Rafael Chirbes
Editorial Anagrama, 4ª edición, Barcelona 2013, 153 páginas.
Se cumplen este año veinticinco de la publicación
de Mimoun, la ópera prima de Rafael
Chirbes (Tavernes de la Valldigna, Valencia, 1949) y Anagrama ha querido
reeditarla con honores de estreno como escribe el editor, Jorge Herralde en la
entrevista concedida a la publicación Kölner
Stadt-Anzeiger el año 2007. Mimoun no
es la mejor novela de Rafael Chirbes, pero sí la primera, la que inaugura un
camino jalonado de auténticos éxitos literarios (La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de
Madrid, Crematorio, sin duda la mejor, y la última hasta ahora: En la orilla, otra novela que marca
cumbres y fronteras).
Ya en su primera novela Chirbes deja sentir
los acentos de su voz narrativa: literatura intimista, introspectiva, que proyecta
su mirada hacia las interioridades de sus
personajes, hacia sus conflictos existenciales, a sus estados de consciencia
o inconsciencia. Y literatura que narra lo que ve y tal como lo ve, con flecos
expresionistas sin duda. Un realismo comparable al defendido por Francis Bacon,
escribió Fernando Valls.
Mimoun
es hoy en día un texto mítico.
Finalista en 1988 del Premio Herralde de Novela, agotada durante años, pese a
las tres ediciones precedentes, es un título mítico también en el ámbito de la
narrativa-pesadilla, porque el Marruecos que el protagonista halla en Mimoun,
el pequeño pueblo del Atlas, no es un marco exótico, sino un mundo cerrado,
hostil, opresivo, amenazador. Una localidad polvorienta y moribunda como
Comala. Y esa atmósfera fantasmagórica, fría y opresiva la consigue crear
Chirbes desde las primeras líneas de la novela.
Ese ambiente descrito en Mimoun
cobija a un español, un profesor de nombre Manuel que llega a Marruecos con el
vano propósito de concluir un libro que apenas escribe porque la historia que
había comenzado en Madrid, ya no le parece creíble. El es el principal
protagonista y también el narrador. Y sobre todo, un tipo abúlico que empieza a
relacionarse con distintos personajes con los que establece un extraño
entramado de vínculos tan desconcertantes como la soledad que les corroe, un
aislamiento que “era como el de esos árboles inmensos y solitarios cuyas raíces
se buscan bajo la tierra” (página 115-116) y que terminará degradándoles.
Personajes a la deriva, envueltos en una red invisible, en una ratonera que
atrapa. Son Manuel, Francisco, Hassan, Aixa, Rachida, Charpent, cómplices casi
todos tanto en los vagabundeos alcohólicos
como en el sexo sórdido, practicado tanto con chaperos como con prostitutas.
Y mientras el pueblo duerme el letargo de las largas borracheras, Manuel es incapaz
de encontrar un instante de lucidez, agobiado por el alcohol, la ansiedad que
le producen los encuentros con sus amantes y por los peligros latentes, los
asesinatos o la policía corrupta.
Mimoun se convierte así en una ratonera. Los
personajes que transitan por la novela, parecen irremisiblemente atados al
pequeño poblado marroquí del Atlas. Allí siguen viendo transcurrir las horas
muertas, yendo al café por las noches o buscando compañía para la cama. Esa era
toda su vida, su quehacer diario en un pequeño lugar que subyuga y vampiriza.
Allí todos ocultan algo, todos engañan a todos, todos se hallan inmersos en un
frenesí del que parece que no hay forma de escapar.
Novela, pues, de perdedores, sumidos en el
mar de fondo de una soledad inmisericorde, más interior que exterior.
Pese a ser su primera novela, en Mimoun encontramos un escritor sólido
que estructura su obra de una forma lineal, con pocos personajes, descritos
sobre todo por sus acciones, que escribe con un estilo preciso, compuesto en
buena parte de frases cortas, de diálogos escuetos, muchos de ellos en francés
que el autor no traduce. Una prosa que a la vez envuelve al lector en esa atmósfera
siniestra, caótica, enrarecida, asfixiante, sensual y mortuoria, acompasada así
mismo a la paulatina degradación interna del personaje central. Un texto
perfectamente encuadrable en esa categoría de los “textos de la ambigüedad”, en
la terminología de Teodorov, como recuerda Carmen Martín Gaite, una de las
primeras voces críticas que analizaron esta novela.
Francisco
Martínez Bouzas
Rafael Chirbes en el marjal de Pego (foto Mikel Ponce) |
Fragmentos
“La
tierra de Mimoun era de color rojo y, a
pesar de que me había comprado unas botas que me llegaban hasta la mitad de la
pantorrilla, siempre llevaba las perneras del pantalón llenas de salpicaduras.
El camino hacia la casa se convertía periódicamente en un barrizal que atravesaban
los perros como sombras fugitivas. Los veía romper los charcos bajo las
bombillas amarillas y, de noche, ladraban sin cesar cerca de la casa. El frío
del invierno había agostado la hierba del espacio que hacía las veces de jardín
y que separaba la Creuse de la vivienda de Charpent. En cuanto dejaba de llover
algunos días, oía el ruido de las patas de los perros, que trotaban durante
toda la noche sobre la hierba reseca. Ese ruido me desvelaba algunas veces y,
otras, se metía en mis pesadillas.”
…..
“A
medida que fue avanzando el verano, me acostumbré a las noches en vela.
Esperaba que amaneciese, sin otra preocupación que la de entender la mecánica
de aquella ciudad que volvía a alejarse de mi a fuerza de litros de alcohol.
Empecé a buscar amantes con quienes llenar las largas noches que pasaba sin
Hassan. Por mi casa, a partir de las diez de la noche, circulaban los
compañeros de la última copa, o las prostitutas encontradas en cualquier acera.
Dentro de mí fue rompiéndose todo en pedazos. En el colchón de mi cuarto hubo
noches en las que nos mezclamos media docena de individuos. Me sentía como un
imbécil. Nos acostábamos unos sobre otros completamente ebrios y, luego, en la
oscuridad de la habitación, empezábamos a buscarnos con sigilo como si nos
importase algo que los demás pudieran darse cuenta.”
(Rafael Chirbes, Mimoun,
páginas 44, 104-105)
Excelente presentación.
ResponderEliminarGracias
Mark de Zabaleta