sábado, 15 de mayo de 2021

EL PAISAJE ALUCINADO DE BURROUGHS

Marica

William Serwad Burroughs

Traducción de Marcial Souto

Editorial Anagrama, Colección Compactos, Barcelona, 200 páginas

 

     

 

   Refiere el narrador y ensayista mexicano Juan Villoro que el día 6 de septiembre de 1951, en el medio de una bruma etílica y cegadora, de la que solamente salía cuando se hallaba drogado, William Serwad Buburroughs (1914-1997), aceptó el desafío de Joan, su mujer y probó su puntería al estilo Guillermo Tell. Los amigos ya estaban acostumbrados a los “juegos telepáticos” de la pareja; y sabían que la patente homosexualidad de Burroughs y la maratoniana ingestión de drogas impedía cualquier contacto físico entre los dos. El hecho es que Joan colocó un vaso sobre su cabeza y Burroughs apretó el gatillo desde la distancia de tres metros. Fue un asesinato accidental y compartido que hizo  que la adicción por la escritura penetrara en el cuerpo de Burroughs. La entera obra literaria de Burroughs es, en efecto, un ejercicio sostenido de la estética devastadora de aquella bala disparada en México.

   El inmenso suburbio, capital mundial del delito que era la ciudad de México en los años 50 se convirtió para el futuro autor de Yonqui o El almuerzo denudo, sus dos primeras obras en solitario, en un infierno transitable, en un abismo a su medida para ocultar y olvidar la pesada y desagradable realidad. Todo esto viene a cuento debido a la edición de Queer, traducida en repetidas ocasiones, por Anagrama con el título de Marica.

   Los inicios literarios de Burroughs tienen su origen en la sensación de catástrofe y de pérdida que le supuso la muerte de Joan. “Todo me lleva a la atroz conclusión de que jamás habría llegado a ser escritor sin la muerte de Joan”, escribía él mismo Burroughs en 1985, año de edición de Queer. Y junto a la pólvora, las cartas de Jack Kerouac y de Allen Ginsberg. Las misivas  de ambos se sitúan en el arranque literario de Burroughs. Porque el profeta del beat, nacido en 1914, más viejo y menos codicioso que  Ginsberg y Keruac, nunca pensó dedicarse a la escritura. Su intención era contribuir con su ingenio a las ufanías y alardes de los otros. “Mi novela son las cartas que ye hago llegar” le comentaba Burroughs a Allen Ginsberg.

   Sin embargo, en México redactaría si primera novela, Yonqui,  confesiones de un drogadicto irremediable, bajo el pseudónimo de Bill Lee, y que apareció publicada  treinta años después, junto con la correspondencia que le serviría de apoyo para su obra quizás más conocida, Las cartas de ayahuasca (1963).

    

                                    

                                  William S. Burroughs

 

 

La personalidad contradictoria de Burroughs no es merecedora ni de un juicio moral condenatorio ni de una glorificación como ángel estremecedor que precisó de un asesinato como motor de arranque de su narrativa. Como escritor debemos juzgarlo únicamente por sus obras: un baúl repleto de las más tremendas experiencias existenciales, de heteróclita vitalidad. También como experimentador de novedosas técnicas de arquitectura narrativa, como el “cut-up” o de recortes al azar, que tienen como finalidad descubrir de forma aleatoria el relato oculto de la realidad. La relación polémica que Buroughs establece con la literatura, surge con fuerza en Marica, el relato del deambular de un joven ambiguo por locales sórdidos, en el medio de una fauna humana en estado de podredumbre.

   Si el lector quiere meterse en el particular mundo de uno de los escritores menos edificantes del siglo XX y contemplar ese paisaje alucinado que constituye su universo narrativo de este “gurú” de cinco décadas, tiene en Marica un pequeño atlas de la mayoría de los temas de uno de los personajes de mayor carisma biográfico de los últimos tiempos.

 

Francisco Martínez Bouzas

 

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