Criaturas de la noche
Lázaro Covadlo
Acantilado, Barcelona, 176 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Lázaro Covadlo es un lúcido e irónico cronista de los más obscuros recovecos de la actualidad. Así lo pone de manifiesto la trama argumental de su novela, Criaturas de la noche, con la que obtuvo el Premio de Novela Café Gijón en el año 2004 y que hoy rescato de los libros de fondo. Una pulga de pensamiento reverberante y condición mefistofélica se cuela cierta noche en el oído de Dionisio Kauffman. Dos motivos provocan que el personaje de condición humana se entere de la presencia del colonizador de su oreja. En primer lugar el dolor del mordisco del parásito que le provoca un desvanecimiento. Pero además la pulga es un parásito humanizado: tiene la capacidad del habla y llegará a convertirse en la voz de la conciencia de Dionisio que, guiado por los consejos del minúsculo colonizador de su pabellón auditivo, comenzará a ascender en el escalafón social y no habrá negocio, mujer u hombre que se le resista. Porque el chupasangre llega al oído de Dionisio precedido de una larga experiencia como asesor de imagen. En su hoja de vida figuran los pabellones auditivos del Marqués de Sade, Erzsébet Báthory, Giacomo Casanova, Albert Eistein y el iluminado apocalíptico Vito Tarsicio.
Adelantaré para todos aquellos que no conozcan a Lázaro Covadlo, un escritor que tiene al absurdo como motor de la vida, que nació en Buenos Aires en 1937 y es en la actualidad un mordaz y lúcido cronista de la actualidad en la edición catalana del periódico español El Mundo. En 1992 había resultado finalista de la versión argentina del Premio Planeta con la novela Conversaciones con el monstruo. Cinco años más tarde edita el volumen de cuentos, Agujeros negros y a partir de entonces, otras novelas y libros de relatos: Remington Rand: una infancia extraordinaria, Bolero, La casa de Patrick Childers e incluso alguna publicación de humor. Su penúltima creación es la novela ganadora del Premio Café Guijón, publicada por El Acantilado, el sello editorial que edita en los últimos años las piezas literarias galardonadas en este certamen en el que se suele premiar “por los gustos del jurado y no por los gustos del editor”. La última, Las salvajes muchachas del Partido (2009).
Criaturas de la noche es uno de esos libros que el crítico siente el gusto de reseñar, libros en los que, parafraseando al académico y catedrático de literatura comparada, Darío Villanueva, las palabras de los textos llaman a las palabras de la crítica para ejercitar su función más genuina: la axiología literaria. En el caso que nos ocupa, el juicio de valor no puede ser más que positivo, porque con la frescura de la ironía, con una prosa fluida que avanza ella sola con insólita naturalidad, Lázaro Covadlo nos aproxima a una fábula moderna, al mismo tiempo divertida y moralizante, aunque del libro están desterradas las prédicas y las moralejas.
Echando mano de la sátira social, tan antigua como nuestra especie y recogiendo los tópicos de la Antigüedad clásica y de la Edad Media (el “ubi sunt”, las damas “du temps jadis” de Villón o el retrato del latido temporal de la vida de Jorge Manrique), L. Covadlo nos atrapa con una fábula de condición a la vez kafkiana y fáustica. Una parábola de nuestro mundo que se convierte en alegato contra aquellos valores que dominan de forma hipertrófica en el mundo actual: el poder, el dinero y el sexo. Serán ellas, las clases dirigentes que detentan estos poderes, las criaturas de la noche del reino humano.
En el relato comparten protagonismo un hombre un poco pelma, Dionisio, ya habituado a constantes meteduras de pata y la pulga, la criatura de la noche, condenada a la oscuridad, y que halla alivio y sustento en toda clase de humanas secreciones. Este pobre hombre que es Dionisio, habita en un barrio marginal y trabaja como insignificante y mediocre vendedor inmobiliario. Pero una noche escucha la voz que lo llama. Es la de la pulga, una pulga muy especial acostumbrada a “pilotar” seres humanos como si fuesen vehículos y a los que convierte en ricos y les enseña a ascender en la escala social a cambio de ciertos favores. Así pues, una pulga mefistofélica que vivirá en simbiosis con Dionisio. La relación que establecen entre ambos es un calco de un pacto con el demonio y “una unidad de destino universal”. La pulga quiere sangre, disfruta con todos los humores corporales. Por eso mismo el pacto que con ella realiza Dionisio es muy sencillo: mujeres y riquezas a cambio de humores corporales. Los consejos de la pulga – algunos tan “razonables” como el de que es mejor ir de putas que discutir – le ayudan a Dionisio a tener ventas exitosas, a ser convincente, incluso empleando frases bíblicas inspiradas por Dios, el mejor asesor financiero que jamás existió. Es así como el hombre vulgar se convierte en triunfador. Hasta que Dionisio rompe lo acordado y entonces la pulga emigra a otros oídos y el protagonista vuelve a su condición original, empobrece y es expulsado del club de los afortunados. No tiene otra opción que instalarse en la acera de enfrente donde “van los señoríos derechos a se acabar y consumir”.
