lunes, 16 de julio de 2012

LA OSCURA VIDA DE LAS PERSONAS MAYORES


Primera memoria
Ana María Matute
Ediciones Destino, Barcelona, 2012, 237 páginas.


   En su día, hace más de cincuenta años, pasó con dificultad da criba de la censura y desde entonces la novela de Ana María Matute, Primera memoria, Premio Nadal 1959, no ha dejado de editarse en distintos formatos. En el pasado mes de junio la recuperó de nuevo Ediciones Destino, la editorial del Premio Nadal, como una de sus textos clásicos, en una edición que incluye un amplio material gráfico sobre la autora y la entrega del Premio Nadal de aquel año.
   Lo mejor de la aportación a la narrativa española de Ana María Matute son sus obras publicadas antes de 1973, en pleno auge de la posguerra. Estamos en la década de los cincuenta, el realismo social  es la corriente dominante, pero esos años contemplan así mismo la aparición de las primeras letras de otros narradores (Jesús Fernández Santos, Ignacio Aldecoa, Juan Goytisolo, Rafael Sánchez Ferlosio) También Ana María Matute cuya obra, especialmente su trilogía Los mercaderes, de la que Primera memoria forma parte, es la literaturización obsesiva de una serie de temas como la nostalgia por el paraíso perdido, por la infancia irrecuperable, por el despertar de la adolescencia, por una minuciosa radiografía de los estados de ánimo.
   Todas esas obsesiones hacen acto de presencia en Primera memoria, en una trama que quizás no encuentre mejor definición que la aportada por la propia autora, hace más de cincuenta años, el día que ganó en Premio Nadal: “Plantear, mediante una forma lo más sencilla y suave posible, jugando con unos personajes adolescentes y, por lo tanto libres de todo prejuicio, el problema de la incomprensión y la injusticia dominante; para lo cual me fue también necesario contrastar la pureza de los personajes con la brutalidad de la guerra”.
   En efecto, en Primera memoria nos encontramos con adolescentes al borde del abismo de la edad adulta, pero sin alternativas. Esa carencia de opciones la descubre con espanto Matia la protagonista principal y voz narradora, encerrada con su primo en la casa de la abuela durante la guerra civil que acaba de estallar y que, desde la lejanía, se deja sentir ensombreciéndolo todo. Se encuentran en una las islas Baleares, una isla sin nombre, pero isla, hecho que acentúa la sensación de claustrofobia. En aquellos interminables meses veraniegos del 36 y bajo la mirada omnímoda de la abuela, soportan la rutina estival de lecciones de latín, cigarrillos robados y fumados a escondidas, escapadas en barca a calas recónditas. Son sus pequeñas maldades que les hacen enfrentarse con sus propios monstruos  y les obligan a atisbar o imaginar “la oscura  vida de las personas mayores”. Con una guerra que no está físicamente presente, pero a la que se alude frecuentemente y deja su poso en la isla en forma de asesinatos, humillaciones, odio, perversiones. La  guerra también aparece en la novela como elemento transformador de las fracturas familiares: las mujeres y los niños se quedan en casa, mientras los padres luchan en el frente, hermanos contra hermanos en no pocas ocasiones. Además la protagonista se ve obligada a transitar de niña a mujer sin referentes en los que medirse, durante el momento traumatizante del estallido de la contienda.
   A pesar del paso de los años y de la autocensura con la que sin duda está escrita la novela (la guerra civil es vista desde lejos, sin juicios demasiado explícitos, aunque contemplada como un silencio podrido, un silencio de muertos, muertos barranco abajo, aislamientos y enemistades), Primera memoria es un texto que no ha envejecido. Y ello se debe no solo al oficio, sino al talento creador de Ana María Matute, capaz de fascinarnos con las descripciones de los estados de ánimo de los personajes. La autora supo meterse en el alma de una chica de catorce años y llena su texto de deslumbrantes hallazgos que nos permiten percibir cómo se observa y cómo se siente una adolescente a punto de dejar de serlo: sus amarguras, sus desengaños, los agobios de la soledad, las crueldades de esas edades indefinidas. Muestra igual maestría al reflejar el ambiente asfixiante y opresivo de un espacio, de una isla aislada, en un pueblo con enemistades enquistadas que la autora retrata con frases como “la calma aceitosa”, “la hipócrita paz de la isla”.
   La escritora así mismo, con una prosa embrujadora, fue capaz de entroncar los caracteres y los sentimientos con el paisaje y el clima. Y lo hizo con tal maestría que estos en el fondo operan también como verdaderos actantes (“El declive tenía algo solemne en la noche. Las piedras de los muros de contención blanqueaban como hileras de siniestras cabezas en acecho. Había algo humano en los troncos de los olivos, y los almendros a punto de ser vareados, proyectaban una sombra plena. Más allá de los árboles, se adivinaba el resplandor de los habitáculos de los colonos. Al final del declive la silueta de la casa de la abuela era una sombra más densa. El cielo tenía un tinte verdoso y malva”, páginas 56-57).
   Novela sin duda opresiva, desesperanzada (“elegía a la perversión de la inocencia”) que una pluma preñada de talento convierte en verdadera literatura.

Francisco Martínez Bouzas



Ana María Matute, en la entrega del P. Nadal (6 de enero 1960)




Fragmentos

Qué extranjera raza de los adultos, la de los hombres y las mujeres. Qué extranjeros y absurdos nosotros. Qué fuera del mundo y hasta del tiempo. Ya no éramos niños. De pronto ya no sabíamos lo que éramos. Y así, sin saber por qué, de bruces en el suelo, no nos atrevíamos a acercarnos al otro. Él ponía su mano encima de la mía y sólo nuestras cabezas se tocaban. A veces notaba sus rizos en la frente o la punta fría de su nariz. Y él decía, entre bocanadas de humo: «¡Cuándo acabará todo esto…!». Bien cierto es que no estábamos muy seguros a qué se refería: si a la guerra, la isla o nuestra edad”

…..

“Recuerdo que entré en una zona extraña, como  de agua movediza: como si el miedo me ganara día adía. No era el terror infantil que padecí hasta entonces. A veces me despertaba de noche, y me sentaba bruscamente en la cama. Experimentaba entonces una sensación olvidada de cuando era muy pequeña y me angustiaba al atardecer y pensaba: «El día y la noche, el día y la noche siempre. ¿No habrá nunca  nada más?». Acaso me volvía el mismo confuso deseo de que alguna vez, al despertarme, no hallara solamente el día y la noche, sino algo nuevo, deslumbrante y doloroso. Algo como un agujero por donde escapar de la vida”

…..

“En aquel momento me hirió el saberlo todo. (El saber la oscura vida de las personas mayores, a las que sin duda alguna, pertenecía ya. Me hirió y sentí un dolor físico”

(Ana María Matute, Primera memoria, paginas 109, 169-170, 229)

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