El día de mañana
Ignacio Martínez de Pisón
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2011, 382 páginas
El próximo día 7 de diciembre sabremos si El día de mañana se alza con el prestigioso galardón Le prix livre européen / Europe Book Prize, del que es finalista. Mientras tanto los lectores amantes de la buena literatura nos deleitamos con este sugestivo viaje por las obscuridades del Tardofranquismo y de la Transición, en un relato con una interesante arquitectura, que gira alrededor de un personaje principal cien por cien enigmático, cuya vida, vilezas y penitencia final van diseccionando por retazos los que le conocieron. Ignacio Martínez de Pisón construye pues un protagonista a partir de relatos homodiegéticos -los narradores pertenecen también a la historia en calidad de personajes- al estilo de Ciudadano Kane, por mencionar el ejemplo más paradigmático de esta forma caleidoscópica de narrar. Varios enfoques, varios testimonios, la deposición de doce testigos ante un juez ausente que intentan, sin conseguirlo del todo, desvelar el misterio de una vida, el porqué de sus decisiones y, a la vez, nos sumergen en los vericuetos de una de las épocas más complejas y tórridas de la historia contemporánea española. Un desvelamiento, pues, desde diversos ángulos, en la mejor tradición de los escritores cineastas o fotógrafos, aunque no sea el caso de Martínez de Pisón.
La figura central de la novela, ese pobre diablo, Justo Gil, el Rata es un confidente de la policía en la Barcelona de los años 60 y 70. Pero El día de mañana no es una novela al uso, un relato testimonial de detenidos y torturadores, sino una novela en la que los que hablan son los mismos policías que “compran” a sus confidentes y estos, aunque en este caso por medio de la voz vicaria de los que le conocen.
La sinopsis promocional de Seix Barral resume a la perfección la trama de la novela: Justo Gil es un emigrante recién instalado en Barcelona, un joven avispado y ambicioso que, llevado por los vaivenes del destino, acaba convirtiéndose en confidente de la Brigada Social, la policía política del régimen. Una docena de memorables personajes nos cuentan cómo conocieron a Justo en algún momento de sus vidas y cómo fue su relación con él. Sus testimonios conforman una visión caleidoscópica de la cambiante realidad los años sesenta y setenta, al tiempo que reconstruyen el relato de la degradación personal de un individuo.
Por mi parte subrayo lo siguiente. La novela es la historia de un perdedor. La historia de un emigrado que comete un error, una estafa para curar a su madre y esa falta le va a perseguir a lo largo de su vida. Aprende a ser listo, a comerciar con la policía, pero terminará siendo utilizado y quemado por esta. La lectura del texto da a entender que al narrador, más que el trabajo abyecto del trepa confidente, le interesa profundizar en su evolución para averiguar cómo llegó a convertirse en delator y en peón que utiliza la policía para los trabajos más sucios. El Rata es pues la antítesis del personaje plano o rectilíneo y un ejemplo modélico del personaje agónico o redondo. Un personaje camaleónico que incluso es consciente del mal que ha hecho con su estafa a la única mujer que amó y que, al final de la novela, intenta redimirse.
La novela es una amalgama de cientos de historias. Cada uno de los personajes secundarios, incluidos los dos más positivos, el policía Mateo Moreno y Carme Román, ven reflejadas en la novela sus propias vivencias en aquellos años. No solo informan sobre el protagonista, sino que aportan sus propias historias. Todas juntas enhebran un gran mural, el retrato urbano de la ciudad y de la sociedad barcelonesa en aquellos años cruciales.
Resalto así mismo el hecho de que esta pieza de alta literatura es capaz de conjugar una narración retrato de un personaje y de una época con buenas dosis de novela negra y de thriller, aunque con un desenlace que el lector presiente porque viene demandado por la misma lógica interna de la ficción de Martínez de Pisón.
Una novela pues sobre los denarios de la vileza y sus consecuencias, articulada en una visión plural, en la que las múltiples perspectivas sirven para ofrecernos una visión completa de la figura del protagonista y dibujan al mismo tiempo un gran friso de una época, especialmente la de la Transición, que no coincide con ese beatífico y optimista discurso oficial tan frecuente en nuestros días.
Ignacio Martínez de Pisón |
Fragmento
“- Llama al Rata y dile que quiero hablar con él, vamos ver si tiene algo interesante para mi…
Y yo hablaba con Justo y le poníamos en bandeja alguna detención, y lo que ahora me jodía era su manera de llamarle Rata. Sí, ya se que entre nosotros era más prudente no usar su verdadero nombre, pero me parecía que en su manera de decir Rata había una repugnancia y un desprecio que el bueno de Justo no se merecía. Al fin y al cabo, muchos de sus éxitos se los debía a él, a Justo. El mayor de esos éxitos fue el de la Asamblea de Cataluña. Llevábamos más de dos años detrás de ellos, y al final los cogimos. Ciento trece nada menos (…) Y si la cosa salió bien fue gracias a Justo, que se había hecho medio amigo del organizador, un tipo de PSUC al que llamaban el Fantasma. De hecho salió todo tan bien que no tuvimos que pegar un tiro, aunque íbamos preparados para lo que hiciera falta. Justo me había anunciado punto por punto cómo iban a ser las cosas. A la hora de la misa entrarían mezclándose con los feligreses, después se reunirían en uno de los locales parroquiales (…) Todo se cumplió tal como Justo me había dicho. Conocíamos hasta la contraseña. Tenían que decir: Venimos a celebrar el décimo aniversario de “Paz en la Tierra”. O de “Pacem in Terris”, ya no me acuerdo si lo decían en latín o en castellano o en catalán…Los muy cándidos creían que no los teníamos controlados, porque habían conseguido pinchar nuestras ondas de radio. Pero Justo ya nos lo había advertido y nosotros habíamos cambiado de frecuencia. ¡Ya lo creo que los teníamos controlados! Los dejamos entrar y luego, ¡pag!, los cazamos como a ratones. Sería a eso de las diez y media cuando recibimos la orden. Los de la policía armada llevaban metralletas, nosotros íbamos con pistolas. Uno de los que estaban en la mesa nos vio y, como si estuvieran esperándonos, grito:
- Ja son aquí!”
(Ignacio Martínez de Pisón, El día de mañana, páginas 206-207)
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