sábado, 24 de septiembre de 2016

"TODOS LOS CUENTOS": LA VIDA TRANSFORMADA EN LITERATURA



Todos los cuentos
Raymond Carver
Traducciones de Jesús Zulaika y Benito Gómez Ibáñez
Editorial Anagrama, Barcelona 2016, 702 páginas

   Cincuenta y ocho relatos publicados en vida del escritor, más cinco póstumos, hallados a partir de 1999, convierten a Raymond Carver (1939-1988) en un icono, en el mejor cuentista de América, quizás el mejor de todos los tiempos junto con Chéjov. Cuentos agrupados en cinco colecciones: ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), Catedral (1983), Tres rosas amarillas (1988) y Si me necesitas, llámame (2001). La barcelonesa editorial Anagrama, editora de la mayoría de los relatos de Carver en España, los ofrece ahora agrupados en este amplio volumen de la colección “Anagrama compendium”, que recoge todos los cuentos de Carver, los publicados en el estilo extensivo en el que escribía Carver y los reescritos, a partir de 1981, en forma elusiva por su editor Gordon Lish, que cambió párrafos enteros, reduciendo a la mitad muchas veces los cuentos originales y cambiando los desenlaces en numerosas ocasiones. No obstante, los cuentos de Carver, construidos, como afirma Alessandro Baricco, con paisajes de hielo, aunque habitados y dulcificados por emociones y sentimientos, que en la poda feroz de Gordon Lish fueron suprimidos,  convierten a su autor en uno de los grandes pilares del realismo sucio. “La voz más genuina de la Norteamérica contemporánea” como de él dijo la crítica, que nos ofrece, o eso creíamos, una literatura minimalista, “dependiente de lo omitido” (Harold Bloom).
   Suele  considerarse a Hemingway el iniciador de la narrativa minimalista en EE.UU, pero ese subgénero se asoció por antonomasia con Raymond Carver. Mas es preciso matizar: los cuentos minimalistas (estructuras únicamente enunciativas: sujeto, verbo, objeto + silencio; diégesis frugales e incluso insignificantes, personajes vulgares que habitan en la monotonía, desenlaces inesperados y frecuentemente terribles…) son el resultado de la reescritura que de los cuentos carverianos  hizo Gordon Lish en la editorial A. Knopf, sobre todo en ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? En 2009, tras un largo proceso de investigación de William L. Stull y Maureen P. Carroll, apareció publicado en Londres Beginners, la versión original de esa colección de cuentos de Carver que Gordon Lish había podado de forma inmisericorde. Y en esa versión podemos comprobar que Carver lo narra todo, sin concederle oportunidades a la omisión.
   La prosa original de Carver tiene, pues, poco que ver con el juicio que de ella hizo Tim O’Brien: “Utiliza el inglés como una cuchilla: talla piezas de prosa austeras y exentas de adornos, y para ello despoja a esta de todo salvo el meollo mismo de la emoción humana". Beginners y ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? muestran de forma cabal cómo era la prosa original de Carver: sin vacíos, sin silencios, carente de espacios sin nada para que el lector los llene con lo que guste, sin los finales fulminantes y helados que parecen no ser una consecuencia lógica de la trama.
   En la edición de Todos los cuentos de Carver, encontramos los dos Carver: el puro y el impuro. La prosa original y la prosa martirizada por su editor. Pero en ambos casos, prosa realista, con escenarios cotidianos, personajes grises, retratos de los más oculto de la condición humana, escritos por el autor cuando era esclavo del alcohol, o cuando, a partir del 2 de junio de 1977, la experiencia amorosa con la poeta Tess Gallagher le regaló diez años de propina e hizo posible la escritura de cuentos, poesía y compilaciones.
   Textos sobre todo que, a pesar de los escenarios cotidianos, de la sequedad de su prosa o de su prolijidad, de los trasfondos desconcertantes, se han convertido en clásicos por la capacidad de hacernos llegar una fuerza portentosa y gran credibilidad. Es por ello que los cuentos de Carver nos siguen inquietando, a pesar de que, especialmente los cuentos que se conservan en su versión original, tienden a veces a la obviedad y a lo farragoso.
   Se ha escrito que los cuentos de Carver están transidos  por “un misterio que le atormenta” y que el escritor incorpora a sus personajes. Ese misterio fue, sin duda la convicción de que las relaciones amorosas en pareja, la vida familiar se convierten en el hábitat más propio del ser humano, del que,  a la postre, depende su felicidad. De ahí que muchas parejas que hallamos en estos cuentos intentan salvar sus matrimonios, aunque la virulencia de sus heridas hace que finalmente acaben yéndose cada uno por su lado. Otros relatos como “Desde donde llamo” (Catedral) o “Leña” (Si me necesitas, llámame) están protagonizados por hombres perdedores, desvalidos -“el proletariado de la psique”, como se les ha llamado- que intentan empezar de nuevo tras haber sido presas del alcoholismo. Reescrituras posiblemente de las propias experiencias vitales del autor: en 1977 en El Paso, Raymond Carver, empujado por el amor de su segunda pareja, Tess Gallagher, intenta escribir de nuevo, tras haber pasado diez años víctima del alcohol.
   La solidez artística con la que Carver sabía contar sus historias y que, en estas colecciones de cuentos, explota en mil direcciones, nos permite sumergirnos en la estética de uno de los grandes escritores de la segunda mitad del pasado siglo, cuyas historias nos siguen sobrecogiendo precisamente porque son muy buenas.

