o incluso hostil: padres alcohólicos, con problemas con la justicia, sin ganas de trabajar, abandonada alguna de
ellas a los once años por su madre que se larga a California con un fontanero.
Las que tienen novios, éstos a veces no dan la talla. En otras, la educación
rígida, el puritanismo, o incluso un racismo solapado (el padre de Sue pretende
hacerle al bebé la prueba del ADN para descartar que sea hijo de negro, hispano
u oriental) las convierte en rebeldes con una particular idea del feminismo:
poder decidir si quieres o no quieres que te vean las tetas (página128).
Por eso mismo, la decisión del embarazo
colectivo puede leerse como una forma de rebeldía de unas adolescentes
inmaduras que se aburren en un agujero perdido de América. Aunque en sus sueños
y fantasías, el hecho de ser madres todas
a la vez y criar a sus hijos en un mundo ideal, en una especie de
falansterio, lo perciben como la gran ocasión de sus vidas, porque piensan que
la maternidad será la varita mágica que dotará a sus vidas del sentido que les
falta en sus relaciones familiares, y al mismo tiempo les ofrecerá la oportunidad de crear familias mejores que
las de sus padres. Al final, sin embargo, tragedia de una de ellas por medio, se darán cuenta de que para traer
bebés al mundo es preciso madurar y dejarse de fantasías.
La autora teje la historia valiéndose del
testimonio transversal de estas vidas adolescentes que van relatando sus vidas,
sobre todo los desamparos familiares, jalonados de heridas y de mundos
ilusorios, tan ingenuos como utópicos. Escrito de una forma amena, de fácil
lectura aunque carente de profundidad, debido al planteamiento reduccionista de
la autora al darle de forma exclusiva la palabra a estas cuatro adolecentes; y
por la introducción de cierto suspense artificial y con escaso interés alrededor
de ciertos personajes o elementos secundarios. Mas en cualquier caso un nuevo
texto que nos permite entrever la otra cara del sueño americano, construido a
veces a base de fantasías como la de estas adolecentes que desde sus vidas sin horizontes fantasean en la maternidad como el
gran acontecimiento que dará sentido a sus vidas.
Francisco Martínez Bouzas
“Yo no entiendo
qué es lo que os pasa a todas con esto de los niños, tenéis la vida por delante,
¿no? Y a mí, que queráis quedaros embarazadas todas a la vez me parece un rollo
chungo. No sé bien de qué vais pero no
está nada claro. Mis colegas me dicen que me he dejado engañar como un
pardillo. Y mis padres están hechos polvo. Lo que peor llega mi padre es que ya
le puedo decir adiós a la Universidad. Es normal que este cabreado, con la de
tiempo que llevaba ahorrando para pagarme los estudios. Porque, claro, con esto
del niño voy a tener que trabajar a jornada completa. Mi tío me ha encontrado
un curro en la fábrica de conservas que hay al norte de la ciudad. Cindy está
contenta porque, como pagan bastante bien, dice que a lo mejor podemos
buscarnos un piso pequeño para nosotros solos a mi todo esto me tiene
estresado. Tendré que dejar de ir a entrenar y de estar con los colegas, y
claro, Lana, entiéndeme yo es que no sé muy bien por donde ando.”
…..
“En ese tiempo
ninguna se acostó con nadie, absolutamente con nadie. Era una de las
condiciones del pacto. Lo habíamos jurado antes de poner en marcha el plan. Fue
un día por la tarde, en la caravana, nos colocamos en círculo detrás de la
caravana, sentadas en el suelo con las piernas cruzadas, y fumamos un canuto y
bebimos cerveza de la misma botella. Lana nos leyó un texto breve que había escrito
-era precioso, la verdad- y que hablaba de un falansterio o algo por el estilo,
o sea de un mundo ideal en el que nunca nos separaríamos. Dijo que eso sería así gracias a los bebés y que era preciso no
dudar. Si alguna de nosotras tenía la mínima reserva estaba a tiempo de irse,
guardando el secreto, claro. Ninguna se levanto. Nos cogimos con fuerza de la
mano y cada una beso a las demás por turno. Qué emoción, me acordaré toda la
vida. ¿Sabes?, a mí me recordó a la iglesia.”
(Vanessa Schneider, El pacto de las vírgenes, páginas 62,
123-124)
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