Caminantes
Un itinerario filosófico
Marcelino Agís Villaverde
Fundación Enmanuel Mounier, Madrid 2013, 179 páginas.
El camino como representación
simbólica de la vida se ha convertido a lo largo de la historia no solamente en
una reiterada metáfora filosófica, sino también e un símil filosófico, cuyas bases
parten ya de Parménides, se acrecientan con Platón y Agustín de Hipona y alcanzan
la modernidad. La filosofía, en efecto, en buena medida, se ha realizado en el
pasado como itinerario. El hombre se vio a si mismo no sólo como animal creado,
sino como “homo viator”, como caminante con senderos que se abren bajos sus
pies en todas las direcciones. La vida
humana es camino porque la especie humana, el “homo sapiens sapiens” es un ser en camino, en tránsito fugaz antes
de alcanzar su verdadero destino: la ciudad celeste
En este sentido fue entendida toda la
tradición filosófica desde Parménides y Platón hasta el cristianismo de la patrística
y del medioevo. La fundamentación doctrinal e incluso filosófica de la vida
como camino se la debemos, entre otros, a Agustín de Hipona. Para el autor de La ciudad de Dios nuestro paso por el
mundo no es un fin en si mismo. Es más bien un tránsito fugaz y efímero antes
de llegar a nuestro verdadero destino: la ciudad celestial. Por eso mismo la
condición de caminante, de peregrino hacia un destino superior, es lo que mejor
le define. Una visión pues enteramente solidaria y armónica con la visión
lineal del tiempo y de la historia del judeo-cristianismo.
Pero el itinerario cambia de rumbo en la
modernidad, con el giro antropológico iniciado con Descartes, quien realiza en
el “cógito” una vuelta hacia si mismo
como sujeto pensante. A partir de entonces el caminante se pierde en los
infinitos meandros de la subjetividad. La filosofía consistirá en caminar, sí,
pero a través de intrincados u oscuros laberintos sin salidas seguras.
Partiendo de esta tradición filosófica y
desde Compostela, meta secular de caminantes, Marcelino Agís Villaverde publicó
en el años 2009, y en gallego, una reflexión filosófica, aunque escrita con un
lenguaje perfectamente legible para un lector no especialista, sobre la
irremisible condición itinerante del ser humano. El autor, catedrático de
Filosofía de la Universidad de Santiago de Compostela y especialista en Filosofía
hermenéutica vio traducida su obra, Camiñantes.
Un itinerario filsófico, al ruso en el 2012. Este año la Fundación Emmanuel
Mounier nos ofrece la posibilidad de leer en español esta reflexión sobre temas
de siempre, pero analizados desde una óptica propia. Un personal itinerario
filosófico, un libro de viajes por la condición del hombre moderno y por muchos
de los interrogantes abiertos que el futuro nos depara. Pero no se trata de un
libro “piadoso”, con soluciones obtenidas desde instancias suprahumanas.
Reflexiones únicamente desde la propia experiencia vital, guiadas siempre por
el deseo de comprender. Entender la condición itinerante humana y las
encrucijadas que tendrá que sortear todo caminante en nuestro tiempo, derivadas
de un mundo globalizado, con excesos de información, de violencia y la sombría
soledad de un mundo sin sujeto.
Muchos de esos obstáculos, especialmente la
sobreabundancia de estímulos comunicativos, generan lo que el autor denomina
una generalización de la sordera como dolencia postmoderna. No escuchamos al
otro, ni tampoco esa otra voz que suena en nuestro interior: la propia
conciencia. De ahí que Marcelino Agís ofrezca en este libro también un intento
de filosofía de la comprensión.
Si desmenuzamos más detalladamente esta sinopsis
global de la publicación, cabría decir que Caminantes
es ante todo un ensayo que habla de la condición humana, del horizonte de
nuestra existencia, compartido por el escritor y sus lectores. Un hecho biológico y
a la vez social en el que la educación nos muestra los marcos imprescindibles
de ese camino que finaliza para algunos con la muerte, que es para otros un
nuevo nacer, el inicio de un nuevo itinerario. La primera parte de la publicación
analiza con amplitud este inicio del camino.
En la segunda nos encontramos con una
profunda cala en los escollos y encrucijadas que el ser humano hallará en su
caminar. Son los problemas de siempre, ahora sobredimensionados por la
globalización, las paradojas de la condición humana, el desafío de la eliminación
de la violencia de nuestro vivir cotidiano, la democracia y el futuro de la
paz, los valores de la vida diaria que
deberían convertirse en el punto central de los discursos éticos (“La ética
como laboratorio de valores”), la soledad de un mundo en el que la postmodernidad
y el pensamiento débil han eliminado al sujeto dejando al ser humano al
desnudo.