Francisco Martínez Bouzas

Raymond Carver

Fragmentos

“Cuando divisaron a las chicas, Jerry y Bill salieron del coche. Y se apoyaron sobre el paragolpes delantero.
-Recuerda -dijo Jerry, apartándose del coche-. La morena es mía. Tú te encargas de la otra.
Las chicas dejaron las bicicletas en el suelo y tomaron uno de los senderos. Desaparecieron tras un recodo y volvieron a aparecer un poco más arriba. Ahora estaban allí, quietas, y miraban hacia abajo.
-¿Para qué nos seguís, chicos? -gritó la morena.
Jerry tomó el sendero
Las chicas se volvieron y se alejaron de nuevo a buen paso.
Bill fumaba un cigarrillo, y se paraba de vez en cuando para dar una honda chupada. Cuando llegaron a un recodo, miró hacia atrás y vio el coche.
-¡Muévete! -dijo Jerry.
-Ya voy -dijo Bill.
Y siguieron subiendo. Pero Bill tuvo que recuperar el resuello. Ya no podía ver el coche. Tampoco la carretera. A su izquierda pudo ver una franja del Naches que se extendía hacia abajo como una tira de papel de aluminio.
Jerry dijo:
-Vete por la derecha y yo iré de frente. Les cortaremos el paso a esas calientapollas.
Bill asintió con la cabeza. Jadeaba demasiado para poder hablar.
Siguió subiendo durante un rato; el sendero empezó a descender y a encaminarse hacia el valle. Bill miró y vio a las chicas. Se habían puesto en cuclillas tras un saliente del terreno. Tal vez estaban sonriendo .
Bill sacó un cigarrillo. Pero no pudo encenderlo. Entonces vio a Jerry. Y después de aquello, ya no importaba.
Lo que Bill había querido era follar con ellas. O verlas desnudas. Pero tampoco le habría importado mucho que la cosa no saliera.
Nunca llegó a saber lo que quería Jerry. Pero todo empezó y acabó con una piedra. Jerry utilizó la misma piedra con las dos chicas: primero con la que se llamaba Sharon y luego con la que se suponía que le iba a tocar a Bill.”

(Raymond Carver, “Dile a las mujeres que nos vamos”, ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor, páginas 266-267)

…..

“El marido de Sandy llevaba tres meses instalado en el sofá, desde que lo despidieron. Aquel día, tres meses atrás, volvió a casa pálido y asustado, con todas las cosas del trabajo en una caja.
-Feliz día de San Valentín -dijo a Sandy.
En la mesa de la cocina puso una caja de bombones en forma de corazón y una botella de Jim Beam. Se quitó la gorra y la dejó también sobre la mesa.
-Hoy me han despedido. Oye, ¿qué va a ser de nosotros ahora?
Sandy y su marido se sentaron a la mesa, bebieron whisky y comieron bombones. Hablaron de lo que podía hacer él en lugar de poner techos en casas nuevas. Pero no se les ocurrió nada.
-Algo saldrá -aseguró Sandy.
Quería animarlo. Pero ella también estaba asustada. Finalmente, el dijo que lo consultaría con la almohada.
 Y lo hizo. Aquella noche se hizo la cama en el sofá, y allí fue donde durmió todas las noches desde entonces.
Al día siguiente de su despido había que ocuparse de las prestaciones de la Seguridad Social. Fue al centro, a la oficina de empleo, a rellenar papeles y buscar otro trabajo. Pero no había empleos como el suyo ni de ningún otro tipo. Empezó a sudar mientras intentaba describir a Sandy la multitud de hombres y mujeres apiñados en la oficina. Aquella noche volvió a echarse en el sofá. Empezó a pasarse allí todo el tiempo, como si, pensaba ella, eso fuese lo que debía hacer ahora que ya no tenía trabajo.”

