Yago
Capablanca
Editorial
Funambulista, Las Rozas (Madrid), 2019, 263 páginas.
Aunque por su título pudiera parecerlo, Gigoló en Riad no es una novela amoral
ni pornográfica. No faltan escenas eróticas, pero la trama de la novela se
centra en un cierto quijotismo moderno: en el enamoramiento de una mujer
musulmana, y además de Arabia Saudí, lo que le acarrea al protagonista verse
inmerso en una serie de complicaciones
con los servicios de inteligencia.
Escrita a dos manos, por Luis Morales e Iván
González, y publicada bajo el pseudónimo de Yago Capablanca, la novela está
inspirada en hechos reales que dibujan una doble vida, y al mismo tiempo un
testimonio de quien da el paso desde un individualismo sin fronteras hasta una
toma de conciencia sobre sí mismo y sobre el mundo que le rodea.
Se supone que el protagonista es un varón
occidental, joven, destinado en Arabia Saudí. Novela de género existencial, si
tal denominación tiene cabida, que no le hace asco a la incorrupción política
de nuestro tiempo. Una radiografía del cerebro masculino y de su mirada. En
donde se habla sin censuras ni eufemismos de situaciones respecto al sexo que frecuentemente
se censuran. Lo mismo que con relación al deseo de y con mujeres. Gigoló en Riad no es pues lo que parece;
es un conjuro verbal, poético, de una búsqueda incesante de sentido.
Novela de estructura clásica, que se inicia
con el retrato de un gigoló y explicita el relato erótico, pero, en el desenvolvimiento,
el personaje se transforma, debido sobre todo a su historia de amor imposible
por una mujer musulmana. Es por eso que, a medida que avanza la historia, la
novela erótica se transforma en un relato existencial.
La trama es la historia de Yago Capablanca,
ingeniero español de treinta años, en Arabia Saudí entre 2009 y 2011. Allí trabajaba para una
multinacional. Muy preparado profesionalmente y enormemente atractivo. Al poco
tiempo de su llegada, recibe la invitación de ejercer de chico de compañía de
esposas de otros profesionales extranjeros. Sin mujeres occidentales,
solitarios y consumidos por el tedio. Acepta el juego y hace de gigoló lo que
le aporta mucho dinero.
En la primera parte de la novela se presenta
un sexo explícito y descarnado, relatado de forma mordaz por el propio protagonista. Pero lo que, en
un primer momento, parecía un alegre pasatiempo amoral de un joven europeo,
deriva hacía una especie de utopía, pues
el protagonista experimenta una transformación, a través de la pasión al
enamorarse de Aya, una musulmana. Y eso supuso una tremenda complicación en su
vida, porque no es capaz de sobreponerse al contexto social y cultural que le
rodea. Acaba metido en serios problemas con los servicios de inteligencia
extranjeros que vigilan en Arabia Saudí un movimiento revolucionario
insurgente.
Lo más valioso de esta novela no son los
avatares eróticos del protagonista ni su empeño en mantener su amor con la
mujer musulmana. Lo realmente relevante es la búsqueda de sentido a la vida de
un occidental apoltronado y rebosante de dinero.
La novela está escrita desde la más absoluta
incorrección política, sin eufemismos y sin
filtros lingüísticos. Los autores, a medida que transcurre la historia,
van estilizando su prosa en consonancia con la transformación que experimenta
el protagonista. Incluso los sentimientos íntimos hacia la mujer musulmana
aparecen poetizados según avanza el texto, haciendo hincapié en aquellos que
tienen que ver con su fragilidad y sus anhelos más fuertes e íntimos.
El protagonista transmite en su existencia una
gran crisis de valores: lo que nos muestra son hombres y mujeres que solo viven
para el ocio y para el placer con la
finalidad de prosperar de forma material. Eso es lo que hace: vive su vida a
flor de piel acuciado por la propensión al placer en la que fue educado.
En la segunda parte experimenta una cierta
sublimación debida al amor: el que no cesaba de acostarse con mujeres
occidentales en el ejercicio de su profesión de gigoló, acaba enamorado de una musulmana, a la que no toca, a la que
únicamente desea e idealiza como tabla de salvación para su propia identidad,
hasta el momento extraviada en placeres
clandestinos, más propios de animales que de seres humanos. Y todo ello en un
país de castas pero con una moral moldeable que hasta la justicia conoce pero todo
el mundo calla para que todo siga funcionando como de costumbre.
Francisco Martínez
Bouzas
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