Lázaro Covadlo, como ya señalé, no es un predicador sino un narrador satírico, quizás también escéptico, mas siempre ocurrente y divertido. Su humor transexual, como él lo califica, aleja a la novela de cualquier tipo de maniqueísmo. E incluso en las largas peroratas que se permite el díptero, algunas, discursos muy evidentes, no existe adoctrinamiento. Solamente un recuento de las humanas miserias a través de una trama argumental inverosímil pero que se lee con placer a pesar de ciertas caídas de la tensión rítmica del relato. Una novela pues que afianza a Lázaro Covadlo en el territorio de la más fascinante literatura española contemporánea.
Francisco Martínez Bouzas
Lázaro Covadlo |
Fragmentos
“Aquella noche Dionisio dejó aparcado el coche a menos de dos calles de su domicilio. Todavía resonaban en su memoria auditiva los gemidos de placer de la pulga mientras el copulaba con una prostituta obesa, la misma que había entrevisto la noche en que Pulga aguijoneó su tímpano. No había sido la que él hubiese elegido, pues la seleccionó el insecto. Él hubiera preferido revolcarse con una rubia esbelta que le hacía recordar a Pamela, pero tuvo que renunciar a ella durante la primera hora en el burdel. Después, cuando la pulga quedó saciada de la gorda, accedió a que fueran con la rubia. No estuvo del todo mal, pero Dionisio se hubiera empleado más a fondo de haber sido ella la primera de la tarde. De cualquier modo había gozado lo suyo con la puta gorda, más que nada por el estímulo de los gemidos y jadeos de su huésped.”
…..
“¿Sabes, Pulga?, me decía Vito Tarsicio durante la época que anidaba en su oído. ¿Sabes, Pulga?, la masturbación es el último reducto de la libertad. Cuando no puedes hablar ni dejar de aplaudir o rezar, cuando no te permiten preguntar o mirar a los ojos, cuando está prohibida la risa, las lágrimas y la sonrisa, siempre te queda el recurso de masturbarte. Incluso en los monasterios y conventos más rigurosos era posible masturbarse, estoy seguro de que lo era. Lo era en los países en que imperaban los tiranos, lo era en las cárceles y en los campos de concentración. En cualquiera de tales infiernos siempre debía de haber un ratito libre y un rinconcito para masturbarse a resguardo de las miradas vigilantes.
Pero, mira, Pulga, decía Tarsicio, la masturbación no sólo pertenece al reino de la libertad, es también el único territorio donde se realizan las utopías y las ucronías. Jamás llegué con ninguna de mis mujeres reales a los extremos del placer que he compartido con las hembras de mis masturbaciones.”
…..
“Criaturas de la noche. Vampiros de la selva y de las curvas, criminales degenerados que acechan a sus víctimas entre la puesta de sol y la madrugada, bebedores de sangre, como Erzsébet Bárthory. Todos ellos deberían haber aprendido de la tenia, que es el rey de los parásitos. La así llamada lombriz solitaria, que hace su buena vida en los intestinos sin provocar escándalos; sin plantearse la posibilidad del rejuvenecimiento o la inmortalidad. La tenia, al contrario de Erzsébet Bárthory, no pretende la hermosura. No la pretende porque no la necesita. No tiene que seducir a ningún otro ser: se basta a si misma para los negocios sexuales. ¡Eso sí que es independencia! En cada uno de los segmentos de su cuerpo, que puede llegar a los quince metros, hay órganos sexuales completos, masculinos y femeninos. La tenia se folla a si misma. Criaturita de la noche. Nosotros, los que rehuimos en todo momento la luz del sol, somos los reyes de la oscuridad. No como la Condesa Sangrienta, que aunque depredaba por la noche, no le hacía ascos al día. Nosotros sólo habitamos la oscuridad, Dionisio”
(Lázaro Covadlo, Criaturas de la noche, páginas 47, 106-107, 140)
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