(Raymond Carver “Conversación”,  Catedral, página 367)

jueves, 22 de septiembre de 2016

"LA EDAD MEDIA": EL DERRUMBE DE LAS ASPIRACIONES



La edad media

Leonardo Cano

Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2016, 318  páginas.



   Con un planteamiento estructural complejo, aunque bien resuelto, debuta Leonardo Cano (Murcia, 1977) en la narrativa ficcional: una novela alzada a base de fragmentos que, sin embargo, no eclosionan e infinitas historias infinitamente ramificadas, sino en tres subtramas, tres historias encadenadas entre sí porque comparten personajes y los acontecimientos del pasado continúan en el presente, y de alguna manera lo condicionan. No se trata, no obstante, de la fragmentación posmoderna en la que el fragmento, como había predicho Borges, opera por si mismo y se despliega en mil direcciones. Al contrario, Leonardo Cano sigue los dictados de la fragmentación moderna: la parte depende del todo y es en el todo donde halla su sentido y su plena coherencia. Es por eso que La edad media conforma una novela en el fondo unitaria, a la que contribuyen las tres subtramas, a pesar de los estilos y puntos de vista enteramente diferenciados.

   La edad media es la novela del ajuste de cuentas de un grupo de adolescentes que desde la antigua EGB, los cursos de BUP, COU y la Universidad sobre todo luchan por abrirse un futuro brillante, pero que, a la postre, estará lleno de sombras, interrogantes e incertezas. Novela colectiva de formación en buena parte de su trama que  concluye su navegación en un puerto, más bien anodino y desilusionante, de sueños truncados, tanto de los niños /adolescentes como de sus padres.

   La primera de las subtrama, desde el punto de vista cronológico, nos tralada a un ambiente colegial de los años 90. Un narrador que lo hace en primera persona del plural, nos hace partícipes de las peripecias vitales de unos niños / adolescentes en un colegio privado clasista y no exento de pederastas. Allí inician el camino de sus sueños rotos. La narración se centra sobre todo en tres estudiantes: el hijodelRata que estudia gratis en el Bosco, por su padre que había sido salesiano y también por su pobreza; gratuidad que la madre intenta compensar fregando las escaleras del colegio o renunciando la familia a las vacaciones. Los otros dos son Fauró y Moya. Los dos pertenecen a familias acomodadas. Con una tonalidad a veces despiadada, Leonardo Cano retrata la convivencia escolar de estos chicos, preñada de clasismo, brutalidad especialmente cuando hacen COU, con Gómez el hijodel Rata, un chico superdotado intentando escapar de su marginalidad. Son chicos que no conciben tener dieciséis años y no haber follado. El sexo para ellos es la gran obsesión, y frecuentemente sus prácticas sexuales rayan la brutalidad: “Y esa es la canción que queríamos tener en la cabeza cuando nos metíamos con la cerda de Marta Giráldez en los cuartos de baño durante el recreo y le chupábamos esas tetas gordas de blandiblub hasta casi sacárselas de cuajo y le calvábamos dos o tres dedos en el coño, o el bote de tippex o un subrayador” (página 81).

   La segunda subtrama tiene como protagonista al ex alumno Nacho Fauró, ya en la edad adulta (la edad media). Goza de un  buen trabajo, pero es esclavo de la rutina bancaria. Los narradores son él y su novia Julia, y lo hacen a través de un chat, ya que viven en ciudades distintas. Conversaciones aparentemente insubstanciales en las que se cuentan sus intimidades, sus preferencias sexuales, sus aspiraciones para medrar profesionalmente, sus gustos y un sin fin de puerilidades que forman parte de un idilio intenso y pasional al principio, pero que va languideciendo poco a poco, y lo que parecía una plácida relación concluye en el distanciamiento y en una familia forzada justo en la edad media, debido a un embarazo que se les cuela cuando la relación ya estaba rota.