Finalmente en la tercera parte de su ensayo,
Marcelino Agís “camina” por los caminos del lenguaje. Por consiguiente, su
reflexión se centra en las posibilidades expresivas que el lenguaje le brinda
al pensamiento. Desde el lenguaje poetizante (la razón poética de María
Zambrano) hasta el ser del lenguaje que con Heidegger consigue al menos rozar
el “entreverado sentido del ser”
Un elogio de la felicidad sostenible, “construida
con los retazos huidizos de nuestros momentos de dicha” (página 141) y vista
como el último de los caminos del hombre, y a la vez el primero, pone un broche
optimista y realista a esta reflexión filosófica sobre el continuo peregrinar
que es la vida humana. Una reflexión que el autor ha escrito con la conciencia,
no de estar levantando, como él dice, una de las grandes cooperativas del
pensamiento, sino de ser el modesto jardinero que solo aspira a ofrecer los
pequeños frutos de una producción artesanal, ecológica, pero traspasada por la
autenticidad.
El ensayo de Marcelino Agís tiene el mérito
añadido de estar escrito originariamente
en gallego y con prosa literaria, perfectamente reproducida en su versión
española, aceptando los desafíos de la “Xeración Nós” y de Ramón Piñeiro de
convertir el gallego en una lengua madura, también en el terreno de la filosofía.
Un
libro, pues, que habla del hombre actual y le habla así mismo a ese hombre de hoy con palabras sencillas, ajenas
casi siempre a complejas terminologías filosóficas y que pretende hacernos recapacitar
a todos con la lucidez de la palabra reflexiva.
Francisco
Martínez Bouzas
Marcelino Agís Villaverde |
Fragmentos
“Entre
las más evocadoras metáforas, quizá también entre las más reiterativas, que nos
hablan de la vida del hombre, está la del camino y el caminar. La condición del
hombre es efímera pero está obligado a hacer su vida y es este quehacer vital
lo que invita a establecer un itinerario, a trazar un camino, a elegir y
rechazar posibilidades que harán del nuestro un itinerario singular. El camino
representa para el hombre un reto, una aventura, desgraciada o feliz, fraguada en
la pequeña determinación cotidiana, heredera del rumor fantasmagórico del
pasado y de los incómodos demonios del futuro. Se trata de un camino imposible
de trazar con tiralíneas, que no se vende prefabricado ni podemos adquirirlo de
segunda mano. Es nuestra vida, nuestro camino. Gratuito y costoso. Limitado y
libre. Instintivamente conservador y razonablemente audaz. Quizá, por eso, el
hombre suele hacer balance hacia el final de sus días en un ejercicio vano de
autocomplacencia, pero no inútil. Su aspiración a dejar una huella
indeleble, a ser recordado por el camino
que ha recorrido, y que éste, una vez trazado y abierto, no se pierda sino que pueda
ser seguido por otros, es legítima. Como legítima es también la aspiración de
cada nuevo ser a andar su camino.”
…..
“Cuando
morimos, nuestra existencia se perpetúa en un lugar, fuera obviamente de las
coordenadas del espacio físico, un lugar insustancial que se encuentra en los
labios de los vivos. Cuanto mayor fue el amor que entregamos más grande será
también nuestra capacidad para sobrevivir a la muerte. Nuestra muerte creará un
vacío físico, generará un profundo dolor en las personas que nos quieren pero
no moriremos mientras ellas sigan vivas y nos guarden en el calor de la memoria.
El amor es, nadie lo dude, más fuerte que la muerte.”
…..
“Los
bienes materiales son condición necesaria pero no suficiente. Es preciso tener
cubiertas las necesidades perentorias. A partir de ahí cada cual debe
establecer sus prioridades recordando que, en general, las cosas más hermosas
no es posible adquirirlas en el hipermercado. Las cosas materiales -y el dinero
en particular como símbolo e todas ellas- son sólo un medio para alcanzar un
fin distinto. Pero se trata de un medio perverso, que trastorna la relación
entre medios y fines, tornándose para muchos insensatos en el único fin de su
vida. Es el ser y no el tener lo verdaderamente importante.”
(Marcelino Agís Villaverde, Caminantes. Un itinerario filosófico, páginas
19, 67-68, 177)
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