Mapocho
Nona Fernández
Editorial Minúscula, Barcelona, 237 páginas.
Nona Fernández (Santiago de Chile, 1971) es una actriz y escritora con amplia experiencia en campo narrativo, tanto en ficción de formato largo como corto, con la que ha hecho méritos para ganar numerosos premios de la literatura chilena. En Mapocho, confiesa la autora, intenta romper el hechizo del que habla en el epílogo: “vagamos condenados de un siempre a un siempre” recogiendo toda la mugre y los cuerpos sin vida que arrastra el rio. La acertada intuición de Valeria Bergalli, editora de Minúscula, nos permite leer en España este libro, una verdadera colección de belleza y de espanto.
Anoto de entrada para que el lector no se pierda que Mapocho es un río, un río que desde los Andes atraviesa la ciudad de Santiago de Chile, llevando consigo toda la mugre y deshechos de la ciudad, hasta desembocar en otro río -el río Maipo- que los arrastra hasta el Océano. El río Mapocho, en la descripción que de él hace la autora, es un río hediondo, está lleno de caca y muerte.
En una escueta e incompleta sinopsis se puede decir que la trama de la novela es la historia de una familia, de una ciudad y de un río. Pero también se puede afirmar que Mapocho es una metáfora de la historia de Chile, sobre todo de su cara oculta, la de las voces silenciadas, de vidas y muertes olvidadas hasta por la Virgen que vino de Francia. Mapocho hace pues de altavoz de esos muertos que pronto caerán en el olvido. En ese río hediondo hallaremos sus voces.
El libro fue publicado por primera vez en el año 2002; la autora había comenzado su escritura a los diez años de la llegada de la democracia. Y reitero lo ya dicho: es una metáfora de las heridas jamás cicatrizadas de la sociedad chilena. “Eso duele, sigue doliendo si no lo observamos, si no lo limpiamos va a doler y sigue doliendo, pataleando de vez en cuando”, en palabras de la propia autora. Y esas heridas, a esa cartografía urbana llena de mugre y de muerte y que vemos cada día, y sin embargo no observamos, viene reflejada en Mapocho. Una gran herida abierta en la ciudad.
En el inicio de la escritura de la novela, la autora solamente pensaba contar la historia de tres muertos, visualizados en una fotografía. Pero fue esa imagen la que la empujó a hacer un rastreo de esas tres personas, y eso mismo la forzó a investigar sobre los muertos que habían “navegado” por el río, y que no solo eran monopolio de la dictadura, sino parte de la historia de la ciudad desde sus orígenes..
Esta novela que en buena medida da la vuelta a los relatos de la historia oficial, está estructurada en cuatro pates: “Cabezas y ombligos”, “Diablos y muertos”, “Padres y guachos”, “La Rucia y el Indio”. De su dureza da fe la frase inicial: “Nací maldita. Desde la concha de mi madre hasta el cajón en el que ahora descanso”. En la trama nos encontramos en efecto con La Rucia, con el padre desaparecido cuando ella y El Indio eran dos pendejos y la madre convertida en cenizas. Vuelve a Santiago porque precisa encontrase con su hermano, El Indio, para liberarse del tormento de una relación incestuosa. Busca en su barrio para contar lo poco que recuerda. Pero algo le resuena de Santiago, una ciudad infernal y sobrecogedora. También surge en su memoria la imagen del río Mapocho, pero le cuesta recordar. Y lo que recuerda es la historia de Chile y las múltiples venganzas cobradas desde los conquistadores, desde Pedro de Valdivia amputando cabezas aborígenes y entre ellas la del caudillo mapuche Toqui Lautaro.
También recuerda la esclavitud, los esclavos que construyeron uno de los puentes, un historiador suicida y un padre ausente, poblaciones abrasadas por los militares, y pichangas fulminados a tiros, toda la sangre derramada que está en el meollo de la historia chilena: los encerrados en los estadios durante el fascismo pinochetista. Mientras tanto La Rucia divisa muertos arrastrados por el río, entre neumáticos, ramas, inmundicia, mierda, transgresiones sexuales. Y El Indio que se dejó llevar por el Mapocho entre sus aguas podridas.
La Rucia, con la fijación en su ombligo porque El Indio dice que ese ombligo le habla. Pero en la novela hay mucho más: hay incesto con los hijos, incesto igualmente de La Rucia con su hermano que gime de placer y le pone la piel de gallina. Y mientras tanto en el Mapocho siguen flotando los muertos. Los milicos del fascismo que se llevan al padre y no volverá a aparecer.
Y así prosigue la historia de La Rucia y su hermano el Indio, quizás personificaciones de una ciudad y un río mugriento y maloliente, que la atraviesa y aterroriza no solo por la sordidez sino por la violencia desde la Conquista hasta nuestros días.
La novela, como se ha escrito, es una especie de agujero negro que todo lo engulle: a los personajes, a la mierda de la ciudad y a las más escalofriantes transgresiones sexuales.
Es aconsejable leer el epílogo que escribe la autora porque allí confiesa que quiso seguir la hebra de tres muertos y se encontró con muchos otros que el río arrastra. Todo ello desde que Pedro de Valdivia fundara Santiago. Nona Fernández vio cuerpos reflejados en el río Mapocho que eran el reflejo de otros y estos a su vez lo eran de otros anteriores y estos de otros aún más anteriores. Un río pues que irradia lo peor de esa tendencia del homo sapiens sapiens de aniquilar a sus congéneres. El Mapocho arrastra o retiene a todos los muertos del hechizo de la Historia chilena.
Nona Fernández
Quisiera poner fin al reflejo hediondo de las aguas del Mapocho valorando algunos aspectos de la novela. En primer lugar la narración de Nona Fernández rechaza la concepción judeocristiana de un tiempo lineal y opta por un tiempo cíclico. El suyo pretende ser un relato cíclico y en mi opinión lo consigue. Escribe sobe el sexo, sobre el sexo incluso incestuoso, pero sin aspavientos, con una delicadeza a veces camuflada, pero siempre delicada. La novela, a pesar de ciertas digresiones, avanza con un ritmo rápido y ese ritmo es un aliciente más para resignificar la cartografía urbana de Santiago, con el Mapocho como la gran herida abierta en medio de la ciudad. La tonalidad, a veces épica de la novela, alegórica con frecuencia, contribuye a darle profundidad al relato. ¿No hay acaso épica en la leyenda de los que cabalgan descabezados por el centro de la ciudad, suturada con las biografías oficiales? Aludo por último al estilo de la prosa: un libro escrito en el español de Chile, con el lenguaje coloquial y plagado de chilenismos que contribuyen a enriquecer el texto y a darle veracidad.
Esto es en síntesis Mapocho, la trama de una ciudad y un río donde la muerte no se acaba nunca y donde el río hace de barquero de Caronte hediondo para transportar a tantos muertos al mar. Si en la mitología era el río Aqueronte, en la historia de Santiago de Chile es el Mapocho.
Francisco Martínez Bouzas
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