   Otra prolepsis con relación a la historia del colegio, como la anterior, nos traslada al relato de Moya, licenciado en derecho que malvive como administrativo interino (“gestor procesal”). Un narrador en tercera persona nos refiere y describe su trabajo frustrante en un juzgado de la Ciudad de la Justicia. Acomplejado ante el éxito profesional de sus compañeros de colegio, y humillado por la casta de secretarios judiciales y magistrados de apellidos llamativos y su poder despótico, decide triunfar mediante fechorías con el dinero de los ingresos judiciales. Además del relato de los desmanes corruptos del protagonista, esta tercera historia, en un tono sarcástico y paródico, da buena cuenta del deplorable funcionamiento de los juzgados, el ambiente de dejadez, el poder absoluto y autoritario de jueces y secretarios, el trabajo alienante que dejan nulo espacio para la creatividad.

   El rendimiento de cuentas finales tiene lugar en la Cena 15º Aniversario de la promoción de San Juan Bosco, convocada a través de redes sociales. Será un recuento, entre buenas dosis de hastío, de las ansias frustradas, de los sueños realizados y de los truncados.

   La edad media es una novela, desde el punto de vista de su arquitectura compositiva, compleja por ese encadenamiento de historias yuxtapuestas que, sin embargo, el autor es capaz de engarzar con maestría, sin distorsionar la lectura. Hace gala además Leonardo cano de un perfecto dominio de varios registros lingüísticos: reproduce con solvencia el lenguaje de los adolescentes de los 90, los usos lingüísticos que se han apoderado de las nuevas tecnologías, el formato chat especialmente, reproduciendo incluso abreviaturas e incorrecciones ortográficas que los hacen más verosímiles, sin bien escasamente literarios. Y finalmente el lenguaje objetivo, minucioso y preciso que da cuenta del trabajo y corruptelas del interino judicial. Y que recuerda ciertas técnicas narrativas kafkianas. Todo ello da lugar a una novela intensa, muy ajena a eufemismos, sobre todo cuando salen a escena prácticas sexuales. Y tan real como la vida misma.



Francisco Martínez Bouzas



                                                   
Leonardo Cano

Fragmentos



“Y ya ves si nos enteramos de que se pasó casi todo el tiempo con Fauró, y el hijodelRana no decía nada allí al lado porque era un gordo.

Y, a continuación, el Hermano Vicente le pidió al hijodelRana que saliera y los dejara solos, y el hijodelRana pudo agradecer ser el hijo de quien era por primera vez en su puta vida.

Y los dedos del Hermano Vicente se introducirían en los huecos de Fauró y volverían aparecer más tarde.

Y se escucharía respiración, martirio, algún conjuro.

Y usaba objetos.

Y al salir,  Fauró le temblaban las piernas como antenas y no quiso hablar del asunto con el hijodelRana, por mucho que él le preguntara.”



…..



“Y el insti del Bosco parecía la catedral de Exin Castillos, y tenía cuatro plantas y un claustro y mil campos de futbol en el quinto pino de la ciudad.

Y el director del insti del Bosco era Mortadelo, y un día invitó al padre de Granados a dar una vuelta por los patios para pedirle un nuevo pabellón para los chicos, y el padre de Granados era conde y le dijo a Mortadelo que su dinero se lo gastaba en putas y llamó a su chófer.

Y al año siguiente, el insti del Bosco tuvo un claustro y mil campos de futbol y un pabellón multiusos, pero pagado con el dinero del Domund, en el quinto pino de la ciudad.

Y en el insti del Bosco, el hijodelRana ya no iba ser para todos el hijodelRana.”



…..



“Y el Marsellés la estaba abrazando como un blandiblub cuando sus párpados cayeron sobre las dos joyas de ámbar y empezó a besarla lentamente en el cuello y en las mejillas y en la frente.

Y dicen que, en el armario, Gómez no podía ver un pijo.

Y, cuando estuvo seguro, la tumbó en la cama y le quitó la camiseta Bonaventure rosa con cuidado y le abrió el sujetador blanco con cuidado y le sacó las tetas más suaves y puras que ninguno veríamos en nuestra puta vida.

Y jugó al Pang con ellas hasta volverlas granates y después moradas y después negras.

Y el atardecer en la Alhambra se manchó y no brillaba.

Y le quitó las Reebook Classic y le sacó a tirones los Chevignon lavados a la  piedra y le bajó las bragas blancas y las tiró sobre la mesilla.

Y le abrió las patas y se subió encima y se la metió entera como un cromañón, y Paula Marco parecía casi en coma.

Y pfavorr y he sidddbuena.

Y el Marsellés se la folló bien a lo bestia, tratando de buscarle el máximo dolor a la cosa más preciosa del mundo, que no paraba de sangrar, hasta que por fin se corrió.

Y mira lo que les pasa  alas cerdas como tú.

