viernes, 7 de junio de 2013

UNA CLAMOROSA FÁBULA ANTIFASCISTA



Mañana parda
Franck Pavloff
Traducción de Sergi Pàmies
El Aleph Editores, Barcelona, 20 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Escrita en 1998 como reacción al afianzamiento en Francia del ultraderechista Frente Nacional, Matin brun  (Mañana parda, en su traducción española) es un verdadero ejemplo de la eficacia de la micro-literatura. Un libro de doce páginas, veinte en su versión española, que se lee en menos de diez minutos y que, sin embargo, a pesar de su brevedad, consigue transmitir con claridad una resonante fábula antifascista. Para aquellos que no tienen fe en la utilidad de la literatura, la lectura de esta mínima fábula, se puede convertir en un impactante descubrimiento que les haga reconsiderar sus opiniones.
   Franck Pavloff (Nimes, 1940) es el autor de esta parábola antifascista, eficaz, pero muy alejada de los cánones habituales del discurso político. Un autor prácticamente desconocido, hijo de un anarquista búlgaro, brigadista en la Guerra española y de una partisana francesa de los que heredó la tendencia a combatir el conformismo. Publicó este  pequeño libro en 1998 con una discreta aceptación. Su éxito inesperado surgió casi de forma repentina, gracias al tesón de dos o tres periodistas entusiastas y al temor y a la incrédula indignación que recorrió Francia en abril de 2002 cuando Le Pén llegó a ser un posible vencedor de las elecciones francesas. Fue entonces cuando las breves páginas de Franck Pavloff conquistaron un público muy amplio, hasta el punto de triplicar los ejemplares de las sucesivas ediciones la tirada del Premio Goncourt. Además, con vistas a que su fábula alcanzase la máxima difusión, Pavloff renunció a sus derechos de autor y El Aleph, el sello editor que lo publicó en España, a los beneficios comerciales que pudiese obtener con su venta.
   Matin brun narra la historia de un régimen político que decide eliminar los perros y gatos que no fuesen pardos. En la pequeña parábola, aparecen como mudos espectadores dos amigos que se adaptan a la decisión del régimen con tranquila indiferencia, privilegiando la propia tranquilidad y aplazando de forma indefinida el momento de  rebelarse. Sacrifican sus perros y gatos y aceptan resignados las nuevas reglamentaciones, convencidos de que una pasiva seguridad podía tener su lado positivo. Pero muy pronto tanto libros como bibliotecas son sometidos a depuración porque en los textos no aparece el adjetivo pardo. Así mismo, los periódicos son substituidos por el diario “Noticias Pardas”.
   Mas los dos resignados y callados amigos acaban siendo detenidos porque, con anterioridad, ellos o sus familiares, habían poseído animales no pardos y para el nuevo régimen político que gobierna el país, eso es delito. En el nuevo Estado Pardo todo el mundo puede hacer lo que le plazca, siempre que pensamientos, acciones y deseos sean del mismo color. Es decir, sean pardos.
   Una parábola, pues, contra la abulia cotidiana, contra el cansancio o la indiferencia que apaga las conciencias de los ciudadanos. La literatura se convierte entonces en un espejo en el que se ven reflejadas las personas y en un poderoso motor que nos empuja a actuar.
   Hace más de setenta años, Erich Fromm intentó, desde la psicología, explicar las raíces de nuestro miedo a ser libres. Ser libres significa ser responsables de nuestros destinos. Una responsabilidad extremadamente pesada que angustia a muchas personas que terminan delegando e otra más fuerte para que decida por ellos o ellas. En su texto, Pavloff explica con una brevísima parábola, la misma crisis de la libertad en la civilización occidental contemporánea. Su historia es muy sencilla, pero tan efectiva que los periódicos franceses propugnaron en su día que Matin brun debería ser distribuido gratuitamente junto con los certificados electorales.

Francisco Martínez Bouzas




 
Franck Pavloff



Fragmentos

“Es cierto que la superpoblación de gatos resultaba insoportable y que, según afirmaban los científicos del Estado nacional, más valía conservar los pardos. Sólo los pardos. Todas las pruebas de selección confirmaban que se adaptaban mejor a nuestra vida urbana, que sus camadas no eran tan numerosas y que comían mucho menos. Al fin y al cabo, un gato sólo es un gato y, como de algún modo había que resolver el problema, adelante con el decreto que instauraba la eliminación de los gatos que no fueran pardos.
Las milicias urbanas repartían gratuitamente bolitas de arsénico. Mezcladas con la comida, mandaban a los mininos al otro barrio en menos que canta un gallo.
Tuve el corazón en un puño, pero el tiempo lo cura todo.”

…..

“No dormí en toda la noche. Debería haber desconfiado de los Pardos desde el momento en el que nos impusieron su primera ley sobre animales. Al fin y al cabo, mi gato era mío, igual que el perro de Charlie era suyo, deberíamos haber dicho no. Mostrar más resistencia, pero ¿cómo? Todo va tan deprisa, el trabajo, los problemas cotidianos. Los otros también bajan los brazos para estar un poco tranquilos, ¿no?
Alguien llama ala puerta. Nunca ocurre tan temprano. Tengo miedo. Todavía no ha amanecido, fuera, el cielo todavía está pardo. Pero basta de dar esos golpes tan fuertes, ya voy.”

(Franck Pavloff, Mañana parda, páginas 8-9, 19-20)

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