lunes, 9 de julio de 2012

PERSONAJES DISPARATADOS ENTRE LOS HIELOS ÁRTICOS

El bosque de los zorros
Arto Paasilinna
Traducción de Dulce Fernández Anguita
Editorial Anagrama, Barcelona, 262 páginas
(LIBROS DE FONDO)


   Solamente desde hace unos años, el nombre de Arto Paasilinna ha comenzado a decir algo en los oídos y en las mentes de los lectores de lengua española. De este ex-guardabosques, ex-periodista, ex-poeta y autor de culto y de extraordinario éxito en Finlandia, país en el que cada uno de sus novelas se convierte en best-seller y vende más de cien mil ejemplares, únicamente conocíamos una novela traducida al español, El año de la liebre. Pero Anagrama primero y otras editoras menores después en catalán y en gallego,  comenzaron en la pasada década a remediar esta situación con la publicación de El molinero aullador y un poco más tarde, con la edición de El bosque de los zorros. Arto Paasilinna goza de un lugar privilegiado en la literatura finlandesa y ello por varias razones. En primer lugar porque, en la severidad escandinava, reflejada en las visiones de Stig Dagerman o Ingmar Bergman, sus novelas nos transportan a un mundo absolutamente desconocido, convertido sin embargo gracias a la habilidad narrativa del escritor, en una tierra cercana y tan rica en tradiciones insólitas que se asemeja a un territorio situado en las fronteras de la realidad y de la fantasía.
   Añádase a esto el perfecto dominio del que goza la pluma del escritor finlandés, de una escritura humorística y poco menos que surrealista. Las tramas funambulescas y el gusto pícaro y socarrón por la aventura, la mezcla de elementos mitológicos antiguos y de la moderna sátira social, son razones más que suficientes para que los lectores degusten con placer las novelas de Arto Paasilinna, colmadas no de dramas interiores, que jamás le han interesado al escritor, sino de historias, ideas a primera vista esperpénticas y descabelladas, y también de acción.
   Hilarante equilibrista, artista de la fuga y de la irrisión, Arto Paasilinna nos hace  disfrutar con el silencio de los grandes espacios, con la inmensidad incontaminada de la tundra, con los remotos paisajes helados, con lasa asombrosas auroras boreales y con los extraños sonidos del bosque. Aúna pues Paasilinna naturalismo, melancolía  y una indudable atracción por situaciones paradójicas. Y sobre este telón de fondo, historias divertidas y personajes inverosímiles, pero siempre on the road. Con la huida pues como destino. Personajes absurdos y disparatados que, cada uno a su manera, intentan evadirse de su existencia o de alguna consecuencia de la misma.
   El bosque de los zorros es un típico ejemplo de lo que para Paasilinna es la narración. La novela nos aproxima a la delirante historia de Oiva Juntunen, definido ya en el primer capítulo de la novela como delincuente profesional que, de ganar la vida recogiendo deyecciones caninas, pasa a tener en su poder cuatro lingotes de oro sustraídos en un robo clamoroso del Banco Nacional de Noruega. Oiva Juntunen se dedica a disfrutar de la vida mientras sus cómplices purgan el latrocinio en la cárcel. Hasta que su serenidad se ve turbada por una noticia alarmante: sus cómplices serán liberados y, sedientos de oro, seguro que acudirán a recoger su parte del botín. Oiva considera absolutamente inmoral la idea de repartirlo porque, concluye su razonamiento, los asesinos precisan hierro y no oro. Decide pues hallar un lugar seguro donde esconderse y disfrutar de la rapiña. Nada mejor para ello que ocultarse  con el oro en lo más profundo de la tundra lapona, en un pedregal que él mismo era incapaz de situar. Allí el oro estaría mejor escondido que en ningún otro sitio.
   Muy pronto se encuentra con el comandante Remes, un militar alcoholizado  y resacoso, ensimismado entre el aguardiente y la rutina militar que había determinado disfrutar de un año sabático para beber sin complicaciones y decidir qué hacer de su vida. Después del inicial juego de despistes entre ambos y a medida que el oro  va haciendo acto de presencia, surge entre ambos algo parecido a la amistad. Afincados en medio de la helada tundra lapona, la existencia del oro convierte su refugio, una cabaña de leñadores, en un lujoso recinto entre la nieve y el hielo. Muy pronto llega a su refugio Noska, la koltta más anciana del distrito que también huye, ésta de los asistentes sociales que pretenden internarla e un asilo.
   El trío formará una insólita familia a la que las secuelas del oro permite convivir entre la ternura y un rosario de absurdos al que, día tras día, se ven sometidos los personajes.
   Y cuando las ganas de hembra hacen que el comandante Remes piense más en las mujeres que en su aguardiente y como Dios aprieta pero no ahoga y la anciana  Noska era encantadora, pero más vieja que los caminos, un día les llega un envío muy peculiar: dos mujeres jóvenes, hermosas, con ropa cara. O sea, prostitutas. Un cargamento de putas suecas.
Arto Paasilinna
   La habilidad da Paasilinna es capaz de crear estos personajes absurdos, haciendo que actúen de una forma absolutamente normal en este paraíso alejado de la sociedad y de cualquier ley o norma social. Son, sin embargo, tan extraordinariamente humanos, que incluso en sus peores excesos el lector siente la tentación de disculparlos.                                
   Libro sobre todo divertido y exento de pretensiones morales y de grandes reflexiones filosóficas. En su lugar, el lector hallará el placer de la sonrisa espontánea, desnuda de dobles sentidos y de toda trascendencia. Los personajes son absurdos y disparatados, el argumento, completamente inverosímil y Paasilinna narra de la forma más sencilla y tradicional: con la omnisciencia de la tercera persona, refiriendo una historia lineal, sin desviaciones ni circunloquios. Sin embargo, hasta el hecho más lamentable resulta conmovedor. La escritura limpia y precisa de Paasilinna, su estilo irónico y socarrón (para muestra este botón: “Siira estaba más amargado que mil feministas juntas”), tienen la capacidad de convertir las historias más desconcertantes y trágicas en productos estéticos de la irrisión.

Francisco Martínez Bouzas

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