Y Gómez no podía ver un capullo a través del armario, aunque sí oyó al Marsellés descorriendo el pestillo de la puerta y saliendo un momento para hablar con Silvio.

Y no hizo nada porque volvía a ser un gordo y un puto hijodelRana.”



…..



“Y COU en el Bosco no era un curso enfocado únicamente a la superación del examen de la Selectividad, sino que se impartían más contenidos de los exigidos porque lo primero era la formación académica, ética y doctrinal del alumno.

Y, al acabar el curso, a todos nos subieron las notas finales a saco para poder hacer media con la Selectividad de forma adecuada.

Y el muy hijodelRana terminó sacando todo sobresaliente menos dos notables, en Dibujo y Matemáticas, y el Aután todavía andaba mosca con su nueve el Química, pero parecía encantado de que el Negro hubiera vuelto por sus fueros y vuelto a no apartarse de su diez.

Y todavía le quedaban esperanzas al hijodelRana de llegar a estudiar Teleco o Aeronáutica si hacía una selectividad de la hostia.”



(Leonardo Cano, La edad media, páginas 43, 57, 221-222, 264)

sábado, 17 de septiembre de 2016

"UNA CHICA EN INVIERNO": SUEÑOS MALOGRADOS EN TIEMPOS DE GUERRA



Una chica en invierno

Philip Larkin

Traducción de Marcelo Cohen

Impedimenta, Madrid, 2015, 297 páginas



   Philip Larkin (1922-1985) es conocido sobre todo por su poesía que recibe las influencias de Thomas Hardy, T. S. Eliot, W.H Auden y W. B Yeats. En el año 2008 el periódico The Times lo calificó como el mejor poeta inglés de la posguerra. Sus incursiones en la narrativa produjeron cinco novelas; tres de ellas fueron destruidas por el autor antes de su publicación. Se salvaron Jill (1946) y la que sería una obra maestra, A Girl in Winter, publicada en 1947 y traducida al español y editada a finales del pasado año por la editorial Impedimenta. Una chica en invierno es una novela que explora con inusitada agudeza  los vericuetos de los sentimientos, especialmente el desfallecimiento del amor adolescente. Es uno de los motivos por los que Larkin suele ser considerado un narrador antiromántico. Un encasillamiento a todas luces injusto, ya que Una chica en invierno es una propuesta narrativa intensamente pasional, aunque huye del sentimentalismo vacío de una juventud ofrendada a la deidad de un amor adolescente y a unos ideales enajenados en el embelesamiento

   Basándose en experiencias posiblemente autobiográficas, Philip Larkin es capaz de ofrecer, el recuento de las experiencias de la principal protagonista de la novela, Katherine, -uno de los personajes femeninos mejor logrados por una pluma masculina- en una sola jornada, doce horas en la vida de esta mujer joven en las que está concentrada toda una vida. Con una estructura compositiva tripartita, Larkin bucea en las experiencias vitales, especialmente sentimentales, de Katherine: una mujer a la que una historia terrible, en plena Segunda Guerra Mundial, había obligado a abandonar su país, que sospechamos se trata de Alemania. La hallamos viviendo  en una innominada pequeña ciudad inglesa, sufriendo las penurias de la contienda: el hambre y primordialmente el frío, cuya presencia real y simbólica, en la primera y tercera parte, contribuye a crear la atmósfera  opresiva, la desazón del tiempo de guerra. La protagonista había conseguido un empleo como asistente en una biblioteca: un trabajo tedioso, bajo la férula de un jefe repugnante e infame. Una noche que tarda en dormirse, lee la carta de Robin Fennel, un adolescente inglés con el que había cruzado correspondencia en un programa de intercambio epistolar.

   La lectura de la carta traslada su mente a las tres semanas que pasó en la casa familiar de Robin. Es la parte de la novela dominada por la luz vacilante del verano inglés, del surgimiento de un amor pasional, del primer beso y de la pérdida de la inocencia. Mas la tercera parte volverá a estar dominada por las sombras, el frío y los sentimientos congelados del invierno inglés en tiempos de guerra. Y sobre todo, por el desvanecimiento de la ilusión amorosa adolescente: “Lo que una vez había sentido por él se había desvanecido mucho tiempo atrás dejando tan solo un vacío” (página 273). Porque, después de conocerse y tras un período breve de intercambio epistolar, daba la impresión de que cada uno había perdido el interés por el otro. Un desenlace árido e implacable confirmará este desinterés.

