viernes, 1 de mayo de 2020

LA SABIDURÍA DEL SABIO QUE NO PONTIFCA


Una cierta edad
Marcos Ordóñez
Editorial Anagrama, Barcelona, 2020, 332 páginas.

   


    Lo reconoce el escritor Marcos Ordóñez, autor de una importante obra literaria y afamado crítico teatral: “En un libro como Una cierta edad cabe todo”. Pero no es este un dietario en la definición de la Real Academia: libro en el que  se anotan los ingresos y los gastos  de una casa. Ni tampoco un libro como aquellos en los que los cronistas de Aragón escribían los sucesos más notables del reino. El de Marcos Ordoñez es un dietario literario, escrito entre 2011 y 2016.Y en él, muestra sentir interés por los dietarios gracias a Ignacio Vidal-Folch e Iñaki Uriarti.
   Tampoco escribe un diario, un registro de lo cotidiano. Si bien dietario y diario comportan rasgos comunes: se alejan de la novela, mas sin renunciar a cierta narratividad. Nos acercan a vivencias, más o menos próximas, al autor pero sin las pretensiones  del gran ensayo, de la tensión de la novela o de la exaltación de  la lírica. Diarios y dietarios tienen la pretensión de ser un registro que gira sus ojos hacia el entorno cotidiano en cualquier circunstancia. Pero las sendas entre diario y dietarios son diferentes. En los diarios predominan las referencias subjetivas del autor. En cambio, los dietarios son más propensos a abrirse a la objetividad. En los primeros domina el punto de vista del autor. Los dietarios, por el contario, difuminan los acontecimientos referentes a la vida de quien los escribe, y se convierten únicamente en una escusa para hablar de los divino y de lo humano, y con el empleo de las formas más dispares. La diferencia entre diario y dietario se desvanece en el libro de Marcos Ordoñez. Su libro, glosando la definición de Miguel Sánchez Ortiz, es una celebración y testimonio de los trabajos y los días y de muchos detalles mayúsculos o aparentemente insignificantes.
   Marcos Ordoñez escribe Una cierta edad en un momento desobredosis de malos momentos”. Por eso sus dietarios tienen algo de autobiografía íntima, como el de Jules Renard, Ignacio Vidal-Folch e Iñaki Uriarte. Y para que  no nos  perdamos tratando de adivinar el porqué de escribirlo, en las primeras líneas del libro da cuenta de sus motivos. “tratar de sujetar lo que se escapa del paso de los días, pensar un poco con calma y correr con libertad jugando con tonos y géneros”. Reconoce así mismo que escribe para fijarse, para caer en la cuenta. Para prestar atención a las cosas y a las gentes, y observarlo todo con mayor precisión, aunque de esa precisión están exentos dos días pero no los años, “y dejo que el lector aprecie cómo van pasando las estaciones”.
   En su dietario hay de todo: anécdotas, reflexiones, por ejemplo sobre la ironía que se suele tolerar mal, sobre todo por escrito; en la avenida de Roma toma nota del anuncio en el que se ofrece una recompensa. Impresiones sobre paisajes y calles (“Gracia con calles vacías parece un pueblo”); frases de madrugada: en buena medida la cultura está hecha de muertos”, es humus. Las últimas palabras que le contaron de Paul Claudel: “Doctor… ¿usted cree que ha sido el salchichón?”. Sueños de viajes para el 68 para follar con Emma Cohen. Frases que en línea y media son como un poema. “Los trozos del tronco de una merluza recién servidos, bellos como un plato  roto brillando bajo la luna”. Recuerdos de una mañana de otoño de hace cuarenta años; chismes y maledicencias sobre el mundillo literario; juicios sobre películas. Textos más amplios, como la primera lección de arte que recibe de un amigo sobre un cuadro de Picasso.
   
                                          

 
Marcos Ordóñez

    

  No podían faltar por supuesto sus incursiones culturales, sus lecturas y relecturas, valoraciones sobre películas y obras de teatro, tanto españolas como extranjeras. Y anécdotas compartidas con la gente de teatro, amigos suyos. Incluso Pepita, su esposa  se convierte en personaje que recorre no pocas páginas. Múltiples reflexiones sobre teatro, pero las historias que cuenta valen por sí mismas, no porque provengan de los escenarios o del mundo de la farándula. Y aquí hace acto de presencia Lady Espert (Nuria Espert) que al autor convierte en asidua de estas páginas. Aborrece sin embargo los aforismos, las sentencias y ajustes de cuentas. Y un tema que atraviesa las páginas del libro es el del envejecimiento, sobre todo cuando la salud ha sufrido serios achaques. El título en ese sentido es una parte del libro.
   Libro en definitiva rebosante de sabiduría, enunciada modestamente, en frases sobe temas muy heterogéneos, exentos de pomposidad. Si la hay es la de un sabio que no pontifica.

Francisco Martínez Bouzas

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