Franck Pavloff
Traducción de Sergi Pàmies
El Aleph Editores, Barcelona, 20 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Escrita en 1998 como reacción
al afianzamiento en Francia del ultraderechista Frente Nacional, Matin brun
(Mañana parda, en su
traducción española) es un verdadero ejemplo de la eficacia de la
micro-literatura. Un libro de doce páginas, veinte en su versión española, que
se lee en menos de diez minutos y que, sin embargo, a pesar de su brevedad,
consigue transmitir con claridad una resonante fábula antifascista. Para
aquellos que no tienen fe en la utilidad de la literatura, la lectura de esta
mínima fábula, se puede convertir en un impactante descubrimiento que les haga
reconsiderar sus opiniones.
Franck Pavloff (Nimes, 1940) es el autor de
esta parábola antifascista, eficaz, pero muy alejada de los cánones habituales
del discurso político. Un autor prácticamente desconocido, hijo de un
anarquista búlgaro, brigadista en la Guerra española y de una partisana
francesa de los que heredó la tendencia a combatir el conformismo. Publicó
este pequeño libro en 1998 con una
discreta aceptación. Su éxito inesperado surgió casi de forma repentina,
gracias al tesón de dos o tres periodistas entusiastas y al temor y a la
incrédula indignación que recorrió Francia en abril de 2002 cuando Le Pén llegó
a ser un posible vencedor de las elecciones francesas. Fue entonces cuando las
breves páginas de Franck Pavloff conquistaron un público muy amplio, hasta el
punto de triplicar los ejemplares de las sucesivas ediciones la tirada del
Premio Goncourt. Además, con vistas a que su fábula alcanzase la máxima
difusión, Pavloff renunció a sus derechos de autor y El Aleph, el sello editor
que lo publicó en España, a los beneficios comerciales que pudiese obtener con
su venta.
Matin
brun narra la historia de un régimen político que decide eliminar los
perros y gatos que no fuesen pardos. En la pequeña parábola, aparecen como
mudos espectadores dos amigos que se adaptan a la decisión del régimen con
tranquila indiferencia, privilegiando la propia tranquilidad y aplazando de
forma indefinida el momento de
rebelarse. Sacrifican sus perros y gatos y aceptan resignados las nuevas
reglamentaciones, convencidos de que una pasiva seguridad podía tener su lado
positivo. Pero muy pronto tanto libros como bibliotecas son sometidos a
depuración porque en los textos no aparece el adjetivo pardo. Así mismo, los
periódicos son substituidos por el diario “Noticias Pardas”.
Mas los dos resignados y callados amigos
acaban siendo detenidos porque, con anterioridad, ellos o sus familiares,
habían poseído animales no pardos y para el nuevo régimen político que gobierna
el país, eso es delito. En el nuevo Estado Pardo todo el mundo puede hacer lo
que le plazca, siempre que pensamientos, acciones y deseos sean del mismo
color. Es decir, sean pardos.
Una parábola, pues, contra la abulia
cotidiana, contra el cansancio o la indiferencia que apaga las conciencias de
los ciudadanos. La literatura se convierte entonces en un espejo en el que se
ven reflejadas las personas y en un poderoso motor que nos empuja a actuar.
Hace más de setenta años, Erich Fromm
intentó, desde la psicología, explicar las raíces de nuestro miedo a ser
libres. Ser libres significa ser responsables de nuestros destinos. Una
responsabilidad extremadamente pesada que angustia a muchas personas que
terminan delegando e otra más fuerte para que decida por ellos o ellas. En su
texto, Pavloff explica con una brevísima parábola, la misma crisis de la
libertad en la civilización occidental contemporánea. Su historia es muy
sencilla, pero tan efectiva que los periódicos franceses propugnaron en su día
que Matin brun debería ser
distribuido gratuitamente junto con los certificados electorales.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Es
cierto que la superpoblación de gatos resultaba insoportable y que, según
afirmaban los científicos del Estado nacional, más valía conservar los pardos.
Sólo los pardos. Todas las pruebas de selección confirmaban que se adaptaban
mejor a nuestra vida urbana, que sus camadas no eran tan numerosas y que comían
mucho menos. Al fin y al cabo, un gato sólo es un gato y, como de algún modo
había que resolver el problema, adelante con el decreto que instauraba la
eliminación de los gatos que no fueran pardos.
Las
milicias urbanas repartían gratuitamente bolitas de arsénico. Mezcladas con la
comida, mandaban a los mininos al otro barrio en menos que canta un gallo.
Tuve
el corazón en un puño, pero el tiempo lo cura todo.”
…..
“No
dormí en toda la noche. Debería haber desconfiado de los Pardos desde el
momento en el que nos impusieron su primera ley sobre animales. Al fin y al
cabo, mi gato era mío, igual que el perro de Charlie era suyo, deberíamos haber
dicho no. Mostrar más resistencia, pero ¿cómo? Todo va tan deprisa, el trabajo,
los problemas cotidianos. Los otros también bajan los brazos para estar un poco
tranquilos, ¿no?
Alguien
llama ala puerta. Nunca ocurre tan temprano. Tengo miedo. Todavía no ha
amanecido, fuera, el cielo todavía está pardo. Pero basta de dar esos golpes
tan fuertes, ya voy.”
(Franck Pavloff, Mañana
parda, páginas 8-9, 19-20)
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