   Philip Larkin da muestras de una sagaz madurez sobre todo en el diseño de su protagonista, a la que dota de una gran capacidad para analizar sus propias emociones y sus búsquedas, poco menos que desahuciadas de antemano del sentido de la existencia, entreverado por las contradicciones que anidan en los seres humanos. El escritor inglés tiene además la capacidad de convertir los pequeños detalles, por ejemplo un partido de tenis, en minúsculas aventuras, en hechos preñados de significado. Domina además la descripción de los entornos que dejan de ser meros decorados y se convierten en verdaderos protagonistas. Y lo mismo cabe decir de la oportuna administración de los silencios y de la contención a la hora de ofrecer información. Pero sobre todo es reseñable la facilidad para crear atmósferas que tiñen con coherente oportunidad todo el tejido narrativo. La voz narrativa, aunque no es la de la principal protagonista, se confunde, por el uso del discurso indirecto libre, con las cavilaciones, añoranzas, dudas y frustraciones de Katherine. La condición de gran poeta modula las páginas de esta novela, a pesar de que su diégesis no hace más que reflejar el tedio cotidiano en días de penumbra invernal y bélica y en la luz de un tibio verano inglés, en el fondo un verano crepuscular, como se afirma en la presentación editorial de una historia que es ya un verdadero clásico sobre la fugacidad de los sentimientos.



Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Philip Larkin

Fragmentos



“Katherine se sentó. Sus tres semanas de vacaciones, casi intactas aún, se extendían ante ella como aguas brillantes. Allí, con los Fennel, el tiempo adquiría una cualidad diferente. Era como si sintiese su curso lento, lujurioso, como el de una crema espesa derramándose de una jarra de plata. Contempló a Robin mientras aflojaba la red y cerraba la puerta de la pista con la raqueta y el tubo de pelotas bajo el brazo y pensó que era típico de él ordenar todo después del partido. En cierto sentido parecía el mayordomo ideal. Pero cuando él subió los escalones de un salto y su rostro elegante, fatigado, se acercó de nuevo a ella, volvió a turbarse profundamente y la imagen que de él tenía en la mente se embrolló aún más. Su cabeza de oscuros cabellos ondulados se irguió con tal independencia y atención (atención, para colmo, dedicada  a ella) que fue a Katherine a quien le pareció ocupar de pronto el sitio de la criada.”



…..



“Más que tonta, porque, en el fondo, aunque inexpresadas, se había creado otras fantasías. Cómo sería arrastrada por los Fennel, dejando una sumaria dimisión dirigida al responsable de bibliotecas, para ser útil en aquella casa fascinante hasta que el señor Fennel le encontrara un empleo bien remunerado que ella desempeñaría sin dejar de vivir allí. Y, luego, por supuesto, la lenta maduración que trasformaría su amistad con Robin en amor, un amor más firme y recíproco pero tan fervoroso como su primer encuentro. O bien, si era muy difícil tragarse esto último, al menos la aparición de algún amigo de la familia que le daría amor, seguridad, felicidad y un pasaporte inglés. Pero, más allá de las náuseas que todo esto le producía, la verdad pura y dura de que él no iría a verla bastaba para oscurecerle la mente. Expulsada una vez más a la intemperie de su propia vida, toda su naturaleza protestaba contra la negativa de Robin y suplicaba que la admitieran de nuevo en la tranquila alegría que había estado recordando. Se sentía abandonada entre los derruidos pilares del día.”



…..



Así, remotamente, siguieron hablando un rato. No obstante, la mirada de él era íntima y escrutadora, como si fuera consciente de que ella solo lo reconocía vagamente. E, invadida por esa desconfianza, Katherine pensaba a toda velocidad y se repetía: «¡Es Robin! ¡Robin, el que esperabas! Ha venido. Y pronto se marchará, así que más te vale aprovecharlo». Pero las palabras no le encendían ninguna chispa. No lograba intoxicarse con la presencia de él y olvidar todo lo demás. Sí, estaba allí, ruborizándose, guapo, cohibido (aunque con surcos bajo los ojos), pero también estaba lo demás: la tetera con la funda de felpa, la señorita Green, el señor Anstey, la señorita Parbury, cada cual en su mundo horrible y separado, y no faltaba mucho para que todos se fueran a dormir. Además, él no le parecía abierto ni afectuoso. Su alegría era automática, inquieta, lastimera y, sin embargo, la miraba una y otra vez como si quisiera contarle algo.”



(Philip Larkin, Una chica en invierno, páginas 120, 254-255, 279)