sábado, 1 de septiembre de 2012

LA DEMOLICIÓN DE BOLÍVAR

La carroza de Bolívar
Evelio Rosero
Tusquets Editores, Barcelona, 2012, 389 páginas.


   Evelio Rosero (Bogotá, 1958), conocido tanto en Colombia como en otros países sobre todo por su novela Los ejércitos (Premio Tusquets 2007), es uno de los narradores que persiguen que se hable sobre todo de sus obras y no de sus personas. No obstante y a pesar de su distanciamiento de fastos y oropeles y de su concentración en la escritura, la crítica internacional ha elogiado con fervor su universo narrativo. Evelio Rosero inició La carroza de Bolívar en el año 2008. Hubiera querido terminar la novela en el 2010 -su particular tributo desmitificador  al cumplirse los doscientos años de la Independencia-, pero confiesa que no lo quiso así la literatura.
   El escritor dio a la imprenta un libro polémico, aunque no fue su propósito causar disputas, sino invitar a reflexionar sobre el pasado, sobre los momentos gloriosos y otros menos memorables de los años de la lucha independentista y liberadora de América. Incitar a reflexionar igualmente sobre sus personajes más relevantes mitificados narrativamente, al margen de rigurosas biografías como las de Masur y John Lynch, centradas en la figura más prominente. Y tal como habían hecho Caballero Calderón, Álvaro Mutis, García Márquez y más recientemente Wiliam Ospina, también Evelio Rosero nos ofrece su versión del Libertador.
   La novela está basada en las historias que el propio escritor escuchó de niño en Pasto sobre Bolívar, sobre sus equivocaciones y excesos. Porque en la memoria colectiva de Pasto, confiesa Rosero, subsiste aún la huella del terrible paso de Bolívar por su territorio. Y así mismo en la obra del historiador nariñense, José Rafael Sañudo que corrobora lo que grita la memoria popular de generación en generación. Su ficción, ajustada según el narrador a lo que sucedió, contradice la versión oficial sobre las incursiones de Bolívar en Pasto. Una fábula de tontos y para tontos, porque según Rosero, los verdaderos héroes fueron Nariño, Sucre, Piar, Córdoba o Agustín Agualongo, el indio Agualongo, vigía del paso de Sandoná con cuatro mil pastusos dispuestos a morir por el surrealismo, como lo cantó el poeta gallego Antón Avilés de Taramancos, que con su bravura hizo que el oráculo mintiese como un bellaco cuando Bolívar pronunció aquella frase: “Nadie nos vencerá”.
   Aunque La carroza de Boívar puede ser leída como un ajuste de cuentas con la historia y  el proceso de desmitificación del político soñador de la Gran Colombia es un de los núcleos temáticos de la novela, Rosero centra su ficción en las figuras del doctor Justo Pastor Proceso y de su esposa Primavera Pinzón y en su enloquecida historia de amor trágico-cómico, vivida en el ambiente grotesco de las vísperas del carnaval. La novela, en efecto, narra diez días de finales de 1966, los que corren entre el día de los Inocentes y el de Reyes, fecha de la celebración del carnaval de Negros y Blancos que en la capital pastusa se celebra con festejos, disfraces y desfile de carrozas con motivos  burlescos. Justo Pastor se encarga de la fabricación de una carroza que refleje lo que él considera la verdadera faz del Libertador: pésimo estratega en el campo de batalla, arrasador de ciudades indefensas, violador de adolescentes…. La construcción de tal carroza se convierte en piedra de escándalo y motivo de un complot tramado por unos jóvenes universitarios revolucionarios, porque ni siquiera en el carnaval donde todo se relaja y la moral parece ausentarse, se tolerará una burla contra Bolívar.
   La novela de Rosero es un verdadero mosaico narrativo en el que el oficio del escritor es capaz de ensamblar como baldosas perfectamente combinadas, falsas realidades transmitidas por la historia oficial con falsas realidades frutos de la ficción. La amalgama de ficción con transfondo histórico y niveles poéticos, existenciales, eróticos e incluso paródicos, convierten la lectura de La carroza de Bolívar en un ejercicio ameno, lúdico en ocasiones, además de de inducir al lector a reflexionar sobre la verdadera dimensión humana de figuras del pasado convertidas en estatuas por la historia oficial y por los espacios simbólicos  de la leyenda.

Francisco Martínez Bouzas




Evelio Rosero

Fragmentos

“(…) la última vez que intentó besarla en la noche a modo de paternal despedida hizo a un lado la cara y dijo puaf con razón mamá nos dice que hueles a calzón de embarazada, ¿pero qué sabía esa niña del olor de un calzón de embarazada?, ¿qué era ese vocabulario?, por Dios Justo Pastor -se dijo- urgía quemar el disparate y empiyamarse a las carreras y volver a la cama con Primavera, que sin duda se enfadaría por despertar en plena madrugada pero que de todos modos se encontraba más caliente que nunca debajo de las cobijas, la musgosa entrepierna casi abierta, y que volvería a dormir profunda, permitiendo que el dedo sabio del ginecólogo se abanicara suave por sobre la punta de cada vello…”

…..

“El Libertador fue el enemigo que no dio concesiones a Pasto, como sí las dio a otros pueblos realistas, importantes baluartes de la corona cuando los derrotaron. «Mientras en otras ciudades de la nueva república se levantaban escuelas (nos dice Sañudo) en Pasto era el exterminio». Y la orden, el acicate de toda esta inmolación venía de Bolívar, el principal ofendido en las vísceras del alma a partir de Bomboná, de Bolívar a sus generales, de los generales a los oficiales, de los oficiales a los soldados, a los esbirros,  a los matarifes como Salom, Flores, Cruz Paredes (que seguían estrictas órdenes de Bolívar), Lucas Carvajal, Andrés  Álvarez , o los brutos Hermógenes Maza y Apolinar Morillo, asesinos (los acusa Sañudo) que «sólo por probar el esfuerzo de su brazo hundían sus espadas en filas de individuos». Pues las matanzas no se hicieron esperar, y las alentaba el Libertador, que dio además un decreto de confiscación de bienes”

…..

“-Bolívar no necesitaba verla para encontrarla: al Libertador le llevaban las piezas de caza, y elegía.
-Tenía su «encargado» para estros menesteres: se trataba de un subalterno discreto, con nombre y apellidos, pero tan obvio que ningún historiador se mostró una vez interesado en mencionarlo (…)
- «Fue así como saltó otra canita al aire del Libertador.»
-«Lo condujo a la primera cita de la noche, lo animó, «Libertador», le dijo, «la mujer se hizo para el reposo del guerrero.»
-Pero en el caso de Bolívar no se debería decir mujer sino criatura, cría, núbil, retoño, párvula, bisoña, infantil, carne pura.”

(Evelio Rosero, La carroza de Bolívar, páginas 23, 189-190, 234-235)

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